El 11 de septiembre de 2001 (11-S) marcó un antes y un después en la política imperial de EEUU.
No se inventó el agua tibia a partir de este momento, pero sí se
expandieron las lógicas de dominación: racionalidad bélica, discurso
conservador y moralizante, y -sobre todo- predominio del manejo de los
miedos, y de la aplicación de terrorismo de Estado en distintos matices
y formas. Estas lógicas legitiman cualquier razón de Estado. La guerra
en un nuevo formato se presenta como algo cotidiano, normal, en ella
sus efectos más devastadores pueden ser totalmente invisibilizados por
sectores incluidos quienes son los que terminan detentando el poder de
las comunicaciones. Es una estrategia de ocupación política, económica,
administrativa y cultural sin precedentes, impuesta desde la Casa
Blanca.
El sustrato de esta guerra antiterrorista es el miedo. Las personas motivadas por las campañas de miedo ceden sus derechos ante políticas de mayores controles, presencia ostensiva de vigilancia, servicios de inteligencia, sospecha ante el "distinto", ante el "otro", quien puede ser deshumanizado en muy corto tiempo y por lo tanto, se convierte en el enemigo carente de derechos y garantías.
En el plano interno las campañas de guerra y las de seguridad
ciudadana no se distinguen una de otra. Esta ideología influye y
determina las políticas de los países, especialmente la de sus sistemas penales y sus políticas en materia criminal. Toda esta concepción bélica se traduce en políticas criminales autoritarias, represivas, que van en desmedro de derechos fundamentales (extradiciones express, legitimación de detenciones arbitrarias, militarización de la seguridad ciudadana y de todos los controles, excesos policiales y militares, etc…).
Ya
no se trata con ciudadanos que cometen o pueden cometer delitos, ahora
se combate al enemigo de la sociedad. Este enemigo, obviamente,
pertenece a sectores comúnmente marginados y estigmatizados.
Esta
guerra no tiene fronteras ya que el enemigo se encuentra también dentro
del propio país que se intenta proteger, el enemigo puede estar dentro
de tu mismo grupo, partido, casa o incluso ser tú mismo. Esta dimensión
interna nos afecta a todos. Todos somos sospechosos.
El 11-S en parte se caracterizó por su espectacularidad, por atacar un símbolo, en su caso financiero. El ataque al Charlie Hebdo fue también mediáticamente espectacular, más sobrio pero no por ello de menor impacto. Las víctimas fueron cualificadas:
intelectuales, periodistas, caricaturistas; apuntaron al corazón de la
emotividad mediática occidental, generando la solidaridad automática de
todas las empresas de comunicación y de las redes sociales. Este es el
primer paso para la reedición de la política iniciada el 11-S. Es el
11-S versión 2.0, más minimalista, más francés.
El ataque y la posterior huida dejan muchos cabos sueltos
que recuerdan el montón que también se dejaron el 11-S. Este evento
debe encender las alarmas de todos los que luchan por el Estado de
Derecho y por poner límites a los poderes punitivos de los Estados.
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