Ángel Guerra Cabrera/I
El 90 aniversario de
Fidel Castro ha estimulado un rico debate de ideas en el seno de las
fuerzas populares y su intelectualidad en torno a su trayectoria, las
inabarcables facetas de su vida y personalidad, sus cualidades de líder y
estadista y su legado teórico y práctico.
A millones nos alegra que arribe lúcido y combatiente a edad tan avanzada, como revela su artículo
El cumpleaños(www.cubadebate.cu/opinion/2016/08/13/el-cumpleanos/#.V7Pxeph97IU), pero tenemos que felicitarnos también por el inicio de este debate. Sobre todo en Cuba, donde existen generaciones educadas por su presencia; valiosas y aleccionadoras anécdotas que contar por cientos de miles de revolucionarios y personas de las más sencillas sobre sus experiencias con Fidel, ya sea en su acostumbrado contacto directo con el pueblo, o por la influencia recibida de su prédica y ejemplo.
Y es que si no hubiera sido por su enorme sensibilidad social y
nobleza de sentimientos, la desbordante creatividad de su pensamiento
político, que rompió con dogmas y esquemas sacrosantos del marxismo
oficial imperantes en nuestra región y en el mundo; su voluntad
inquebrantable de luchar en las circunstancias más adversas hasta
convertir los reveses en victoria y su genial liderazgo político y
militar, unido a una penetrante visión de futuro, no habría triunfado la
revolución en 1959.
Fidel resultó la casi increíble síntesis en un conductor de las
vertientes más patrióticas y humanistas de una historia, una cultura
artística y literaria y una tradición política nacionales alimentadas
por una temprana, aunque embrionaria, noción de patria de los criollos,
heroicos levantamientos de esclavos, la decisiva impronta intelectual
del padre Félix Varela, 30 años de cruenta guerra popular contra el
colonialismo español, la genial visión y previsión latinoamericanista,
democrática y antimperialista de Martí y las radicales luchas sociales,
políticas y antimperialistas anteriores al ataque al Moncada.
Esas cualidades propiciaron la hazaña intelectual de crear la
estrategia y la táctica para romper con la modorra y el descreimiento
generalizados en la política, organizar a las masas y lanzarlas al
combate. La Manifestación de las Antorchas, El Moncada, la lucha por la
amnistía de los moncadistas, la organización heterodoxa del Movimiento
26 de Julio, el crecimiento y arrolladoras acciones del ejército rebelde
en 1958, el énfasis en la unidad de los revolucionarios, la potente y
unánime huelga general revolucionaria para impedir que la injerencia
yanqui tronchara la victoria del pueblo el primero de enero, jalonaron
el camino a la patria libre y soberana.
No creo que alguien pueda afirmar, o negar rotundamente, que
de no haber surgido Fidel la revolución, ineluctablemente, se habría
desencadenado más adelante, ya que si es cierto que en la sociedad
cubana existían las condiciones objetivas y, en potencia, las
subjetivas, para un estallido revolucionario, lo que es imposible
dirimir es si habría surgido un liderazgo de la envergadura exigida para
tamaña empresa, toda vez que ello depende, entre otras variables, del
azar.
En todo caso, de no haber triunfado una revolución entonces, ya era
indetenible que se hicieran más asfixiantes las cadenas de la oprobiosa
dominación del imperialismo estadunidense sobre la isla, de la
ignorancia, de la mentira, de la explotación, de la corrupción y del
desamparo. Estados Unidos aplicaba en Cuba fórmulas propias de lo que
conocemos hoy como neoliberalismo, que se acentuaron notableme
nte
con la tiranía batistiana. La economía azucarera había entrado en una
profunda crisis que impelía al neocolonialismo a extraer crecientes
cuotas de plusvalía. El hambre y la insalubridad se extendían.
La república nació y malvivió castrada por la grosera intervención de
Estados Unidos en 1898, dilatada luego de mil formas pese a los recios
combates del pueblo cubano. Después del fracaso de la Revolución del
Treinta todos los gobiernos estuvieron estrechamente asociados a la
mafia, la CIA y la banca estadunidenses, además de subordinados a los
intereses de Washington hasta la alborada del primero de enero de 1959.
El imprescindible Imperio de La Habana, de Enrique Cirules lo demuestra
irrebatiblemente.
Únicamente una revolución tan radical y democrática como la
encabezada por Fidel podía poner fin a ese funesto estado de cosas y
encausar la transformación social y cultural más profunda de América
Latian a poco más de cien kilómetros de distancia de Estados Unidos.
Twitter: @aguerraguerra
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