Seguridad y política de Estado (y II)
Este artículo, segunda de dos partes, está adaptado de una conferencia dictada por Noam Chomsky el 28 de febrero, bajo el auspicio de la Fundación para la Paz en la Era Nuclear, en Santa Bárbara, California
En
el artículo anterior se exploraba cómo la seguridad es una alta
prioridad para los planeadores del gobierno: seguridad para el poder
del Estado y para sus electores más importantes, los que concentran el
poder privado, todo lo cual implica que la política oficial debe estar
protegida del escrutinio público.
En estos términos, las
acciones del gobierno resultan bastante racionales, incluida la
racionalidad del suicidio colectivo. Ni siquiera la destrucción
instantánea mediante armas nucleares ha tenido un lugar preponderante
en las preocupaciones de las autoridades del Estado.
Para citar un ejemplo de la guerra fría
pasada: en noviembre de 1983 la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN), encabezada por Estados Unidos, lanzó un ejercicio militar
diseñado para poner a prueba las defensas antiaéreas rusas, simulando
ataques por aire y mar e incluso una alerta nuclear.
Estas
acciones fueron emprendidas en un momento muy tenso. Se habían
desplegado misiles estratégicos Pershing II en Europa. El entonces
presidente Reagan, que acababa de pronunciar su discurso sobre el
imperio del mal, anunció la Iniciativa de Defensa Estratégica, apodada Guerra de las galaxias, que los rusos entendieron como arma para dar el primer golpe, que es interpretación normal de la defensa misilística en todas partes.
Como
era natural, estas acciones causaron gran alarma en Rusia, la cual, a
diferencia de Estados Unidos, era muy vulnerable y había sido invadida
en repetidas ocasiones.
Documentos recién divulgados revelan que
el peligro era aún más grave de lo que los historiadores habían
pensado. El ejercicio de la OTAN
casi se volvió preludio a un ataque nuclear preventivo (ruso), según un recuento de Dmitry Adamsky publicado el año pasado en la revista Journal of Strategic Studies.
Tampoco
fue aquella la única vez que estuvimos cerca. En septiembre de 1983,
los sistemas rusos de alerta temprana registraron la proximidad de un
ataque misilístico de Estados Unidos y enviaron la alerta de más alto
nivel. El protocolo soviético era responder con un ataque nuclear
propio.
El oficial soviético a cargo, Stanislav Petrov,
intuyendo una falsa alarma, decidió no informar de las advertencias a
sus superiores. Gracias a su incumplimiento del deber, estamos vivos
para hablar del incidente.
La seguridad de la población no era
mayor prioridad para los planeadores de Reagan que para sus
predecesores. Tal insensatez continúa hasta el presente, incluso
haciendo un lado los numerosos accidentes casi catastróficos revelados
en un estremecedor nuevo libro, Command and control: nuclear weapons, the Damascus accident, and the illusion of safety (Comando y control: armas nucleares, el accidente de Damasco y la ilusión de seguridad), de Eric Schlosser.
Es
difícil disputar la conclusión del general Lee Butler, último titular
del Comando Aéreo Estratégico, de que la humanidad ha sobrevivido hasta
ahora en la era nuclear
por alguna combinación de habilidad, suerte e intervención divina, y sospecho que la mayor proporción es de esta última.
La
facilidad con que el gobierno acepta las constantes amenazas a la
sobrevivencia es casi demasiado extraordinaria para capturarla en
palabras.
En 1995, mucho después del colapso de la Unión
Soviética, el Comando Estratégico de Estados Unidos, o Stratcom,
encargado de las armas nucleares, publicó un estudio titulado “Aspectos
esenciales de la disuasión en la era posterior a la guerra fría”.
Una
conclusión central es que Estados Unidos debe mantener el derecho a dar
el primer golpe nuclear, incluso contra estados no atómicos. Además,
las armas nucleares deben estar siempre disponibles, porque
arrojan una sombra sobre cualquier crisis o conflicto.
Por
lo tanto, las armas atómicas siempre se usan, del mismo modo en que se
usa una pistola cuando un asaltante apunta con ella y no dispara, como
ha reiterado muchas veces Daniel Ellsberg, quien filtró los Papeles del
Pentágono.
Stratcom recomienda en seguida que “los planeadores
no deben ser demasiado racionales en determinar… lo que un adversario
valora”, todo lo cual debe ser incluido como blanco. “Presentarnos como
demasiado racionales y fríos nos lesiona… Que Estados Unidos puede
volverse irracional y vengativo si sus intereses vitales son atacados
debe ser parte esencial de la imagen nacional que proyectamos a todos
los adversarios.”
Es
benéfico para nuestra postura estratégica que se entienda que algunos elementos pueden salirse de control, y por tanto representan una constante amenaza de ataque atómico.
No mucho de este documento se refiere a la obligación que impone el Tratado de No Proliferación Nuclear de hacer esfuerzos de
buena fepor eliminar de la Tierra la amenaza nuclear. Lo que resuena, más bien, es una adaptación del famoso dístico que Hilaire Belloc compuso en 1898 acerca del cañón Maxim:
Pase lo que pase, nosotros tenemos la bomba atómica, y ellos no.
Los
planes para el futuro no son nada prometedores. En diciembre, la
Oficina de Presupuesto del Congreso informó que el arsenal nuclear
estadunidense costará 355 mil millones de dólares en el curso de la
década siguiente. En enero, el Centro James Martin de Estudios sobre la
No Proliferación estimó que Washington gastaría un billón de dólares en
arsenal atómico en los próximos 30 años.
Y, por supuesto,
Estados Unidos no está solo en la carrera nuclear. Como observó Butler,
es casi un milagro que hayamos escapado de la destrucción hasta ahora.
Mientras más tentemos al destino, menos probable es que podamos esperar
intervención divina para perpetuar el milagro.
En el caso de las armas nucleares, al menos sabemos en principio cómo vencer la amenaza del apocalipsis: eliminarlas.
Pero
otro peligro arroja su sombra sobre cualquier contemplación del futuro:
el desastre ambiental. Ni siquiera está claro que haya un escape,
aunque, mientras más demoremos, más grave se vuelve la amenaza, y no en
el futuro distante. Por consiguiente, la forma en que los gobiernos
enfrentan este problema exhibe a las claras el grado de compromiso que
tienen con la seguridad de su población.
Hoy Estados Unidos cacarea sobre los
100 años de independencia energéticaque logrará al convertirse en
la Arabia Saudita del próximo siglo, el cual muy probablemente será el siglo final de la civilización humana si las políticas actuales persisten.
Uno
podría incluso tomar un discurso de hace dos años del presidente Obama
en la ciudad petrolera de Cushing, Oklahoma, como una elocuente
sentencia de muerte para la especie.
Obama proclamó con orgullo, ante grandes aplausos:
Ahora, en mi gobierno, Estados Unidos produce más petróleo que en cualquier momento de los ocho años pasados. Es importante que se sepa. En los tres años anteriores, he dirigido mi gobierno al objetivo de abrir millones de hectáreas a la exploración en busca de gas y petróleo en 23 estados. Estamos abriendo más de 75 por ciento de nuestros recursos petroleros potenciales en las costas. Hemos cuadruplicado el número de pozos, hasta un número sin precedente. Hemos agregado suficientes oleoductos y gasoductos nuevos para dar la vuelta a la Tierra y poco más.
Los
aplausos también revelan algo acerca del compromiso del gobierno con la
seguridad. Es necesario asegurar las ganancias industriales, así que
producir más gas y petróleo aquí en casaseguirá siendo una
parte esencialde la estrategia energética, como prometió el presidente.
El
sector empresarial realiza grandes campañas propagandísticas para
convencer al público de que el cambio climático, si llega a ocurrir, no
es resultado de la actividad humana. Estos esfuerzos se dirigen a
superar la excesiva racionalidad del público, que sigue preocupado por
las amenazas que la abrumadora mayoría de científicos considera
próximas y ominosas.
Para decirlo sin ambages, en el cálculo
moral del capitalismo de hoy, un mayor bono mañana vale más que el
destino de nuestros nietos.
¿Cuáles son las perspectivas de
sobrevivencia, entonces? No son brillantes. Pero los logros de quienes
se han esforzado durante siglos por lograr mayor libertad y justicia
dejan un legado que es posible retomar y llevar adelante… y debe ser
así, y pronto, si hemos de sostener las esperanzas de una supervivencia
decente. Y ninguna otra cosa puede decirnos con mayor elocuencia qué
clase de criaturas somos.
Noam Chomsky es profesor emérito de lingüística y filosofía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, en Cambridge, Massachusetts, EU). Su libro más reciente es Power systems: conversations on global democratic uprisings and the new challenges to US empire. Interviews with David Barsamian (Sistemas de poder: conversaciones sobre levantamientos democráticos en el mundo y nuevos desafíos al imperio estadunidense: entrevistas con David Barsamian).
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2014/04/13/index.php?section=mundo&article=022a1mun
Traducción: Jorge Anaya
Enlaces:
Los cables sobre México en WikiLeaks
Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks
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