Perú
Como
el personaje de Molière, que escribía en prosa sin saberlo, los
colectivos de la izquierda oficial hicieron suyo, sin conocerlo, el
viajo aforismo de Goethe: “no basta querer una cosa, hay que hacerla”. Y forjaron un acuerdo unitario por Lima que dio que hablar en la semana que termina.
No obstante, la Unidad no es un fin por sí misma. Es un medio destinado
a alcanzar otros fines más altos. Es bueno recordarlo ahora cuando, en
el marco de un comprensible entusiasmo, se ha anunciado la confluencia
de diversas fuerzas concertadas en una misma voluntad: la lucha por la
reelección de Susana Villarán en el Municipio capitalino.
Al mediodía del miércoles pasado, en efecto, casi algo más de 40
representantes de 7 organizaciones de distinto signo convergieron en la
Casa del Maestro para anunciar, ante los medios presentes, una voluntad
común: apoyar a la actual alcaldesa metropolitana para que “continúe su obra”.
Aunque se llame formalmente “Coalición Democrática por Lima”,
las fuerzas que la integran son Partidos Políticos que tienen -por lo
menos en el papel- estructura y vigencia nacional, y no sólo limeña.
Cabe por eso preguntarse: ¿Es esa la unidad que tanto se ha pregonado?
Si, y no.
Si, porque es una buena noticia el saber que las
coincidencias se han puesto por delante de las diferencias, y que se ha
levantado una carta que en Lima puede alzarse nuevamente con la
victoria y asestar un duro revés a la Mafia apro-fujimorista.
Y no, porque es una convergencia bastante incompleta. No se sabe cómo
el acuerdo habrá de proyectarse en los distritos limeños en los que
también habrá consulta edil. Y tampoco se tiene idea cómo habrá de
proyectarse esa unidad en el plano nacional, habida cuenta que, el 5 de
octubre próximo, habrá de elegirse tanto a municipios en todo el país
como gobiernos regionales a lo largo y ancho de la patria. Tampoco se
tiene idea de lo que ocurrirá, en ese campo, el 2016, aunque el
antecedente éste resulte alentador.
Es claro que Susana
Villarán tiene limitaciones de orden ideológico, político y aun
práctico. Su propia opción de “izquierda” resulta discutible por su
errática actitud ante el proceso liberador que envuelve a nuestro
continente. Pero el hecho es que la Izquierda no ha logrado levantar
ninguna otra propuesta que pudiese interesar al electorado.
En ese escenario, el acuerdo limeño asoma como un paso pequeño -pero,
un paso, al fin- que podría alimentar entendimientos en otras áreas y
escenarios de la vida nacional y abrir perspectiva para un acuerdo aún
más amplio para los comicios del 2016. ¿Será eso posible? “¡Cosas veredes, Sancho…” solía decir el Quijote ante determinadas circunstancias.
Hay quienes detestan a Cecilia Valenzuela o a Aldo M., pero ellos
cumplen una tarea indispensable: nos dicen con extrema precisión qué es
lo que debe hacer el movimiento popular para avanzar. Solo que lo dicen
al revés. Es decir, nos colocan ante la imperiosa necesidad -siempre-
de hacer exactamente lo contrario de lo que ellos quieren. Esa es una
brújula que, si la sabemos manejar como corresponde, nos permitirá
llegar a un buen destino siempre. No tiene pierde.
Pues bien.
Ellos criticaron acerbamente el acuerdo anunciado, y al que aludimos.
Entonces, no hay duda. Fue un buen paso. Ahora, hay que hacer lo que
ellos no quieren: concretarlo en cada distrito limeño y extenderlo a
todo el territorio nacional, asegurando que esa unidad se proyecte en
cada lugar. ¿Será posible? ¡Ese es el tema!
Y es que,
independientemente de lo que se haya logrado en términos concretos, esa
unidad fue la que permitió vencer a la reacción ya tres veces antes: en
noviembre de 1983, cuando Alfonso Barrantes fue electo en Lima; en el
2010, cuando se ganó con Susana Villarán la alcaldía capitalina; y en
junio del 2011 cuando se batió a Keiko Fujimori impidiendo el retorno
de la Mafia al Poder.
Si lo hicimos ya en tres ocasiones, eso
significa que podremos hacerlo en una cuarta oportunidad, y en una
quinta. Y en muchas más. Sólo que hay que persistir sin desmayo en la
tarea, y asegurar que esa unidad se consolide y se amplíe.
Ahora lo vamos a ver, porque cuando la Villarán ganó el 2010, lo hizo
sin bases. En otras palabras, ganó el municipio de Lima, pero perdió
prácticamente en todos los distritos de la capital. Eso no debiera
ocurrir en ningún caso ahora. En 1983, con Barrantes, la Izquierda ganó
en todo el cinturón limeño.
San Martín de Porras, Comas,
Independencia, Villa El Salvador, Villa María Ate Vitarte, Santa Anita
y muchos otros, tuvieron autoridades que, en ese momento, asomaron
comprometidas con el pueblo. Algunas hicieron honor a ese compromiso, y
otras fallaron. Pero la unidad que les dio origen, fue una lección para
todos.
En ese momento no había gobiernos regionales, pero
ahora los hay. Si se lograra coronar, en los niveles indispensables, un
acuerdo unitario, la victoria sería casi automática en Arequipa, Puno,
Cusco, Huancayo, Chimbote, Cajamarca y otras ciudades y regiones.
De no ocurrir eso, asomarán movimientos de orden local o regional que
bien podrían interpretar los anhelos populares. Eso, estaría bien.
Lamentable sería, en cambio, que en esas plazas triunfen candidatos de
la derecha o de la mafia no porque tengan más crédito popular, sino
apenas porque proyecten más imagen que una izquierda dividida y
atomizada.
Hay que privilegiar dos grandes temas: la
necesidad de forjar la unidad como un instrumento para avanzar. Es
decir, como una herramienta que nos permita organizar a las masas, y
politizar a la ciudadanía alentando y promoviendo las luchas por
legítimas banderas en todo el país.
Eso nos permitirá vencer
de manera rotunda y contundente a los enemigos del pueblo, que pululan
a partir de la discordia y el enfrentamiento sembrado artificialmente
entre hermanos. Nos permitirá, además, tener una exacta noción de lo
que es la mafia que rigió la vida del país en el pasado.
A ese conejo, al que algunos le temen creyendo que es un león, hay que
vencerlo en el plano político, para luego derrotarlo en el escenario
electoral. En otras palabras, hay que ganarles a ellos la batalla por
la conciencia de la gente, para sumar más votos en las ánforas. Nunca
al revés.
Una victoria del movimiento popular en octubre del
2014 resulta indispensable como un aire nuevo que proyectará un nuevo
aliciente para el 2016. Y será así no sólo en el plano interno, donde
hay que pararle el macho a una oligarquía envilecida, pero
envalentonada, que se cree dueña del Perú y su destino; sino también en
el plano exterior, en una circunstancia en la que arrecia la ofensiva
mediática contra Cuba y los planes golpistas contra la Venezuela
Bolivariana.
Ya está marcado el escenario del futuro. Pronto
habrá también elecciones en Argentina, Bolivia, Ecuador y Brasil. En
ellas, la puntería de los pueblos habrá de doblegar la soberbia
embestida de la reacción, y consolidará el proceso independentista y
liberador que hoy toma fuerza en el escenario continental.
Nuestra lucha -lo hemos dicho en diversas ocasiones- puede
desarrollarse en el territorio peruano; pero no es una lucha local. Es
la batalla libran hoy los pueblos de nuestro continente en la ruta de
quienes combatieron por lo mismo hace más de doscientos años.
Por circunstancias concretas, ellos dejaron inconclusa la tarea que las generaciones de hoy tienen el deber de culminar.
Vivimos una época nueva en la que debe afirmarse una histórica formulación de Julio Antonio Mella: “Luchar
por la Revolución Social en la América no es una utopía de locos o
fanáticos; es luchar por el próximo paso de avance en la historia”.
Convengamos, entonces: la unidad no es un fin en sí misma. Es una herramienta que nos ayudará a alcanzar otros fines.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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