Eric Nepomuceno
Para
los que aprecian vivir en turbulencia permanente y dormir cada noche
cercados por un mar de incertidumbres, Brasil es una especie de
paraíso. Para quien aprecia ver sus pocas proyecciones positivas
trituradas por la trayectoria cada vez más errática de un gobierno sin
lastro ni rumbo, nada mejor que el Brasil de hoy. Para los que no
aprecian ni una cosa ni otra, son tiempos duros de vivir en mi comarca
de América.
Esta semana, por ejemplo, hubo un poco de todo, siempre en dirección
al desastre. La olímpica desconfianza en la capacidad del gobierno
llevó el dólar a valorizarse casi 10 por ciento frente al real. En los
12 meses pasados, esa valorización roza la casa de 50 por ciento. Es
verdad que el dólar viene valorizándose frente a casi todas las demás
monedas, pero un nocaut como el que se aplica a la brasileña es único.
También esta semana se supo que, en el mismo lapso, alrededor de un
millón de puestos laborales fueron cerrados en Brasil. Así, parte muy
significativa de la tan sonada
nueva clase mediasurgida en los 11 años pasados, es decir, alrededor de 40 millones de brasileños que ascendieron de la clases D y E a la C, corren el grave riesgo de retroceder.
Hay una clara insatisfacción en las clases medias urbanas, una clara
y muchas veces sórdida campaña de los medios hegemónicos de
comunicación contra la presidenta Dilma Rousseff y su gobierno, un
desaliento creciente en las bases sociales que siempre respaldaron al
Partido de los Trabajadores y, por si fuera poco, hay, dentro del mismo
PT una profunda decepción con la presidenta que eligió.
Y el gobierno no reacciona. No logra. No sabe cómo. Y, cuando lo intenta, resulta mal.
El PT está consciente de que está perdiendo su trinchera más
valiosa: las calles. Las manifestaciones comandadas por la derecha y
por la extrema derecha, especialmente en São Paulo, llevan mucho más
gente a las calles que las convocadas por el PT.
El partido, que siempre contó con 25 por ciento de apoyo consolidado
en la opinión pública (es una marca promedio histórica), en los 10
meses pasados vio bajar esa participación a 15 por ciento. Los partidos
de oposición, sumados, tenían 10 por ciento de aprobación hace un año;
ahora, tienen 11. Es decir, lo que el PT perdió se quedó en el aire,
sin herederos, y mientras tanto, el gobierno sigue sin rumbo, y el PT
no encuentra espacio para recuperarse.
Es verdad que Dilma Rousseff logró en la semana que termina una
importante victoria en el Congreso: sus vetos a leyes aprobadas por los
diputados; proyectos delirantes que costarían, a un presupuesto
nacional ya absolutamente deshidratado, siderales 40 mil millones de
dólares, fueron mantenidos tanto en la Cámara como en el Senado.
En
un primer momento, se sintió la brisa de algún aliento. Una victoria en
la Cámara de Diputados, comandada por un golpista significaría una
barrera contra los movimientos que pretenden por la vía parlamentaria
decretar la destitución de la mandataria.
A la vez, Dilma intentó llevar a cabo una reforma ministerial para
satisfacer el hambre inmoral del PMDB, su principal aliado, y mantener
cierta gobernabilidad. La victoria alcanzada en la manutención de los
vetos indicaría ser este un buen camino.
Dulce, ingenua ilusión. El sistema político brasileño es mucho más
burdo y tosco de lo que parece, y, una vez más, iniciativas que el
gobierno considera fundamentales tropiezan en la realidad. En lugar de
calmar sectores del PMDB y armar un centro de protección al acorralado
gobierno, el intento de reforma tuvo que ser suspendido. La capacidad
de chantaje del PMDB es demasiado grande para los ineptos estrategas de
Dilma. Gracias a esa inepcia, ni el mismo Lula, con su todavía
consistente capital político, logra ayudar, por más que actúe
presionando al aliado desleal.
Lo más grave, sin embargo, se nota en dos otros frentes. Uno, el
judicial. Las investigaciones llevadas a cabo por un tribunal de
primera instancia controlado por un juez de provincia, muy mediático,
adulado por los defensores del
fuera Dilma,
muerte al PTy
cárcel para Lula, prosiguen en ritmo frenético.
Lo que se filtra a la prensa, atropellando cualquier noción básica
de sigilo procesal, no hace más que minar, día a día, la imagen del PT
y de sus principales dirigentes.
El otro frente es el mismo PT, donde crecen las voces que defienden,
pura y llanamente, que el partido abandone a Dilma a su suerte, a menos
que ella acepte dar un vuelco radical y volver a abrazar su programa
electoral, honrando las promesas traicionadas. Que vuelva a gobernar
para el pueblo, y no para el capital. Que vuelva a abrazar el proyecto
que cambió la cara del país.
Considerando la persistente necedad demostraba hasta ahora por la
presidenta, es más fácil que Julieta Venegas se pare bajo mi ventana y
me dedique una serenata la próxima noche de luna llena.
Es decir, hoy mismo, porque en el Brasil actual las próximas noches de luna llena son imprevisibles.
No hay comentarios:
Publicar un comentario