La Izquierda Diario
Los
Gobiernos del Cono Sur latinoamericano parecen inclinarse hacia un
moderado centro. Tomando en cuenta la historia de la última década,
esto significa un evidente giro a la derecha.
Con sus particularidades nacionales, los ciclos de Uruguay, Brasil y
Argentina (y, hasta cierto punto, antes Bolivia) viven presentes
similares. El extraordinario viento de cola de la economía mundial
ya no parece favorecer a la región con la misma intensidad que en los
últimos diez años, aunque tampoco la situación derive, por ahora, en
crisis catastróficas. Allí se encuentra la base para las transiciones
relativamente “ordenadas” que se están sucediendo en los países
sudamericanos.
Esto no significa que las tendencias al
agotamiento no tengan expresiones contundentes. En Brasil fueron las
multitudinarias jornadas de junio de 2013 las que marcaron un antes y
un después en la historia de la lucha social en el país-continente,
seguidas por una oleada de huelgas obreras. La peor elección del
Partido de Trabajadores en sus doce años de Gobierno estuvo signada por
esa irrupción que dejó la calle en la superestructura de la política.
En Chile, el movimiento estudiantil, que viene actuando como “caja de
resonancia” del malestar de todas las clases, también impone la agenda
al segundo mandato de Bachelet. Del mismo modo en el país vecino hay un
resurgir de la movilización y de la actividad sindical, incluso con
tendencias similares a lo que en nuestro país se conoce como
“sindicalismo de base”. En la Argentina, si bien se vive una coyuntura
de cierto quietismo impuesto a nivel de movilizaciones de masas (no así
de luchas intensas de vanguardia, como la emblemática Lear), los
últimos años estuvieron cruzados por el enfrentamiento del movimiento
obrero con el Gobierno, relativamente contenido por las dirigencias
sindicales.
Esta realidad pone en cuestión la descripción un
tanto esquemática que hace José Natanson de las diferentes dinámicas
-tanto sociales como políticas- que caracterizan a Brasil, Chile y
Argentina. Afirma el director de Le Monde Diplomatique (Edición Cono
Sur) en un artículo de la Revista Ñ:
“Podríamos decirlo así: si en la Argentina el liderazgo de los procesos
históricos ha descansado desde el comienzo en la sociedad, dotada de
una fuerte aspiración de movilidad ascendente y un espíritu reclamante
de una vitalidad asombrosa, y si en Chile el que manda, al menos desde
el golpe de Pinochet, es el mercado, caben pocas dudas de que el
principal orientador histórico de Brasil es el Estado”.
Si esta
afirmación -sin negar su aspecto de verdad- es cuestionable para un
país como Brasil, que dio nacimiento desde las entrañas de la
“sociedad” a movimientos como el MST (Movimiento Sin Tierra) o al mismo
Partido de Trabajadores, luego de la última década de crecimiento
económico y de Gobiernos de contención las aspiraciones de la
“sociedad” (o, dicho en términos marxistas, de las clases sociales)
están muy por arriba de lo que los Gobiernos “progresistas” son capaces
de conceder en la actualidad. En estas condiciones y en este momento de
la subjetividad se impuso el límite a las variantes más abiertamente
derechistas, como Aécio Neves en Brasil o Lacalle Pou en Uruguay.
También
subieron las aspiraciones del “mercado” ante las tendencias a la crisis
económica en la región. El caluroso recibimiento al triunfo de Dilma
Rousseff por parte de la Bolsa de San Pablo, en una especie de
“vandorismo financiero”; demuestra que, pese a no haber consagrado al
candidato que consideraban más “orgánico” y 100 % del palo, igualmente
están dispuestos a imponer su agenda. El primer discurso de la
reelegida presidenta brasileña confirmó que se prepara para recibirlos
con los brazos y el corazón abiertos, pese a que le hablaron
salvajemente con el bolsillo. Precisamente, como la táctica es “golpear
para negociar”, el segundo día poselecciones, y con “la expectativa de
que el Gobierno anuncie nombres más alineados con el mercado” para el
Ministerio de Economía, el índice Bovespa (Bolsa de Valores de San
Pablo) se recuperó a los niveles prebalotaje.
En la Argentina,
ese camino a la “apertura” del Estado hacia el mercado y a un nuevo
ciclo de endeudamiento fue iniciado por Cristina Fernández y trabado
por los buitres. Scioli aparece, dentro de la coalición oficial, como
lo más parecido a la continuidad. Parafraseando a Gramsci, la expresión
en nuestro país del momento del “ya no más” de los Gobiernos
“progresistas” (por lo menos en los términos en los que se los conoció
hasta ahora) y “el todavía no” de alternativas claras por derecha o
izquierda tiene como consecuencia un “fenómeno aberrante”. La
aberración criolla se llama Scioli, hablando contra la derecha, los
buitres, y hasta por la defensa de la “Patria Grande”. Con La Cámpora
haciendo de comparsa del nuevo “sciolismo para la liberación”.
Con
diferentes estilos y adecuados a sus realidades nacionales, los
Gobiernos “progresistas” reelegidos (o todavía en el poder) se
proponen, luego de derrotar a la derecha en las urnas, terminar de
liquidarla con un método muy particular: tomando una parte importante
de su agenda.
La contradicción que enfrentan hacia el futuro es
que, luego de una década de experiencia política, de recomposición
social y de retorno de la lucha de clases, entre el mercado y el Estado
está la calle, con una renovada aspiración y una asombrosa vitalidad.
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