La
sede académica de FLACSO en Quito, Ecuador, albergó durante los días
26, 27 y 28 de agosto el III Congreso Latinoamericano y Caribeño de
Ciencias Sociales, un evento que contó con la participación de más de
mil investigadores y estudiantes que se abocaron al estudio de los
principales problemas y desafíos de nuestro continente. Uno de los
ejes temáticos analizó el complejo entramado de intereses y relaciones
entre medios de comunicación, poder y procesos políticos en la actual
coyuntura de nuestra América. Tres dimensiones de análisis, en las que
convergen los enfoques de la investigación en nuestros países, permiten
caracterizar y comprender las transformaciones que tienen lugar en
nuestras sociedades, y las tensiones que animan los debates y
discusiones en foros institucionales, en la academia y en los espacios
de acción propios de los movimientos sociales.
La primera
dimensión es la cultural, que se expresa en la paulatina constitución
de lo que algunos autores definen como sociedades tecno-mediáticas, en
las que la omnipresencia de las tecnologías de la información y la
comunicación (TIC) en prácticamente todos los órdenes de la vida, ha
favorecido la emergencia de un nuevo sujeto tecno-mediatizado:
ese cuya posibilidad de ejercer ciudadanía en el nuevo contexto, va a
depender de su capacidad de consumo de productos y contenidos mediados
por las TIC (y, en realidad, por los agentes económicos que controlan
su producción). Un sujeto, además, cuya forma de ser y estar en el
mundo –su identidad cultural- se define en función de experiencias
vinculadas, por un lado, a una percepción del tiempo diferente: el
eterno presente, la instantaneidad de los inmensos flujos de
información y entretenimiento que viajan sin descanso de la red
internet a los dispositivos móviles; y por el otro lado, a la
normalización o incorporación del sentido común dominante a través del
consumo narrativas mediáticas –implícitas en todos los productos de
consumo cultural- que naturalizan el orden hegemónico, desmovilizan
políticamente y, en el peor de los casos, “inmunizan” al ser humano
frente al dolor de sus semejantes y frente a la barbarie de nuestro
tiempo.
Si bien este fenómeno ocurre a escala global,
las formas específicas que adquiere en América Latina son claves para
explicar los procesos de despolitización propios de aquella sociedad
neoliberales avanzadas, que poco a poco van abandonando la acción
política emancipadora y el horizonte utópico a cambio de participar
–aunque sea solo marginalmente- de las fantasías del mercado y del
consumo.
La segunda dimensión es la política, que nos
remite a los diversos escenarios de confrontación entre los gobiernos
posneoliberales (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Venezuela), con
su apuesta social, de redistribución de la riqueza y de forja de nuevas
alianzas sociales, y los poderosos grupos económicos de la
comunicación, cuyo control oligopólico de los medios tradicionales y
los emergentes (vinculados a las nuevas TIC) en varios países
suramericanos ha sido cuestionado y sometido a nuevas regulaciones que,
en su afán de democratización de las comunicaciones, tocaron delicados
intereses políticos relacionados con la custodia del statu quoneoliberal.
Asimismo, afectaron intereses económicos vinculados a las condiciones
que hacían posible –hasta hace pocos años- el desarrollo de un
capitalismo informacional que no seguía más leyes que las de la oferta
y la demanda, aunque en ello se cometieran atropellos a derechos
sociales y culturales de pueblos originarios y de sectores de la
población que eran prácticamente invisibilizados en la construcción de
los relatos o narrativas sobre la realidad que difunden los medios hegemónicos.
A
diferencia de lo que pasó en el sur de nuestra América, más al norte,
en México y Centroamérica, los grupos mediáticos lograron apuntalar su
dominación sobre los sistemas de medios de comunicación y, desde allí,
sobre los sistemas políticos y las llamadas instituciones democráticas,
haciendo de los procesos electorales, por ejemplo, un mercado de compra
y venta de votos (que garantiza el acceso al poder de partidos y
dirigentes leales al poder económico-mediático), imágenes y discursos,
que vacían de sentido las prácticas propias de la democracia liberal
burguesa. En efecto, desde la campaña electoral del 2006 en México, en
la que los poderosos grupos Televisa y TV Azteca se empeñaron en
derrotar la candidatura de Andrés Manuel López Obrador, apelando a
procedimientos espurios, vacíos legales e interpretaciones jurídicas
leoninas; hasta las recientes campañas sucias que presenciamos en
Honduras, El Salvador y Costa Rica, en los comicios celebrados entre
2013 y 2014, se va configurando un modus operandi de
complicidad entre clases dominantes y grupos mediáticos, que pretende
blindar a esta región de la eventual llegada al poder de partidos y
líderes que supongan un cuestionamiento al modelo neoliberal, a sus
formas de acumulación y, en definitiva, que impida que fuerzas sociales
por largo tiempo constreñidas eventualmente exploren alternativas de
cambio político y económico.
Finalmente, con respecto de
la dimensión de la integración latinoamericana, parece existir un
acuerdo en torno a la necesidad de potenciar el desarrollo de nuevos
paradigmas de la comunicación, que consideren los aportes originales de
nuestra región (la comunicación popular, la comunicación comunitaria,
la comunicación participativa), desde las distintas iniciativas de
integración construidas en el siglo XXI. Si bien los empeños puestos
por los gobiernos posneoliberales en la aprobación de leyes que regulan
temas como propiedad de los medios, concentración, cuotas de
producción, participación de actores sociales, reconocimiento de la
diversidad cultural y la pluralidad, entre otros, representan un avance
sustancial en esta materia, no se puede negar que resta mucho por hacer
a escala regional para forjar sistemas soberanos de medios, cada vez
menos dependientes de los grupos mediáticos nacionales y extranjeros, y
a la vez, para dotar de mayor presencia ciudadana, desde el espacio de
la comunicación, al proceso complejo, diverso y multipolar de la
integración nuestroamericana de los últimos lustros. Iniciativas de la
importancia y calibre de TeleSur, la Radio del Sur o Unión
Latinoamericana de Agencias de Noticias, que se consolidaron en los
últimos diez años, demuestran la urgencia de articular estos y otros
proyectos a los espacios de integración, como una prenda de garantía de
continuidad y sobrevivencia ante la ofensiva de la derecha continental,
y lo que se ha dado en llamar la restauración neoliberal conservadora.
Para quienes optamos por pensar a América Latina desde acá,
desde nuestras historias, trayectorias y aspiraciones comunes, no cabe
duda que la esfera de la comunicación social representa un campo de
intensas disputas, en el que no sería aventurado afirmar que se libran
batallas decisivas para el futuro de los proyectos nacionales y
regionales que se pusieron en marcha en los últimos 15 años. Y en esa
medida, debemos estar presentes, posicionarnos y actuar por la
construcción de nuevos conocimientos que nos ayuden a develar los
entramados del poder, la dominación y los caminos posibles de la
liberación comunicacional.
- Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
http://www.alainet.org/es/articulo/172070
No hay comentarios:
Publicar un comentario