Politika
¿Es posible ser un buen
gobernante a la vez que payaso egocéntrico y centro de las burlas?
Sebastián Piñera se ha propuesto eso como forma de vida: mucho antes de
alcanzar la primera magistratura ya había causado estropicios dignos de
una película cómica, aunque varios de ellos constituyeron delitos
calificados.
Las ‘Piñericosas’ han dejado de ser chistosas o
humorísticas. De un tiempo a esta parte muchos chilenos se inquietan de
los patinazos del presidente de la República. La preocupación azota a
aquellos ciudadanos que en una u otra medida apoyan al actual gobierno
derechista. Quienes tienen participación directa en la actual
administración también deben sentir un extraño cosquilleo provocado por
el disgusto y el temor, aunque no lo exterioricen.
¿Disgusto y
temor de qué? De constatar que muchas de las opiniones respecto de
Piñera, vertidas por la gente en la calle y en las redes sociales,
tienen asidero real. El temor apunta a que poco a poco – cada día con
más fuerza– se hace carne en la población la idea –bastante razonable–
de que el presidente tiene un cortocircuito en sabe Dios qué zona de su
cerebro.
Ha ocurrido que un mandatario dirija un país mezclando
seriedad con farándula y egocentrismo, pero en los casos conocidos
terminó siendo un fiasco absoluto. Recordemos al lamentable ex
presidente ecuatoriano Abdalá Bucaram, o al rumboso ex mandatario
brasileño Fernando Collor de Mello, para aquilatar cuán peligrosa
resulta tal mixtura, no sólo para el mandatario sino para el país en
general.
En Europa, Silvio Berlusconi (cuya figura
política-empresarial muchos chilenos asocian con Piñera) ya probó el
amargo sabor de ese trago, y no se requiere ser analista político a
objeto de barruntar las razones del por qué terminó mucho peor de lo que
él y sus cada vez más escasos partidarios esperaban.
En el caso
que nos ocupa (y preocupa), sabemos que don Sebastián –financieramente
hablando– es un especulador favorecido con la estupenda red social de su
hermano José, ministro de la dictadura. Centenares de empresarios le
deben a la tiranía, (y a Pinochet, particularmente) toda su riqueza
actual. Además, para que sus actividades bolicheras pasen desapercibidas
a los ojos de las masas, don Sebastián no sólo cuenta con el
irrestricto y cómplice apoyo de los medios de prensa conservadores: sus
adláteres han sabido disfrazar sus turbios negociados con una capa de
inefable y mediática estulticia.
La estulticia… ¿es espontánea o
responde a un estudiado y malévolo plan? La pregunta es pertinente: al
destacar el ‘payaseo’ del mandatario cubren con el polvo del olvido lo
acaecido en el Banco de Talca, la sanción de la Superintendencia de
Valores y Seguros; las elevadas multas a LAN en USA (cuando Tatán era
gerente de la aerolínea); el “Caso Chispas”, el Piñeragate, la colusión
de las Farmacias, el escándalo por intervención presidencial en la ANFP
para desbancar a Mayne Nichols y dejar a Bielsa entre la espada y la
pared; las torpes y mitómanas declaraciones en la ONU; las increíbles y
falaces respuestas de Piñera al cantante Roger Waters, sus falsas
aseveraciones de haber sido ‘profesor’ en la universidad de Harvard, sus
vergonzosas opiniones durante la visita a Chile del entonces presidente
Barack Obama, sus inaceptables “metidas de pata en algunos de sus
viajes al exterior (v.gr.,
en Alemania: “Deutschland, Deutschland, über alles…”), su pretensión de
ser descendiente de un emperador inca, sus oscuras maniobras en el caso
Bancard-Exalmar, y un largo etcétera.
Queda en suspenso y sin
respuesta la duda principal. ¿Sebastián es un payaso egocéntrico y algo
desquiciado, o un especulador financiero frío y decidido? Esa es la
cuestión.
Cualquiera sea la respuesta, –estulticia natural o mero
teatro, bipolaridad o variación lunática–, da cuenta de la falta de
cordura del mandatario chileno. La mitomanía, las contradicciones y las
torpezas de todos conocidas (y su enfermiza recurrencia), parecen
elementos suficientes para que un país algo más civilizado y democrático
que el nuestro, le hubiese retirado del importante cargo que ocupa, o
que al menos se plantease la cuestión. Le ocurrió a Bucaram, a Collor de
Mello y en alguna medida, a Berlusconi.
Piñera y asociados, en cambio, confían en la cómoda pusilanimidad del pueblo chileno…
En
nuestro país –a diferencia de Italia, Ecuador o Brasil– no hay coraje
para desestibar a un gobierno desquiciado. Por muy ‘extraño y poco
cuerdo’ que sea el comportamiento de quien encabeza el Estado.
En
resumen, la derecha empresarial y el bloque de la coalición ChileVamos
están apostando todas sus fichas a un supuestamente inagotable ‘aguante’
del pueblo.
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