En diciembre de 2014 se realizó la 47° Cumbre del Mercosur en la ciudad
argentina de Paraná. En aquella ocasión Estados Unidos había anunciado
una batería de sanciones contra Venezuela, que habían sido aprobadas
por el Congreso americano el 10 de diciembre y ratificadas por el
presidente el día 18. Quedaba claro que Estados Unidos no buscaba el
derrocamiento del régimen político sino la adecuación de ese régimen a
las reglas de juego del sistema internacional. El anuncio de las
sanciones sólo mereció una declaración escueta al final de la Cumbre
del Mercosur. El presidente Maduro reclamó la condena a la injerencia
americana en el subcontinente, pero Uruguay y Brasil prefirieron el
silencio, en aras de una relación “madura” con la potencia mundial.
Unos meses después, en marzo de 2015, el presidente Barack Obama
declaró a Venezuela como “una amenaza extraordinaria a la seguridad
nacional de Estados Unidos” y mediante una orden ejecutiva ordenó la
suspensión de visas y el congelamiento de los bienes en territorio
estadounidense de siete funcionarios militares y policiales
venezolanos, cumpliendo con lo anunciado en diciembre de 2014. Dichas
sanciones se relacionan con las 43 muertes producidas en ocasión de las
protestas callejeras del año pasado.
Llamó la atención en
primer lugar, que el vicepresidente del nuevo gobierno uruguayo, Raúl
Sendic, manifestara, refiriéndose a Venezuela, que “ellos están
hablando de injerencias externas. Nosotros no tenemos elementos para
poder acompañar esa afirmación”. Más alarmante es la presencia de
tropas americanas en Perú. Desde febrero hasta setiembre de 2015 un
total de 3325 soldados arribará en tres etapas al país andino para
“combatir el narcotráfico y el terrorismo”, con aprobación del Congreso
de la República.
En segundo lugar, los rumores sobre un
acercamiento entre Brasil y Estados Unidos se vuelven más fuertes y
lógicos en un momento en que el crecimiento económico del gigante
sudamericano se ha estancado, el intercambio comercial con China es más
moderado y el consumo interno disminuye. Brasil necesita con urgencia
impulsar sus exportaciones y el reanimamiento económico de Estados
Unidos lo convierte en un importante demandante de insumos.
En el mes de febrero de 2015 el déficit comercial brasileño ascendió a
2800 millones de dólares, el peor desempeño desde 1980. Y acumula 6000
millones de dólares de déficit comercial en los primeros 70 días de
2015 en comparación con los 4000 millones de déficit de todo el año
2014.
Este acercamiento de Brasil a Estados Unidos representa
un giro para el país que se centró, desde la asunción del presidente
Ignacio Lula Da Silva en el año 2003, en expandir su comercio con
China. La preocupación actual radica en que el crecimiento chino se ha
reducido de 14.7% en 2007 a 7.4% en 2014, reduciendo sus compras de
materias primas brasileñas. El comercio con los países del Mercosur
también se ha desacelerado. Por otro lado, mientras el comercio con
China involucra principalmente commodities, más de la mitad de las compras estadounidenses corresponden a bienes con un alto valor agregado.
Brasil y Uruguay parecieran querer repetir ahora la política exterior
manifestada en la Cumbre del Mercosur en diciembre de 2014.
En tercer lugar la economía estadounidense mostró signos de vigoroso
crecimiento durante el año 2014. En el segundo trimestre la economía
americana creció un 4.6% y en el tercer trimestre el crecimiento se
elevó al 5% interanual. En contra tendencia, el año 2014 cerró con un
crecimiento de apenas el 2.6% interanual en el último trimestre del
año. Sin embargo los analistas pronostican que la economía americana
crecerá un 3% en el año 2015, superando la tasa media del 1% en la
Eurozona y Japón, con Rusia y los países emergentes en recesión. La
tasa china se sigue desacelerando y podría rondar el 7% o incluso
menos. Estados Unidos se ha convertido en el único pilar firme de la
economía global.
Por último, el martes 10 de marzo el
conocido politólogo argentino Atilio Borón afirmaba en el diario Página
12 de Buenos Aires que “Barack Obama, una figura decorativa en la Casa
Blanca que no pudo impedir que un personaje como Benjamin Netanyahu se
dirigiera a ambas cámaras del Congreso para sabotear las conversaciones
con Irán en relación con el programa nuclear de este país, ha recibido
una orden terminante del complejo ‘militar-industrial-financiero’: debe
crear las condiciones que justifiquen una agresión militar a la
República Bolivariana de Venezuela”.
A pesar de que es
infrecuente que un presidente reciba órdenes de sus empresarios como si
fuera un agente ajeno a ellos o como si el Estado fuera una simple
gerencia de la burguesía y no formara parte de las relaciones sociales
del capital, lo cierto es que la reacción sudamericana a la decisión
ejecutiva del presidente Barack Obama se expresó en términos de la
percepción de una fantasmagórica intervención militar perentoria.
La política exterior de Estados Unidos, cada vez más perspicaz en
relación a los países de América Latina, como quedó demostrado en la
reanudación de relaciones con Cuba, produce una respuesta espasmódica
en relación a una inexistente invasión militar mientras logra que las
sanciones efectivamente dictadas sean consideradas en segundo plano y
aceptadas de hecho. El régimen venezolano reedita con éxito interno el
discurso antiimperialista mientras no produce ningún hecho
efectivamente soberano.
La declaración de “emergencia
nacional” de Estados Unidos hacia Venezuela no mereció una respuesta
uniforme de la Unasur ni de ningún organismo multilateral sudamericano.
Con intereses y posicionamientos tan dispares (proamericanos en la
Alianza del Pacífico, intermedios en Brasil y bolivarianos en el ALBA)
la injerencia de Estados Unidos en Venezuela, que nunca será militar,
no encontrará impedimentos.
El fin del ciclo de los commodities es también el fin de la ventana de oportunidad que tuvieron los países sudamericanos y no supieron aprovechar.
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