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lunes, 29 de agosto de 2016

Autoridad inmoral



Cuando aquellos que saben que no tienen ninguna autoridad moral deciden ejercerla, la risa es el mejor antídoto. Esto lleva inevitablemente a maravillosos escándalos que revelan la hipocresía de los jueces, sean políticos, empresarios o religiosos. Pero cuando este tipo de farsa se combina con el poder, ya no es tan chistoso y se vuelve peligroso. Cuando sucede en el país más poderoso del mundo, las consecuencias son planetarias.

American Curios
David Brooks
La Jornada 

Si hay algo que distingue a Estados Unidos, sobre todo a su clase gobernante, es su curiosa suposición de que tiene el derecho de ser el juez mundial y que Dios le otorgó esta autoridad moral. Todos los años el gobierno federal emite informes en los que enjuicia a casi todos los países del mundo sobre derechos humanos, libertades civiles, respeto a las mujeres, y más (¿habrá otro gobierno en el mundo que se atreve a hacer esto?)

Aquí dentro del país, este juego moral se expresa en todos los niveles. El mejor ejemplo reciente fue cuando Roger Ailes, el poderoso ejecutivo en jefe de Fox News, el medio nacional conservador más influyente del país, fue obligado a renunciar como resultado de demandas legales por acoso sexual presentadas por dos conductoras de noticias (ahora ya suman dos docenas de reporteras y asistentes que han denunciado el hostigamiento sexual en Fox News) los dioses se estaban divirtiendo. Ailes, quien fue nombrado en 1996 para dirigir a Fox News por su cuate y dueño Rupert Murdoch, estrenó el canal con el enfoque casi exclusivo sobre los escándalos sexuales del entonces presidente Bill Clinton, y promoviendo su impeachment por el caso de Monica Lewinsky.

Aides dirigió un incesante ataque sobre la inmoralidad personal del presidente, de cómo esto violaba los valores familiares y, por supuesto, la institución sagrada del matrimonio, entre otras cosas. Ahora, las nuevas revelaciones indican que Ailes, hombre casado, dirigía esta cruzada moral mientras le pagaba a una asistente joven por favores sexuales y acosaba a sus reporteras y presentadoras, lo cual se hacía con el aparente apoyo de otros ejecutivos y una cultura dentro de la empresa que un ex empleado describió como tipo mansión Playboy.

Más aún, como recuerda Jane Mayer en The New Yorker, en torno a este caso había más hipocresía. La campaña para destituir a Clinton fue encabezada por tres presidentes de la cámara baja del Congreso (todos republicanos conservadores) en turnos sucesivos. El primero fue Newt Gingrich, quien ha reconocido que justo al mismo tiempo que dirigía la ofensiva moral contra Clinton por sus escándalos sexuales, él estaba en medio de una relación extramatrimonial con una asistente legislativa que más tarde se convirtió en su tercera esposa. La segunda ha denunciado que él inició un affaire con ella mientras su primera esposa padecía cáncer. Cuando Gingrich renunció a la presidencia de la cámara, los republicanos eligieron como su sucesor al representante Bob Livingstone, quien, menos de dos meses después, dijo que no asumiría el puesto después de que Larry Flynt, famoso director de la revista pornográfica Hustler, reveló que tenía pruebas de que el congresista había tenido por lo menos cuatro amantes durante la última década. Su sucesor fue el representante Dennis Hastert, quien hablaba de su conciencia cuando promovía el caso contra Clinton. El año pasado se reveló que Hastert había abusado sexualmente por lo menos de cinco menores de edad durante sus años de entrenador deportivo, entre los 60 y 80. En abril de este año, Hastert admitió el abuso, y por cargos de fraude bancario con el cual intentó comprar el silencio de sus víctimas, fue condenado a 15 meses de prisión (ya había caducado el estatuto de limitaciones para poder enjuiciarlo por abuso sexual).

Hay más, mucho más, en los archivos sobre este tipo de comportamientos de los que andan en lo más alto –o tal vez debería llamarse lo más bajo– de la política en este país.

El debate electoral de ahora está repleto de esto. Hillary Clinton y Donald Trump intercambian acusaciones sobre quién es racista, intolerante, corrupto, mentiroso. Ambos tienen razón, lo curioso es que se siguen presentando como si tuvieran la calidad moral como para acusar al otro mientras la mayoría del país los reprueba como autoridades morales. Se siguen revelando pruebas de que Clinton ofreció favores como secretaria de Estado a donantes ricos de su fundación, y que la Fundación Clinton fue beneficiada por decenas de millones de dólares contribuidos por algunos de los regímenes más represivos y retrógradas del mundo (entre ellos Arabia Saudita, Kuwait, etcétera). Del lado de Trump, ya no es necesario argumentar que su imperio económico está creado a base de engaños, manipulación financiera, fraudes y más.

Por otro lado, se revela la carencia de moralidad que prevalece en tantos rubros: precios inflados casi 500 por ciento de medicinas esenciales para los que padecen severas reacciones alérgicas o que tienen sida, mientras ejecutivos multiplican por millones sus salarios; político

s a quienes se permite declarar que “el enemigo… son las personas de color o de origen hispano”, como afirmó la semana pasada Paul LePage, gobernador de Maine (a la Trump), o el pastor religioso ultraconservador Ken Adkins, quien comentó que los homosexuales recibieron lo que merecían después de la matanza en el club gay Pulse, en Florida, y que la semana pasada fue arrestado acusado de molestar sexualmente a menores de edad.

El país más encarcelado del mundo, el único país avanzado sin derechos básicos a la salud y la educación superior, pero eso sí, con la población civil más armada y violenta, y ni hablar de sus aventuras bélicas e intervencionistas (incluida la distinción de ser el único país en la historia en emplear armas de destrucción masiva), insiste en que tiene autoridad moral. De hecho, con eso suele justificar todo esto.

La moral política y comercial de Estados Unidos no sólo alimenta la risa, es todo un banquete. Mark Twain.

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