Carolina Escobar Sarti
Tiene todo el perfil de un tratante de personas, pero es el Primer Ministro de Italia, y ha sido tres veces electo para el cargo en distintos momentos de la historia reciente de ese país. Está a punto de ser juzgado por prostitución de menores agravada y abuso del cargo de Primer Ministro, por el caso Ruby, pero sigue siendo el caudillo de un partido denominado “El Pueblo de la Libertad”, mientras la impunidad se lo permita.
Sugiero, por cuestiones de semántica, no dejarse engañar por la retórica asociada a la palabra libertad, cuando se usa en un sentido tan complaciente, restringido y ambiguo, ya que Silvio Berlusconi (o “La cosa Berlusconi”, como lo llamara el fallecido escritor Saramago), ha hecho históricas alianzas con las fuerzas neofascistas, nacionalistas, xenófobas y mafiosas de Italia.
Es uno de los hombres más ricos del planeta, pero su fama y fortuna están ancladas en mares de escándalos de índole política, económica y sexual. Es dueño de cadenas de televisión, de un grupo editorial, de varios periódicos y revistas, de estudios y salas de cine, así como de la mayor cadena de almacenes e incluso del famoso club de futbol “Milán”. Además, sus empresas se extienden a Francia, España, Alemania, la antigua URSS y la antigua Yugoslavia, entre otros países. Y sin embargo, se han abierto innumerables procesos en su contra por fraude, soborno, corrupción, falsificación del balance empresarial, vulneración de la reglamentación comercial, fiscal y antimonopolio. Absurdo que “la cosa Berlusconi” esté aún en el poder.
Absurdo, pero no inexplicable. Para comenzar, Italia es un país harto de la política o sadomasoquista al extremo. Con 27 gobiernos en 30 años, era de esperarse que el pueblo quisiera salir de aquellos anni di piombo y eligiera cualquier cosa que implicara una consigna fácil y una promesa de transparencia. Berlusconi supo vender ambas cosas y combinar el poder mediático con el populismo ultraderechoso y antidemocrático. Hoy, Italia tiene al mayor enemigo de la democracia “gobernando” al país.
Pero la retórica del “patrón” no tiene límites. En una entrevista televisiva afirmó hace unos días que las 280 manifestaciones de mujeres celebradas contra él y contra el machismo en toda Italia y en otras ciudades del mundo eran “una vergüenza” y “una movilización facciosa, organizada por la izquierda para sostener el teorema judicial” del caso Ruby. No le bastó que casi un millón de italianas criticaran el modelo femenino que él ha sostenido desde su política y sus medios de comunicación. Haciendo gala del cinismo y del infantilismo que tantos viejos “patrones” gustan lucir, dijo: “Las mujeres saben cuánta consideración tengo por ellas, siempre me he comportado con ellas con gran atención y respeto, en mis empresas y en el Gobierno. (..) Siempre he intentado que cada mujer se sienta especial”. ¿Es necesario comentar aquí sus históricas orgías y las jornadas de agotamiento a las que sometió a tantas niñas que quiso hacer sentir “especiales”?
Y desde la misma retórica del “patrón”: “La fiscalía de Milán y los medios han pisoteado la dignidad de mis invitadas exponiéndolas a la mofa pública sin ninguna razón y pisoteando su dignidad. Eso es verdaderamente una gran vergüenza”. He allí un legado mussoliniano que se resiste a morir y que nos prueba que el capitalismo no es sino un demoledor infantilismo que nos contagia a todos, y que la “cosa Berlusconi” es el símbolo perfecto del niño maleducado que ha sido normalizado, generalizado y socialmente recompensado por ello.
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