Cambiamos para peor
Los casi dos meses
de gobierno de Cambiemos-PRO ha sido contundente en su claridad,
ejecutando un programa sin fisuras, a una velocidad extrema que trata de
sacar el máximo provecho combinado de los “primeros 100 días” y la
temporada estival. Aunque por velocidad no tiene comparación en la
historia nacional, sí la tienen los lineamientos de su programa, lo que
permite una caracterización temprana. Y ésta nos habilita a certificar nuestro diagnóstico previo:
se trata de un gobierno representante de las fracciones desplazadas
dentro bloque en el poder durante el kirchnerismo. Concretamente, se
trata del capital agropecuario y el extranjero financiero y de
servicios. Estas fracciones prefieren una forma de dominación con
menores mediaciones, más directa, y esto es lo que el gobierno del
Gerente de la Nación representa.
Representación de clase en el kirchnerismo
Hemos sostenido antes
que el kirchnerismo fue la representación política de una fracción del
bloque en el poder, concretamente, la burguesía industrial. Esto
significa que esa clase fue la que orientó las líneas centrales del
proceso político con sus ideas, valores y proyectos. Duhalde (2002-2003)
había sido más explícito en este sentido, al nombrar directamente como
funcionarios a dirigentes industriales (De Mendiguren) o cuadros de la
UIA (Lavagna), subordinando el empleo a la producción como valor social,
de la mano de la doctrina social de la Iglesia Católica.
Durante
el kirchnerismo, esta representación se hizo más esquiva, pero no por
eso menos certera. El hecho de que la forma específica de inclusión
social que el gobierno promovía fuera el empleo, y especialmente, el
empleo industrial, es una pista clara en este sentido. Que simpatizantes
kirchneristas defendieran la “reindustrialización” del país es otro
indicador. Los representantes del capital industrial, o una parte de
ellos, entendieron que para poder llevar adelante sus propuestas
necesitaban considerar las de otros, hacer concesiones. Eso los volvió
los grandes beneficiarios de las políticas públicas, desplazando dentro
de ese bloque de poder a las fracciones agropecuaria y de servicios. La
financiera fue relegada en un primer momento, pero las concesiones
fueron creciendo en el tiempo, siendo el sector de mayores ganancias los
últimos años. Ninguna de estas fracciones perdieron su posición de
poder privilegiado, simplemente, fueron desplazadas de la dirección del
proceso.
Esto fue lo que la Mesa de Enlace agropecuaria impugnó
en 2008: sus ganancias seguían siendo siderales, el malestar era no
dirigir el proceso. El problema fue que, en su origen, el proyecto fue
excesivamente corporativo, es decir, centrado en intereses particulares
(“bajar las retenciones”), lo que hacía difícil que otros se sintieran
parte de ese reclamo. Hacer sus propuestas más generales, presentarlas
como de la sociedad, fue el trabajo al que confluyeron los partidos
políticos de oposición.
La crítica liberal (y demagógica) al kirchnerismo
La
ciudadanía vota partidos políticos, y estos para ganar necesitan
presentarse como representando a la sociedad, a pesar de que, en
definitiva, como el nombre lo indica, son una parte. Casi todo el
pan-radicalismo (UCR, ARI, GEN), el PJ en oposición (Peronismo Federal) y
el recién aparecido PRO contribuyeron en diferentes cuotas a
representar ese sector de clase en litigio, como una estrategia para
desplazar al gobierno. El discurso que finalmente elaboraron para
presentar la parte (fracciones del bloque en el poder) como el todo (la
comunidad argentina) fue uno que combinó liberalismo y republicanismo en
cuotas dispares. Las críticas a una supuesta falta de libertades bajo
un Estado leviatánico provenía de la primera tradición política, y la
falta de división de los poderes y ética pública (corrupción) de la
segunda.
El discurso de campaña del PRO-Cambiemos se basó en el
argumento de que el gobierno de Cristina Fernández había acaparado el
poder del Estado, constituyendo un régimen que avasallaba las libertades
individuales y la división de poderes, utilizando prácticas corruptas, y
en última instancia, autoritarias. Siempre según la lectura de
Cambiemos, el gobierno kirchnerista se había erigido en una suerte de un
monstruo omnipresente y pedante, que se peleaba con la sociedad
argentina, queriendo polemizar sobre todo, alterando la natural paz
social. Este discurso sirvió para ordenar disgustos que existían en la
sociedad, incluyendo parte de las clases populares, bajo una dirección
específica en oposición a la fuerza en el gobierno. La alianza Cambiemos
fue la forma concreta con la cual enarbolaron este programa, y
finalmente, ganaron la elección.
Estos argumentos no los inventó
Macri, sino que fueron largamente construidos, ensayando y tanteando, a
través de los partidos políticos y los grandes medios de comunicación.
En gran medida, responden a los reclamos que la Mesa de Enlace puso
sobre la mesa en 2008, aunque con cierta torpeza política. En aquel
entonces su argumento era que los impuestos “distorsivos” alteraban el
normal funcionamiento del negocio agropecuario, asfixiando la actividad,
y que había que quitarlos para que el país pueda crecer. Negocio fue
reemplazado lentamente por sociedad, e impuestos distorsivos por toda la
actividad del gobierno. La resolución de aquel conflicto pasó por el
voto en el Congreso, donde las diferentes fracciones del capital tienen
representación, frente a la dirección unificada del gobierno, donde sólo
una fracción comanda el proyecto social y económico. Ahí apareció el
argumento de la división de poderes.
Estas ideas no son nuevas:
constituyen la matriz del liberalismo, a la que le agregaron algunas
dosis de republicanismo. El liberalismo como ideología política surgió
en Europa en la lucha contra los Estados absolutistas, y por eso
enfatiza las libertades civiles y económicas frente a los gobiernos. En
cambio, en nuestro país, el liberalismo casi siempre se combinó de una
manera extraña con el conservadurismo: nuestras elites abrazaron el
liberalismo económico, pero fueron retrógradas en materia de libertades
políticas y civiles. La muestra más evidente de esto fue la dictadura
militar. Incluso el regreso a la democracia estuvo marcado por la
lectura liberal: las instituciones defendidas como democráticas en
realidad enfatizaron la representación territorial con el voto
esporádico, quitando todo resabio de democracia social o económica
(recordemos cómo le fue a Alfonsín cuando habló de que con la democracia
se come y se educa). Del republicanismo sólo se tomó la división de
poderes, quitando toda idea de bien común y educación ciudadana. Es
decir, el liberalismo fagocitó ideas democráticas y republicanas, y las
ajustó a su medida.
En cierta forma, parte de esta forma de
entender la política fue lo que colapsó en 2001. El kirchnerismo lo supo
leer, al ajustar su discurso a la idea de una democracia “con
contenido”, una democracia con derechos sociales y económicos, además de
los políticos y civiles. No estamos evaluando sus logros en este
sentido, sino remarcando cuál fue su propuesta de programa. Los derechos
de nueva generación (ley de medios, de género, etc.) y la idea de la
inclusión social eran, en el discurso oficial, una democratización de la
democracia. Para ejecutar esto, el Estado debía crecer, y esto no era
un problema para el pensamiento democrático: lo era para el liberal.
Cambiemos
vino a enarbolar de nuevo esa bandera, la del liberalismo. Esta vez con
menos “contaminaciones”: despojado del énfasis en la democracia (que
veladamente viene a combatir) pero también del componente conservador
que tradicionalmente lo acompañó en nuestro país. Aunque persisten
conservadores en el “equipo” de Cambiemos, su impronta general es de
liberales de pura cepa. Los elementos ajenos incorporados vienen de esa
versión reducida del republicanismo, que serían prontamente desechados.
Representación en el Estado
Una
vez en el poder, Cambiemos mostró sus sesgos reales. Combinó
funcionarios que son representantes directos del capital más concentrado
y extranjerizado en algunos ministerios (petroleras en Energía,
automotrices en Transporte, servicios tecnológicos en Cancillería, la
banca internacional en Economía) con viejos políticos en otras áreas. No
son todos gerentes, pero sí los suficientes para mostrarle a los
capitalistas para quién quieren gobernar. Durante el período de
elecciones, todas las organizaciones del capital concentrado se habían
reunido para discutir sus necesidades, y el acuerdo común más amplio
fue el de “reglas claras”. ¿Qué significa esto? Que no existan dudas de
cómo se va a resolver cualquier conflicto, como existían con el
kirchnerismo, donde la política intervenía a menudo. Un esquema político
donde los ganadores estén claros. Esto les otorgó vínculos directos que
permitió, por ejemplo, la rápida gestión de nueva deuda externa con la
banca extranjera y el contacto veloz con las trasnacionales en el Foro de Davos.
Estos
primeros casi dos meses de gobierno, nos han mostrado la cara real de
su gestión. La eliminación de los controles de comercio y financieros
fueron el primer anuncio, de acuerdo con el viejo reclamo agropecuario y
acorde al discurso liberal de “dejar hacer” al mercado. La devaluación
con aumento de tarifas, que impulsa la inflación y pulveriza los
salarios, fue el mecanismo para explicar cómo se va a repartir el
ingreso a partir de ahora. A las paritarias que recién están por
comenzar (con docentes en febrero), el gobierno ya les puso un tope
esperado del 20%, inferior a la inflación estimada en 35%.
Para
ejecutar este programa, Cambiemos no ha tenido reparos en echar por la
borda su propio discurso. Macri y su “equipo” han mostrado tres rasgos
de totalitarismo que alarman:
- Libertad de expresión y de prensa: Macri ha cerrado canales de comunicación (Radio Nacional Rock o 6,7,8), despedido trabajadores de esta área (Infojus), se niega a responder preguntas incómodas (episodio en Davos con Bercovich). En un episodio bizarro, se reconoció abiertamente que se espía a los trabajadores revisándoles el Facebook. Se censuró al informativo de Radio Nacional, prohibiéndoles hablar de los despidos que el gobierno está haciendo. Es decir, hay serios problemas de libertad de expresión y de prensa.
- División de poderes: Macri se ha olvidado de su propio discurso, vulnerando completamente la división de poderes, tanto cuando intentó nombrar por decreto los jueces de la Corte Suprema como por el festival de Decretos de Necesidad y Urgencia, que supera a todos los presidentes anteriores. No ha tenido reparos en no respetar la ley, por ejemplo con el caso de la Ley de Medios, donde ya dos jueces y dos camaristas han fallado contra la intervención. Aquí es donde el atisbo de republicanismo se fue por la alcantarilla.
- Persecución ideológica: Cambiemos hizo de la militancia comprometida un mal a erradicar de la sociedad, reemplazándolo por su versión gerencial del “voluntariado”. Los despidos en el Estado están guiados por esta lógica: se presume que toda persona contratada en los últimos años es militante kirchnerista y por lo tanto debe irse. Esto es persecución política por las ideas, lo que es un peligro terrible. Macri ni siquiera investiga si se trata o no de militantes: presume que lo son, y por ese motivo son despedidos. Si quisiera despedir “ñoquis” tendría que investigar y hacer sumarios; lo que se está haciendo no es eso. La cárcel preventiva a Milagro Sala va en el mismo sentido: presa por pensar distinto.
Macri
no vino a representar las expectativas de algunos contra el supuesto
autoritarismo de Cristina Fernández; vino a aplicar un programa de
ajuste a favor de una reducida minoría. Y esa minoría quiere un gobierno
de dominación abierta, sin concesiones. Estos rasgos de totalitarismo
en un gobierno elegido son señal de alarma, sabiendo que el liberalismo
local no ha tenido problemas en asociarse con dictaduras. El programa de
ajuste contrario a las clases populares y trabajadoras no admite el
disenso. Aún no vimos dirigentes agrarios ofuscados por todo esto que
tanto les “molestaba” en el gobierno anterior.
El gobierno de
Cambiemos fue votado, pero para hacerlo tuvo que esconder su proyecto.
Todo lo que previmos está ocurriendo, pero más rápido y brutal de lo
previsto: no era ninguna campaña de miedo, era una previsión correcta.
El gobierno está cerrando todos los canales de expresión de disenso,
pero no nos puede quitar la calle.
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