Carolina Vazquez Araya
Una prensa sumisa ante la presión de grupos de interés, hace tambalear la democracia
La reciente celebración del día del periodista en Guatemala obliga a
reflexionar sobre el papel de los medios de comunicación en un panorama
tremendamente conflictivo y cargado de amenazas como el que se observa
en ese país centroamericano, pero también en muchos otros alrededor del
mundo. Quienes nos hemos desempeñado en este oficio sabemos, por
experiencia, la envergadura de las trampas en la búsqueda de la verdad y
hasta dónde se puede obtener información de calidad. Pero esto no
afecta solo a los periodistas; también para la sociedad la ruta está
plagada de obstáculos: se puede ir uniendo fragmentos de información
para armar el rompecabezas, pero siempre faltan las piezas
indispensables, esas que podrían dar una pista sobre las causas y las
consecuencias de los fenómenos que nos rodean.
Los medios de comunicación –garantes de uno de los pilares
fundamentales de cualquier sistema democrático- se han ido transformando
en enormes monopolios cuyos intereses corporativos marginaron, de una
vez y para siempre, su responsabilidad social y su misión de garantizar
no solo la libertad de prensa, sino también el derecho ciudadano a la
información. Esta ruta, aparentemente inevitable por la necesidad de
contar con los ingresos de la publicidad comercial y condicionada por
intereses particulares, ha causado un impacto negativo en su labor
informativa, pero también en la integridad de las estructuras
democráticas y en la manera como las sociedades se ven inducidas a tomar
posición frente a los hechos políticos, económicos y sociales que les
conciernen.
Ante esta realidad, los medios alternativos -cuya presencia abunda en
el mundo digital- se han transformado en una solución parcial e
indudablemente valiosa para quienes buscan conocer aquello que los
grandes medios suelen callar por presión de los gobiernos o por defender
posiciones e intereses de grupo. Esto resulta especialmente notorio en
la cobertura de acontecimientos de enorme trascendencia como las
protestas masivas contra gobiernos dictatoriales y corruptos alrededor
del mundo, así como fenómenos de histórica data: el racismo, la visión
sobre las migraciones, la discriminación por género, la naturalización
de la pobreza, los femicidios y la criminalización de las organizaciones
y líderes populares.
Sin embargo, estos medios alternativos solo son un paliativo cuya
presencia alcanza a una élite educada y con acceso a la tecnología. En
la marginación y la oscuridad quedan las grandes masas de población
sometidas a la constante invasión de mensajes interesados a través de la
televisión y la radio, los instrumentos de conexión con el mundo más
eficientes y también los más peligrosos cuando no están comprometidos
con su misión por la búsqueda y difusión de la verdad. La influencia de
estos medios coludidos con los centros de poder resulta, entonces, un
auténtico hachazo sobre el centro mismo de la democracia y la vida
institucional de las naciones, incluso en aquellas que presumen de
desarrollo, como sucede con las grandes cadenas noticiosas del primer
mundo.
La palabra, ese auténtico milagro capaz de traducir las ideas para
compartirlas con otros, es un instrumento cuyo poder no es valorado en
toda su dimensión. Por ello, usarla de manera responsable, asumir con
ello el compromiso de respetar la verdad y transmitirla a la sociedad a
pesar de las presiones en contra, es un acto de fe en sociedades
profundamente heridas por la traición de sus líderes y por la
incalificable institucionalización de la mentira.
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