Se lee en Wikipedia que la guerra es la forma de conflicto socio-político más grave entre dos o más grupos humanos. Es quizá una de las más antiguas de todas las relaciones internacionales,
aunque se convierte en un fenómeno particular con el comienzo de las
civilizaciones, y supone el enfrentamiento organizado de grupos humanos
armados, con el propósito de controlar recursos naturales o humanos, o
el desarme,
o para imponer algún tipo de ideología o religión, sometimiento y, en
su caso, destrucción del enemigo. Las guerras se producen por múltiples
causas, entre las que suelen estar el mantenimiento o el cambio de
relaciones de poder, dirimir disputas económicas, ideológicas, territoriales, etc.
Aunque las noticias cotidianas nos demuestran que en diversas partes
del mundo se están desarrollando diversos tipos de guerras y con
diferentes intensidades, existe en el mundo de la informática y la
hipercomunicación otro tipo de guerra, la cual se lleva a través de los
medios disponibles en la actualidad, y sin utilizar armas de
destrucción material. Sino otras más letales, las de la información
tergiversada, la desinformación, o la calumnia abierta y descarada.
En estos momentos de nuestra historia interior estamos viendo cómo, un
grupo conformado por los más variopintos intereses gremiales, ha
declarado la guerra (en otro sentido diferente al del uso de las armas
de destrucción) y realizado algunas escaramuzas en contra del partido
gobernante, y en particular en contra del Presidente de la República.
Las señales son claras y no ameritan discusión alguna.
Las
relaciones de poder tal como funcionan en una sociedad como la nuestra
se han instaurado, en esencia, bajo una determinada relación de fuerza
establecida en un momento determinado, y si es cierto que el poder
político hace reinar o intenta hacer reinar una paz en la sociedad
civil, no es para suspender los efectos de la guerra o para neutralizar
el desequilibrio puesto de manifiesto en la batalla final; el poder
político, según esta hipótesis, tendría el papel de reinscribir,
perpetuamente, esta relación de fuerza mediante una especie de guerra
silenciosa, de inscribirla en las instituciones, en las desigualdades
económicas, en el lenguaje, en fin, en los cuerpos de unos y otros.
La política como guerra continuada con otros medios sería en este
primer sentido un dar la vuelta al aforismo de Clausewitz; es decir, la
política seria la corroboración y el mantenimiento del desequilibrio de
las fuerzas que se manifiestan en la guerra. Pero la inversión de esta
frase quiere decir también otra cosa: en el interior de esta «paz civil»,
la lucha política, los enfrentamientos por el poder, con el poder, del
poder, las modificaciones de las relaciones de fuerza, las
acentuaciones en un sentido, los refuerzos, etc., todo esto en un
sistema político no debe ser interpretado más que como la continuación
de la guerra, es decir, debe ser descifrado como episodios, fragmentos,
desplazamientos de la guerra misma.
No se escribe sino la
historia de esta guerra aun cuando se escribe la historia de la paz y
de sus instituciones. La vuelta dada al aforismo de Clausewitz quiere
decir en fin una tercera cosa, que la decisión final no puede provenir
más que de la guerra, de una prueba de fuerza en la que, por fin, las
armas serán los jueces. La última batalla seria el fin de la política,
solo la última batalla suspendería, pues, indefinidamente el ejercicio
del poder como guerra continua.
Sabíamos desde hace ya
bastante tiempo que no le sería fácil al Partido Acción Ciudadana
apropiarse del gobierno de la república mediante unas elecciones
limpias, lo cual realizaron para sorpresa de todos, y mucho más aún
gobernar en contra del inmenso tramado de intereses gremiales,
políticos y económicos que prostituyeron el ejercicio gubernativo, en
manos de los partidos políticos tradicionales, en beneficio de pequeños
grupos de poder y en contra de los ciudadanos todos. Causando un
empobrecimiento asombroso, unos índices de desigualdad nunca antes
experimentados, y una cultura de corrupción que cubre todas las
actividades del país, públicas y privadas, gremiales y personales,
aceptada como nuestra forma ser propia y generalizada.
En las
últimas semanas hemos presenciado diversas escaramuzas de esa guerra.
La primera de ellas tiene que ver con el presupuesto gubernamental del
año 2015 en la Asamblea Legislativa. En ésta se notan dos realidades
evidentes: es cierto que la austeridad no se demuestra en él, pero
parte de la responsabilidad del enorme incremento se debe a la
voracidad sin límites de las organizaciones del Estado, de todos los
poderes, que no se han alineado ni se alinearán jamás a las normas de
austeridad propuestas por el PAC. Todas ellas, acostumbradas al
despilfarro consuetudinario del PLN y del PUSC, y con administrativas
visibles pertenecientes o simpatizantes a esos partidos, no asumirían
la postura propuesta, además de que nunca renunciarían a los onerosos
beneficios que gozan los burócratas públicos. Además, se contraponen
dos concepciones divergentes (con relación al déficit fiscal) entre dos
corriente de pensamiento económico, lo cual no lleva a ninguna parte.
Por otro lado, los medios de comunicación masiva no han mencionado, o
si lo han hecho lo realizaron de pasada y sin destaque alguno, los
logros obtenidos en el incremento de los ingresos por el Ministerio de
Hacienda, que es la otra propuesta para hacer manejable el déficit del
gobierno. Una vez más se observa la complicidad de ciertos medios de
comunicación con intereses gremiales y económicos a los que no les
conviene que se modifique el modelo neoliberal que ha sido impuesto en
nuestro país, con las desastrosas consecuencias que ya hemos
mencionado.
La segunda tiene que ver con los dimes y diretes
entre el ICE y el Gobierno Central. Nuevamente esta organización
autónoma se maneja como una república independiente, con la complicidad
–además- de la autoridad Reguladora de los Servicios Públicos. Y las
posturas de otros organismos públicos, que no se terminan de alienar a
los parámetros del nuevo gobierno. La mejor descripción de lo que está
pasando es aquella frase de “acostarse con el enemigo”.
La
tercera se refiere a la bofetada impartida por los jueces de la Corte
Suprema de Justicia (Liberacionista en un alto porcentaje de sus
miembros) a todos los ciudadanos, con la reelección del Fiscal General
de la República, ya que les conviene continuar con el régimen de
impunidad establecido por dichos políticos desde hace ya décadas, y que
cubre con su negro manto de corrupción desde funcionarios públicos
anteriores, empresarios venales y corruptos, socios en sus tropelías
con los políticos de turno, jerarquías religiosas dedicadas a la
intermediación financiera ilegal, y muchos más. Y mientras tanto se
despliega una noticia de que se condena a unos hermanos a cinco años de
cárcel, por robarse una vaca. Así es como percibe el pueblo la
administración de justicia en nuestro país.
La cuarta, que aún
se está desarrollando, es la de la huelga de JAPDEVA. Esa cueva de
sinvergüenzas que se amparan en un Convenio Colectivo que es el epítome
de todas las barbaridades que no se deberían cometer en una
negociación, y que ahora están metidos a políticos, cuando en realidad
lo que pelean y defienden son sus intereses gremiales. No les importa
en absoluto el beneficio de la Provincia de Limón, y se agarran de la
concesión de un puerto de alto calado indispensable para nuestro país,
para exponer argumentos absurdos, con el respaldo (según los medios) de
100 sindicatos más, y algunos políticos oportunistas. Sobre todo cuando
diversas instancias judiciales han sentenciado en su contra, en las
oportunidades en que han querido lograr detener el proyecto (que lleva
ya varios años de retraso por ello) con demandas judiciales, y que
ahora se amparan en los grupos ambientalistas.
Es decir, la
declaración de guerra de la que hablamos hace unas cuantas semanas
atrás, se ha hecho realidad. Ahora nos falta esperar que se abran
nuevos frentes de batalla.
Lo que nunca dejaremos de respaldar
será la legalidad, la defensa de las leyes y sentencias judiciales (a
pesar de que en algunos casos no compartimos el criterio de
imparcialidad que debería existir, porque allí también “se cuecen
habas”, como se dice), y en eso estamos de acuerdo con el señor
Presidente, quien juró ante todos nosotros defender la Constitución y
las Leyes de la República, y no como gobiernos anteriores, que hicieron
lo mismo (juraron) pero se dedicaron a defender a los grupos de poder e
influencia existentes.
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