Destinos encontrados: Indochina, Colombia y México
La noche del 26
de septiembre de 2014, una nueva atrocidad fue cometida por el Estado
mexicano: la represión contra jóvenes estudiantes de la Escuela Normal
Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa. De esa acción, resultaron 6
personas asesinadas, 20 heridos y 43 desaparecidos forzados, un hecho
que ha provocado la indignación mundial.
La Red de Intelectuales,
Artistas y Movimientos Sociales en Defensa de la Humanidad y la
editorial Ocean Sur acaban de publicar en Mexico “Ayotzinapa: Un grito desde la humanidad”.
Aquí les ofrecemos el texto escrito por Hernando Calvo Ospina, quien
nos cuenta cómo en México se reproduce la utilización de paramilitares y
narcotraficantes como parte de la guerra sucia estatal, estrategia
desarrollada por las fuerzas especiales francesas durante la guerra
colonial en Indochina, en Vietnam por las estadounidenses y
posteriormente en Colombia.
I
Humillada por la
guerrilla, Francia aceptó retirarse de Vietnam en 1954. Pero Estados
Unidos no estaba dispuesto a que el «comunismo» se apoderara del
sudeste asiático. Entonces se aceleró el traspaso de operaciones
militares, principalmente las clandestinas.
Esencial fue
multiplicar la formación de fuerzas paramilitares tribales en Laos,
Birmania y Vietnam. Estas fueron denominadas Unidades de Reconocimiento
Provincial (URP). Su especialidad fueron la guerra de guerrillas y la
tortura.
Cuando más demostraron la capacidad de destrucción fue
durante la Campaña de Pacificación Acelerada, conocida como el Programa
Fénix, dirigida por un equipo especial estadounidense. Desde 1967 las
lanzaron a sembrar el terror entre la población civil, con el objetivo
se destruir la infraestructura logística y de apoyo rebelde. Los médicos
y profesores, principalmente del campo, fueron objetivo codiciado.
Fénix duró unos cuatro años y dejó casi 40 000 asesinados, mujeres y
niños incluidos.
Como el Congreso en Washington tenía prohibido
ese tipo de operaciones «sucias», con el visto bueno de los presidentes
Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon, los expertos del Pentágono y la
CIA utilizaron una fuente alterna de financiamiento siguiendo el ejemplo
dejado por los servicios especiales franceses: el tráfico de opio y
heroína.
Las calles de Europa y Estados Unidos se llenaron de
estas drogas, y con el dinero de su venta se hicieron las acciones
clandestinas del terror. Continuaron siendo moda cuando el presidente
Nixon, que apoyaba la agresión a Vietnam, declaró hipócritamente la
guerra al comercio internacional de heroína. La prensa le creyó e hizo
creer.
II
Unos años después, el presidente Ronald
Reagan consideró al narcotráfico como el enemigo principal de la
seguridad de su país y le declaró la guerra. La mediatización universal
fue enorme y hacia Colombia se dirigieron casi todos reflectores de
culpabilidad.
Acababa de triunfar la Revolución Sandinista en
Nicaragua (julio de 1979), a la cual Reagan también declaró problema de
seguridad nacional. Dos «guerras» que se cruzaron.
A Colombia
llegaron algunos «expertos», particularmente de la CIA y la DEA, con la
pretendida tarea de ayudar a capturar traficantes y cargamentos de
cocaína. Periodistas de todos los rincones del mundo desembarcaron, por
cientos, en ocho años de la tal guerra reaganiana.
Mientras
Nicaragua era rodeada por una fuerza mercenaria que se conocería como la
Contra, la que entrababa a Nicaragua para sembrar el terror entre la
población civil. Esta había sido creada en la Casa Blanca. Como el
Congreso se negó a que se financiaran sus necesidades militares, Reagan
dispuso que se hiciera como fuera. George Bush padre, vicepresidente y
«zar» antidrogas y antiterrorismo, se puso al frente de ello.
En 1986 una Comisión del Senado, encabezada por quien es hoy el
Secretario de Estado, John Kerry, dejó en claro que Bush y el Consejo
Nacional de Seguridad formaron una sociedad entre la CIA y los
«coqueros» colombianos. Salía la droga desde Colombia hasta
Centroamérica y luego se transportaba hasta aeropuertos militares en la
Florida. Puesta en la calle, sus ganancias servían para armar a la
Contra. A los colombianos se les permitía entrar sus cargamentos y
adquirir armas.
Se puede afirmar que sin la guerra sucia
antisandinista ese grupo de colombianos, que hasta esos momentos
dependía de los grandes traficantes estadounidenses, no hubiera logrado
tener tanto poder en tan poco tiempo.
III
Coincidencialmente, el paramilitarismo como estrategia nacional
contrainsurgente nació en Colombia apenas iniciando la década de los
ochenta. Su embrión habían sido las «autodefensas». Estas fueron
organizadas a partir de lo aconsejado en 1962 por una misión militar
estadounidense, como método para acabar con grupos de campesinos
liberales y comunistas que exigían pan y tierra. Faltaban dos años para
que nacieran las guerrillas, pero el fantasma de la Revolución Cubana
rondaba y había que acabarlo.
El paramilitarismo fue encargado
de las acciones de guerra sucia para que las Fuerzas Armadas no
aparecieran tan implicadas en ella, y entidades como Amnistía
Internacional o la ONU no siguieran señalándolas como responsables. El
dinero para subvencionarlo no fue un problema porque estaba al alcance
de la mano: el narcotráfico.
La gruesa cortina de humo que
ayudó a levantar la casi totalidad de medios informativos en el mundo
distorsionó la realidad: no se combatió al narcotráfico, porque éste era
un aliado para la guerra al “comunismo”.
En Colombia los paramilitares se convirtieron en parte esenciales del
terrorismo de Estado, ese que no combate a las guerrillas pero sí
asesina a todo aquel que se opone o critica el statu quo , o es
considerado apoyo de las guerrillas. Especialmente vaciaron de
campesinos las regiones ricas en recursos estratégicos y se apoderaron
de ellas, o las entregaron a caciques políticos, militares, gamonales y
trasnacionales. Ha existido una violenta reforma agraria al revés. En
treinta años son casi un millón de asesinados y desaparecidos a base de
horribles matanzas, y seis millones de desplazados. Y casi nadie lo
sabe. Es una barbarie, como pocas en la historia de la humanidad, la que
han cometido los narco-paramilitares, planificada desde las altas
instancias del poder político, económico y militar. En Bogotá y
Washington.
Washington y Bogotá han sabido que sin el narco-paramilitarismo la guerrilla estuviera a las puertas del poder.
Desde hace unos veinte años el paramilitarismo es el máximo «cártel»
productor y exportador de cocaína del mundo. De vez en cuando quitan del
camino a capos que ya estorban por mala imagen, o a los narcos que no
responden a los intereses. Y de esto hacen una sensacional noticia para
mostrar que se está en guerra contra la droga.
IV
Pablo Escobar cayó en desgracia ante los estadounidenses cuando se negó a
continuar la entrega de cocaína para la Contra; además empezó a exigir a
la élite colombiana el poder político que merecía su poder económico.
Lo hicieron el peor de los peores, cuando la realidad rápidamente
demostró que eran otros narcos los poderosos y peores asesinos.
Se narra que el general Oscar Naranjo lo buscó hasta matarlo. Y sí:
fueron sus hombres quienes lo persiguieron y lo acorralaron, muy en
particular un grupo, ese no pertenecía a la policía, ni a las Fuerzas
Armadas, ni a la CIA o la DEA: eran narcotraficantes. Viejos aliados en
la conformación del terrorismo de Estado. Con ellos, Naranjo, la CIA y
la DEA planificaban cada paso de la cacería. Hasta que los capos
llamaron al general, a la presidencia de la República, a la CIA y la DEA
para contarles que habían matado a Escobar. Así Naranjo fue promovido a
héroe. Después, él mismo negoció con ellos su entrega a bajo precio. Y
el general quedó como si hubiera acabado con los cárteles de la droga.
Luego Estados Unidos le dio el título de «mejor policía del mundo», sin
mencionar que él respondía más a la CIA y la DEA que al presidente
colombiano. Ni que era uno de los responsables de la estrategia de
terror que se impuso al pueblo colombiano.
V
Retirados, el general Naranjo y muchos otros policías y militares fueron
contratados en varios países para aprovechar su «vasta» experiencia.
Siempre bajo la falsa bandera que todo puede y permite: luchar contra
bandas del crimen organizado, en particular narcotraficantes.
Pocos cuestionaron la real capacidad de estos «expertos», pues
cualquiera puede constatar que el narcotráfico y el narco-
paramilitarismo en Colombia han llegado a tener un crecimiento y poder
no antes conocidos. Casi nadie levantó la voz para decir que la policía y
las Fuerzas Armadas colombianas están catalogadas como de las más
corruptas, represivas y sanguinarias del mundo por la Comisión de
Derechos Humanos de la ONU.
En junio de 2012 Naranjo fue
contratado en México, por sugerencia o presión de Washington. También
fueron llegando otros oficiales colombianos para encargarse de formar a 7
000 policías.
¿Simple casualidad? Cuando se dio la masacre de
los estudiantes en Ayotzinapa ya se estaba denunciando el surgimiento
de policías comunitarias, autodefensas y paramilitares. Se da en ellas
una mezcla de civiles, fuerzas del orden y narcotraficantes… muy al
estilo colombiano.
¿Simple casualidad? La atroz forma en que se
asesinó y desapareció a los estudiantes ha sido típica del narco-
paramilitarismo colombiano.
Se sabe que la situación de pobreza
está convirtiendo a México en una olla a presión con el hueco tapado. Y
los narcos son aliados estratégicos para tratar de contener la explosión
social por medio del terror.
México y Washington repiten que
están en guerra contra los narcotraficantes mexicanos. Aunque ese
discurso se repite desde los años de las guerras del sudeste asiático,
en especial por Washington, parece que siempre surte efecto como cortina
de humo…
Hernando Calvo Ospina. Periodista y escritor. Colaborador de Le Monde diplomatique.
No hay comentarios:
Publicar un comentario