El fallo del Supremo Tribunal brasileño contra el habeas corpus
presentado por la defensa del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva
da cuenta, una vez más, del nivel de degradación institucional que sufre
Brasil. Ya se había advertido con claridad en 2016: el golpe
institucional de Michel Temer era apenas una primera fase en la búsqueda
de desalojar definitivamente al Partido de los Trabajadores de
Planalto. La segunda fase era derrumbar a Lula, política y mentalmente.
Sucede que, a las reformas regresivas implementadas por Temer, el ex
metalúrgico crecía en paralelo en todas las encuestas, mostrándose como
una alternativa válida frente al bloque golpista .Y la derecha
brasileña, al no encontrar un candidato decente y competitivo –Bolsonaro
no parece cumplir ninguna de las variables, Alckmin tampoco– eligió el
camino tantas veces transitado: cárcel y proscripción, la histórica
receta de los supuestos liberales que nunca respetaron las libertades
individuales (y menos las colectivas).
Los medios de comunicación concentrados de Brasil tuvieron un papel
estelar en este desenlace del Tribunal Supremo: si el día previo
advertían sobre un empate 5 a 5 y una ministra –Rosa Weber– en duda,
todo cambió con una –macabra– jugada de ajedrez. ¿Qué hizo Globo? Atizó
el fantasma de una intervención militar en caso de que el Tribunal
Supremo fallara en favor de Lula, apenas 24 horas antes de la decisión.
Lo que pasó después es por todos y todas conocido: Weber transformó su
neutralidad en un voto contra Lula, inclinando la balanza y dejando que
sea Carmen Lúcia, quien había almorzado con Temer semanas atrás, quien
definiera la contienda, convirtiéndose en la verdugo del petista.
Del Brasil que impulsara la creación de la Comunidad de
Naciones Sudamericanas (Unasur) y tuviera un rol protagónico en la
aparición de los Brics (el bloque multipolar también compuesto por
Rusia, China, India y Sudáfrica) quedan apenas añicos. Temer no sólo
impulsó un realineamiento con miras a Estados Unidos y la Unión Europea,
sino que además logró desinflar, junto a Macri, a las instancias
regionales de integración –Unasur, Mercosur– que en otro momento
hubieran tenido un destacado rol en la defensa de la democracia
brasileña. Por ello nada dijeron estas herramientas, nacidas al calor de
las transformaciones de inicios de siglo, sobre la amenaza militar de
Villas Boa. Tampoco lo hizo la Organización de Estados Americanos, que
se apresta a discutir Venezuela en una Cumbre de las Américas donde no
se hablará de los escombros de la institucionalidad brasileña.
Repasemos. Un presidente sin votos, pero con botas. Reformas
ortodoxas contra los trabajadores y jubilados que hacen retroceder
décadas en derechos. Una concejal asesinada por denunciar la
militarización de Río de Janeiro. Tiroteos a la caravana del ex
presidente mejor valorado de la historia del país. Y una condena sin
pruebas a quien encabeza todas las encuestas (y a quien no habían podido
quebrar antes mental y sicológicamente, aun habiendo perdido a su
compañera de toda la vida). Es momento de decir las cosas como son: lo
que está pasando en Brasil es un supremo disparate.
* Politólogo UBA. Analista internacional.
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