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sábado, 4 de octubre de 2014

Perú, 3 de octubre



El 3 de octubre podría ser un día cualquiera. Pero en la historia social del Perú tiene un contenido especial. El 3 de octubre de 1948 se sublevo parte de la Marina peruana bajo la batuta del Comandante Enrique Águila Pardo y un conjunto de altos oficiales, con la idea de hacer frente a un escenario caótico signado por la corrupción y el desgobierno imperante.
Lo significativo fue que el marino que tomó el mando del BAP Miguel Grau y otros buques de guerra, era una voz que clamaba en medio del desorden y tenía propósitos políticos definidos de corte progresista. Estaba, además, rodeado de civiles con ideas avanzadas que pensaban en un país distinto al que habían heredado. Fueron, quizá, el antecedente de lo que ocurriría 20 años más tarde.
Ellos, se habían sumado a las filas del Partido Aprista, ganados por una prédica radical y un mensaje de esperanza que iluminaba la conciencia de quienes buscaban un cambio social, y un proceso emancipador continental.
La historia cuenta que la insurrección fue traicionada por Haya de la Torre y los principales dirigentes del Partido, que entregaron información necesaria a los altos mandos castrenses para que debelaran la acción y finalmente asesinaran alevosamente al jefe del movimiento.
Pocas semanas después, el 27 de octubre de ese año, el núcleo militar más reaccionario, coludido con los Exportadores y alentado por el ya entonces enlace de los Servicios Secretos de los Estados Unidos, Eudocio Ravines Pérez, se hizo del Poder mediante un simple Golpe de Estado. Fue ese, es inicio de la “dictadura del Ochenio”.
El Perú, de ese modo, pasó con la Venezuela de Pérez Jiménez, la Colombia de Rojas Pinilla; el Paraguay de Stroessner; y las Repúblicas Centroamericanas lideradas por Somoza, Batista, Rafael Leonidas Trujillo, el Papa Doc Duvalier y otros; ha convertirse en un eslabón firme en la cadena de dominación norteamericana.
Tal situación, se extendió durante veinte años bajo el pretexto de la “Guerra Fría”, sustentado por el gobierno yanqui en el afán de dominar y maniatar a los pueblos de nuestro continente.
El 3 de octubre de 1968, ocurrió un nuevo episodio de la historia nacional. También fueron uniformados los que tomaron en sus manos la tarea de hacer frente a la clase dominante, en procura de transformar el país. Al mando de la acción, un general del Ejército -Juan Velasco Alvarado- asumió la conducción del gobierno y dio inicio a la transformación más profunda del escenario peruano abriendo camino a una real posibilidad de progreso y desarrollo.
Los militares del 68, tomaron conciencia del drama nacional a partir de su propia experiencia. Ellos tuvieron la responsabilidad de “sacar la cara” por el incipiente capitalismo, y el Estado semi feudal que imperaba en ese entonces, y que vivía acosado por al ascenso del proletariado urbano y el vigor de poblaciones campesinas que luchaban contra la explotación y la miseria.
Fue esa realidad, la que generó grandes luchas sociales en el periodo precedente e indujo a valerosos combatientes -como Javier Heraud y Luís de la Puente- a tomar las armas en busca de un nuevo derrotero. Evocando esa realidad, el 28 de julio de 1969, diez meses después de la toma del Poder, Juan Velasco, apostrofando la venalidad de la clase dominante y el contubernio que mostraron hacia ella los partidos tradicionales aupados en la conducción del Estado, diría:
“Aquí hubo olvido punible de responsabilidades que siempre debieron ser honradas. Hubo abandono execrable de ideales que debieron mantenerse. Hubo defraudación de una inmensa esperanza colectiva. Hubo violación del juramento de servir a la patria por encima de todas las cosas. Y hubo tráfico con la fe de un pueblo que supo esperar y confiar en falsos adalides, quienes, desde el Poder, renegaron de la causa sagrada que un día ese pueblo puso en sus manos para que siempre fuera defendida…”.
Cuando ocurrieron los hechos del 68, hubo base para la desconfianza ciudadana hacia los militares insurrectos. Pero ella fue enfrentada con firmeza, y derrotada por la realidad. Seis días después del 3 de octubre, los tanques del ejército peruano ocuparon los campos petroleros de Talara y esa significativa riqueza, en manos hasta ese entonces en manos de la Internacional Petróleum Cómpany, pasó a ser propiedad de la nación.
En esos años la resistencia contra el Imperio, en esta parte de mundo la encarnó Cuba, el mensaje de Fidel y la lucha de su pueblo. Esa fue la aurora en cuya huella transitaron las expectativas de las grandes mayorías agobiadas por el atraso y la miseria.
Hoy nadie que no esté comprometido con los intereses anti nacionales de los explotadores, duda del carácter progresista y positivo del proceso de Velasco. Incluso quienes lo combatieron antes, perciben claramente su error. En unos casos se muestran renuentes a hacer autocrítica, pero admiten que se equivocaron cuando combatieron esos cambios y buscaron -vanamente- sembrar duda y desconfianza en torno a ellos.
El proceso emancipador peruano tuvo resonancia continental. Militares progresistas en Puerto Cabello y Carúpano, se alzaron en armas en la Venezuela de entonces procurando restaurar el mensaje de Bolívar. En Uruguay, el Frente Amplio, liderado por el general Líber Seregni abrió una nueva mirada al escenario charrúa, e influyó también en militares “peruanistas” en la Argentina de los años sesenta.
En Chile, militares como el general Pratts respetaron la valerosa lucha de su pueblo. Allí, la histórica batalla de los trabajadores, abrió paso al Gobierno de la Unidad Popular y al epónimo ejemplo de Salvador Allende. Y en Bolivia, el general Juan José Torres buscó un camino emancipador que restaurara el mensaje independentista tan demandando por los pueblos. Incluso en Panamá, Omar Torrijos se alzó con un encendido discurso de corte nacional por la recuperación del Canal, usado y administrado en ese entonces por los yanquis.
Cuando el proceso latinoamericano tomó forma, ocurrió lo previsible: la mano del Imperio conspiró, y usó todos los recursos a su alcance para derrotar los cambios, exterminar a sus auspiciadores y escarmentar a los pueblos. Así ocurrieron sangrientos episodios en distintos países hasta que, finalmente, el fascismo pudo restaurar el dominio de Gran Capital.
Pero como la historia no retrocede, ni se detiene jamás, hoy nuevamente soplan en América los vientos del cambio. Cuba sigue enhiesta, pero ahora su lucha no es solo compartida por los pueblos. Hay varios gobiernos de nuestro continente que enarbolan los mismos pendones en la antesala del Bicentenario de la Independencia Americana. Desde el pequeño Salvador hasta el sur del continente, pasando por Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Brasil, Argentina y Chile; asoman procesos de diversa intensidad, unidos sin embargo, por un mismo propósito. Cada quien hace su tarea, pero todos miran el futuro con la esperanza puesta en la capacidad de lucha de las poblaciones.
Para horror de los filisteos de todo pelaje que se desgañitan lanzando improperios de grueso calibre en contra del proceso emancipador de América latina, marcha su mensaje. Y se afirmará en los procesos electorales próximos, previstos para Bolivia, Brasil y otros países, afirmando la ruta de victoria que diseñaran los Libertadores.
Nosotros, estamos retrasados. Sufrimos la derrota a partir de 1975 y los efectos de la restauración de un Perú Oligárquico, envilecido y corrupto que hoy tiene maniatada incluso la conciencia de muchos. Como aseguró recientemente Oscar Ugarteche “el Perú viene pasando por un proceso insólito de auge económico y desintegración política desde los años 90”. A su manera, entoncesconserva vigencia el mensaje de los militares peruanos del 3 de octubre del 68.
Ellos hicieron historia y leyenda. En nombre de ella sigue, también aquí, la dura batalla por la liberación y la justicia.
Gustavo Espinoza M. Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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