Carolina Escobar Sarti
La palabra “cultura” viene del verbo latino colere, y en su origen significa cuidado y cultivo. Para mí, esto bastaría para creer en las infinitas posibilidades de la cultura en el marco de una democracia tan frágil y anhelada como la nuestra. Pero, para quienes creen que la cultura es una cosa abstracta e intangible que no sirve para nada y que es más importante comprarse una botella de trago que un libro, hay buenas noticias. La cultura también aporta al Producto Interno Bruto (PIB) de un país.
Dicho fácil, la cultura también significa dinero para Guatemala, además de las redes de significado y sentido que teje en nuestra sociedad.
El economista mexicano Ernesto Piedras hizo un estudio financiado por el BID y solicitado por el Ministerio de Cultura y Deportes en el 2007. El tema: cuánto aporta el sector cultura al PIB de Guatemala. A pesar de que entonces solamente se tomó en cuenta a las industrias formales de la cultura, el resultado fue de un 6.5 %. Los expertos en la materia sugieren que, si se tomaran en cuenta las industrias informales o de economía sombra, vinculadas en buena parte con las expresiones tradicionales de la cultura, no sería difícil estimar el aporte de la cultura al PIB hasta en un 20% o más.
Cuando los expertos hablan de industrias informales se refieren a las fiestas patronales, a las comidas típicas, las artesanías, las prácticas sociales, las procesiones de Semana Santa y otras actividades de esta naturaleza que generan turismo cultural, asociado a industrias conexas como transporte, restaurantes, alojamientos, etcétera. Por ello es importante el estudio que realiza el Grupo Satélite durante este tiempo en la ciudad colonial y cuyo eje es el impacto económico de la Semana Santa en Antigua Guatemala. Este estudio podría servir de modelo para otros que tendrían que efectuarse en el país.
Estos estudios sirven porque ofrecen cifras, y las cifras parecen ser la nueva poesía, pero además porque aportan datos confiables y reales sobre el impacto de la cultura en la economía del país. A lo mejor eso genere acciones de Estado, y desde toda la sociedad, para salvaguardar nuestro aún rico y variado patrimonio cultural, tangible e intangible. Por otra parte, y como dicen los expertos, abrirá un camino más claro para las acciones de diplomacia cultural que se necesitan para darnos cuenta de que Guatemala es más que violencia y miseria.
Frente a una sociedad tan partida en clases, etnias, partidos políticos, religiones y demás, ¿cómo sostenemos ese concepto generoso y amplio de la cultura como expresión de una comunidad indivisa, propuesto desde la filosofía, la sociología, la antropología y el arte? Parecería imposible, pues en una sociedad de castas como la nuestra —aunque no sea oficial que así sea—, la división cultural es la norma. Hay cultura dominada y cultura dominante, cultura opresora y cultura oprimida, cultura de elite y cultura popular. La Semana Santa parece abarcarlo todo; es tradición religiosa, celebración popular, fenómeno sociológico, y la participación ciudadana es indiscutible. Además, es un acontecimiento que promueve actividad económica, empleos, beneficios y rentas. Así que un estudio como el que realiza el Grupo Satélite permitirá una mejor planificación estratégica al calcular el impacto económico de la Semana Santa en Antigua, y servirá también para formular políticas públicas para preservar el patrimonio cultural tangible e intangible, y como insumo para gestionar financiamiento o inversión en otras actividades culturales. ¿No suena más benigna y más rentable para muchos la industria turística que la explotación minera o la industria de agrocombustibles?
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