Buenos Aires. Por
undécima ocasión en 75 años de existencia, el peronismo se dispone a
lavar las heridas de un pueblo empobrecido y desangrado por sus
oligarquías, junto con los paladines de la
repúblicaque, con indisimulado frenesí, subastaban una y otra vez el ubérrimo territorio nacional al mejor postor.
Nunca pudieron pero siguen ahí, en ese 40 por ciento que en los
comicios de octubre respaldó a Mauricio Macri. Un personaje que el
cineasta Francis Ford Coppola olvidó incluir en El Padrino, y que en tan sólo cuatro años, como nunca, simbolizó a la Argentina racista, pastoril y excluyente, diseñada por los
próceresdel Estado nacional a finales del siglo XIX.
Ambas Argentinas han probado ser poderosas. Una, concentrando el
poder de la tierra y las finanzas, intactos desde el siglo XIX. Y la
otra, expresando en las calles y en las urnas un potencial político
indomable. Historia que para no remontar hasta 1810, empezó con los
primeros gobiernos de Juan D. Perón, quien obtuvo 52.8 y 63.4 por ciento
de los votos (1946/51-55). Y que en 1973, tras 18 años de proscripción,
convalidó con 61.8 por ciento.
En 11 comicios presidenciales, y con excepción de los gobiernos de
Isabel Martínez de Perón (1974-76) y Eduardo Duhalde (2002-03), el voto
peronista arrojó un promedio levemente inferior a 50 por ciento. Datos
que, en principio, despejarían cualquier duda en torno a la identidad
política mayoritaria de los argentinos.
Sin embargo, no pocos parasociólogos y parapolitólogos persisten en sostener que el pueblo argentino carece de
conciencia revolucionariao
vota mal(Macri, dixit). Para algunos, porque el peronismo negaría la
lucha de clases. Y para otros, porque el
populismo(sic) no sería
auténticamente democrático.
Forzamientos teóricos que en los papers del imperio y los enfoques
ideológicamente correctos, arrojaron durante décadas insólitos resultados: ignorar, negar o subestimar al mayor movimiento de masas de América Latina y el único vigente en el mundo desde el fin de la llamada guerra fría.
Silenciamiento que a la hora de analizar el peronismo omite, por
ejemplo, las pérdidas sufridas por los más ricos en la participación
sobre el ingreso total, durante los primeros gobiernos peronistas.
Cuando uno por ciento de la población privilegiada del país bajó de 25.9
a 15.3 por ciento (1943-53), quedando afectados los más ricos entre los
ricos. Mientras la proporción de los salarios sobre el PIB, alcanzaba
un máximo histórico de 50.8 por ciento, en 1954.
Así pues, y dado que entre los bienpensantes todo queda supuestamente entendido añadiendo el prefijo
posa cualquier cosa que no se entiende (
posmodernidad,
posdemocracia,
posmarxismo,
posprogresismo,
posperonismo… etcétera), resulta curioso que los intelectuales a la carta continúen preguntando
¿qué es el peronismo?Una interrogante que encierra oportunismo y necedad, antes que candidez o ingenuidad.
Es por eso que cualquier peronista consciente y de a pie respondería
que el peronismo ha sido un modo simple y contundente para exigir las
necesidades reales de cualquier pueblo: el derecho al trabajo digno y la
educación, a la salud, la vivienda, el cuidado de niños, viejos y
desamparados y en fin, a las alegrías que el capitalismo consumista y
salvaje escamotea, pero que son necesarias para transformar la matriz
cultural de sociedades injustas.
Cedamos la palabra al politólogo francés Alain Rouquié (1939), ex
embajador de Francia en México y desprejuiciado observador de la
realidad latinoamericana. Autor, entre otros libros, de Poder militar y sociedad en la Argentina (Emecé, Buenos Aires, 1982), Rouquié dice que al peronismo hay que entenderlo desde el antiperonismo.
Peronistas y no peronistas han reconocido como certera la sugerencia
de Rouquié. Aunque sin duda, sería más interesante entender el peronismo
desde el peronismo. Pero si el comentario del intelectual francés no
alcanza, cedamos también la palabra a un poderoso terrateniente
azucarero de la provincia de Salta, Robustiano Patrón Costa, quien en
1955 manifestó con impotencia y resignación:
Lo que nunca voy a perdonar a Perón es que durante su gobierno, y luego también, el negrito que venía a pedir por su salario se atrevía a mirarnos a los ojos. ¡Ya no pedía! ¡Discutía!
En suma: padecimientos del liberalismo burgués y cierto marxismo
positivista, alienado, petulante, colonial y autopersuadido de que es
posible entender la realidad con discos duros de memoria dañada, tan
fáciles de encontrar en el mercado de las ideas importadas.
De ahí que, asimismo, les resulte imposible aprehender el sentido
exacto de aquel grafiti pintado en una barriada popular de la ciudad de
Rosario, después que la
revolución libertadoraderrocó a sangre y fuego la
dictadurade Perón:
Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la libertadora. Villa Manuelita no(1955).
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