En
el lenguaje de la ultraizquierda mundial, el término
“pequeña-burguesía” sigue teniendo hoy en día un contenido semántico
negativo, peyorativo e insultante. Es como si se tratara de un “pecado
original” que no solo se hereda generacionalmente, sino que además se
adquiere como una enfermedad contagiosa. Pero la “extracción de clase”
no es obstáculo alguno para defender teórica- y prácticamente- los
intereses de la clase obrera. Allí están los ejemplos en los libros de
historia, comenzando por Marx, Engels, Lenin, Fidel, Allende, Guevara y
muchos otros más.
Desde el punto de vista científico social marxista, la pequeña burguesía es una clase social intermedia entre la gran burguesía y el proletariado; las dos clases antagónicas por antonomasia, a decir de Carlos Marx y Federico Engels. En el sentido marxista es que se utiliza aquí el concepto de “pequeña-burguesía”, es decir, como parte complementaria de la sociedad burguesa moderna que oscila dialécticamente entre la burguesía y el proletariado. Es un estrato socio-económico ondulante y ambivalente, cuya participación político-ideológica – reaccionaria o revolucionaria –, dependerá de la coyuntura política nacional concreta, de una situación de crisis económica específica o de otras circunstancias fortuitas; factores externos que actúan sobre este estamento social como un resorte político-económico, social e ideológico. Así pues, la influencia de la pequeña-burguesía en el contexto de la conducción de la lucha política, reivindicativa y revolucionaria, aumentará o disminuirá dialécticamente en dependencia de la fuerza o debilidad organizativa y sobretodo, del nivel de conciencia de clase para sí de la clase obrera.
Un sector social importante dentro de la “pequeña-burguesía” desde el punto de vista político, es la llamada “intelligenzija”, término ruso que se utiliza, tanto para referirse a la élite intelectual – personas con alta formación profesional y cultural ─, como para designar a todos los ciudadanos con preparación académica que no están directamente vinculados al proceso productivo.
La historia de los últimos cincuenta años en América Latina – se puede ir más lejos, si se quiere – ha estado marcada por la influencia política de la pequeña-burguesía. Tanto de la reaccionaria como de la izquierdista. A partir de la experiencia exitosa de la revolución cubana en 1959, se desarrolló en El Salvador una fuerte e intensiva lucha político-ideológica al interior del partido comunista salvadoreño (PCS). El cuestionamiento a la vía parlamentaria con el fin de obtener cuotas de poder en el Estado burgués, fue uno de los temas neurálgicos, entre otros, que provocó la ruptura orgánica de siete militantes comunistas con el partido, entre los cuales se encontraba el obrero Salvador Cayetano Carpio, a la sazón secretario general. En la concepción político-militar de Carpio, a la clase obrera le correspondía el rol histórico de conducir la lucha de clases en El Salvador.
Salvador Cayetano Carpio, fundador de la Fuerzas Populares de Liberación-Farabundo Martí (FPL-FM) el 1 de abril de 1970, era panificador, pero no pacificador de la lucha de clases salvadoreña. Así lo expresó él mismo en una entrevista con la socióloga chilena Marta Harnecker en 1982: “Yo surgí como dirigente, producto de la propia lucha de clases... Para mí el concepto de combatividad de los obreros es un concepto que estaba ligado a la lucha ilegal. En ese tiempo, tal vez lo que nos favoreció fue que no existía ninguna ley favorable al movimiento obrero, no había Código de Trabajo ni había nada… De manera que todo había que hacerlo a la fuerza, había que cerrar las fábricas a la fuerza. Dentro de ese contexto fue que yo surgí. Mi escuela de lucha de clases era la combatividad. Y desde entonces fuimos arrancando a la patronal y al gobierno, con lucha y con violencia de masas, cada una de las leyes que favorecían al movimiento obrero”.
El nuevo gobierno salvadoreño, presidido por los antiguos comandantes de las FPL-FM, Salvador Sánchez Cerén y Oscar Ortiz, decidirá el futuro político-social y económico del pueblo salvadoreño en los próximos cinco años. Según informa la prensa salvadoreña, dos antiguos miembros de las FPL formarán parte del futuro gobierno. Se trata de Hugo Martínez como Ministro de Relaciones Exteriores y Hato Hasbún, quien fungirá como Secretario para el Diálogo Político, Social y Económico, es decir, el interlocutor oficial con la gran burguesía salvadoreña. El actual Ministro de Obras Públicas, Gerson Martínez, también ex comandante de las FPL, es otro de los candidatos que podría ocupar una cartera en el nuevo gobierno salvadoreño.
Vistas así las cosas, la hora de la pequeña burguesía izquierdista salvadoreña llegará en primavera. Ojalá sea un buen augurio para el pueblo trabajador salvadoreño, que aquellos mismos hombres y mujeres que en la década de los setenta del siglo pasado, cuando todavía eran jóvenes románticos y soñadores de futuros de leche y miel para “los tristes más tristes del mundo”, tengan hoy por fin, la oportunidad de demostrar que los ideales de su generación no fueron “masturbaciones político-ideológicas” juveniles.
No se le pide milagros al nuevo gobierno. Ni la destrucción del estado burgués ni la erradicación de todos los males que genera el capitalismo. Pero si, que lleve a cabo – por lo menos– las medidas mínimas “concretas y posibles” para mitigar la pobreza, el desempleo y la violencia organizada, pensando en la clase obrera salvadoreña, en el campesinado pobre, en los que no tienen nada que comer, en los héroes y mártires de la revolución salvadoreña y en los más de setenta y cinco mil muertos que dejó la guerra revolucionaria. Es más, lo exige la parte del pueblo que votó por el FMLN.
Esa será la vara histórica con que se medirá la gestión del primer gobierno compuesto por ex guerrilleros marxistas en América Latina.
Blog del autor: http://robiloh.blogspot.de/
Desde el punto de vista científico social marxista, la pequeña burguesía es una clase social intermedia entre la gran burguesía y el proletariado; las dos clases antagónicas por antonomasia, a decir de Carlos Marx y Federico Engels. En el sentido marxista es que se utiliza aquí el concepto de “pequeña-burguesía”, es decir, como parte complementaria de la sociedad burguesa moderna que oscila dialécticamente entre la burguesía y el proletariado. Es un estrato socio-económico ondulante y ambivalente, cuya participación político-ideológica – reaccionaria o revolucionaria –, dependerá de la coyuntura política nacional concreta, de una situación de crisis económica específica o de otras circunstancias fortuitas; factores externos que actúan sobre este estamento social como un resorte político-económico, social e ideológico. Así pues, la influencia de la pequeña-burguesía en el contexto de la conducción de la lucha política, reivindicativa y revolucionaria, aumentará o disminuirá dialécticamente en dependencia de la fuerza o debilidad organizativa y sobretodo, del nivel de conciencia de clase para sí de la clase obrera.
Un sector social importante dentro de la “pequeña-burguesía” desde el punto de vista político, es la llamada “intelligenzija”, término ruso que se utiliza, tanto para referirse a la élite intelectual – personas con alta formación profesional y cultural ─, como para designar a todos los ciudadanos con preparación académica que no están directamente vinculados al proceso productivo.
La historia de los últimos cincuenta años en América Latina – se puede ir más lejos, si se quiere – ha estado marcada por la influencia política de la pequeña-burguesía. Tanto de la reaccionaria como de la izquierdista. A partir de la experiencia exitosa de la revolución cubana en 1959, se desarrolló en El Salvador una fuerte e intensiva lucha político-ideológica al interior del partido comunista salvadoreño (PCS). El cuestionamiento a la vía parlamentaria con el fin de obtener cuotas de poder en el Estado burgués, fue uno de los temas neurálgicos, entre otros, que provocó la ruptura orgánica de siete militantes comunistas con el partido, entre los cuales se encontraba el obrero Salvador Cayetano Carpio, a la sazón secretario general. En la concepción político-militar de Carpio, a la clase obrera le correspondía el rol histórico de conducir la lucha de clases en El Salvador.
Salvador Cayetano Carpio, fundador de la Fuerzas Populares de Liberación-Farabundo Martí (FPL-FM) el 1 de abril de 1970, era panificador, pero no pacificador de la lucha de clases salvadoreña. Así lo expresó él mismo en una entrevista con la socióloga chilena Marta Harnecker en 1982: “Yo surgí como dirigente, producto de la propia lucha de clases... Para mí el concepto de combatividad de los obreros es un concepto que estaba ligado a la lucha ilegal. En ese tiempo, tal vez lo que nos favoreció fue que no existía ninguna ley favorable al movimiento obrero, no había Código de Trabajo ni había nada… De manera que todo había que hacerlo a la fuerza, había que cerrar las fábricas a la fuerza. Dentro de ese contexto fue que yo surgí. Mi escuela de lucha de clases era la combatividad. Y desde entonces fuimos arrancando a la patronal y al gobierno, con lucha y con violencia de masas, cada una de las leyes que favorecían al movimiento obrero”.
El nuevo gobierno salvadoreño, presidido por los antiguos comandantes de las FPL-FM, Salvador Sánchez Cerén y Oscar Ortiz, decidirá el futuro político-social y económico del pueblo salvadoreño en los próximos cinco años. Según informa la prensa salvadoreña, dos antiguos miembros de las FPL formarán parte del futuro gobierno. Se trata de Hugo Martínez como Ministro de Relaciones Exteriores y Hato Hasbún, quien fungirá como Secretario para el Diálogo Político, Social y Económico, es decir, el interlocutor oficial con la gran burguesía salvadoreña. El actual Ministro de Obras Públicas, Gerson Martínez, también ex comandante de las FPL, es otro de los candidatos que podría ocupar una cartera en el nuevo gobierno salvadoreño.
Vistas así las cosas, la hora de la pequeña burguesía izquierdista salvadoreña llegará en primavera. Ojalá sea un buen augurio para el pueblo trabajador salvadoreño, que aquellos mismos hombres y mujeres que en la década de los setenta del siglo pasado, cuando todavía eran jóvenes románticos y soñadores de futuros de leche y miel para “los tristes más tristes del mundo”, tengan hoy por fin, la oportunidad de demostrar que los ideales de su generación no fueron “masturbaciones político-ideológicas” juveniles.
No se le pide milagros al nuevo gobierno. Ni la destrucción del estado burgués ni la erradicación de todos los males que genera el capitalismo. Pero si, que lleve a cabo – por lo menos– las medidas mínimas “concretas y posibles” para mitigar la pobreza, el desempleo y la violencia organizada, pensando en la clase obrera salvadoreña, en el campesinado pobre, en los que no tienen nada que comer, en los héroes y mártires de la revolución salvadoreña y en los más de setenta y cinco mil muertos que dejó la guerra revolucionaria. Es más, lo exige la parte del pueblo que votó por el FMLN.
Esa será la vara histórica con que se medirá la gestión del primer gobierno compuesto por ex guerrilleros marxistas en América Latina.
Blog del autor: http://robiloh.blogspot.de/
No hay comentarios:
Publicar un comentario