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lunes, 14 de septiembre de 2015

Agua de Bolivia: fracaso de su privatización y revuelta ciudadana


Bajo la lupa
Alfredo Jalife-Rahme

El presidente de Bolivia, Evo Morales (primer plano, al centro), flanqueado por el gobernador del departamento de Cochabamba, Iván Canelas (segundo de izquierda a derecha), y el alcalde del municipio cochabambino de Quillacollo, Eduardo Mérida, entre otros funcionarios, ayer
Foto Xinhua

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Bolivia, en la etapa de su notable presidente, Evo Morales, es un país fascinante por sus logros épicos, pero que carece de publicidad, ya que hoy es el país que ostenta el mayor crecimiento económico de toda Sudamérica, paso que ha sostenido en los recientes siete años con un promedio espectacular de 5.3 por ciento, pese al declive de la cotización de los hidrocarburos.
Poco se habla del milagro económico de Bolivia en la fase de la economía mixta con rectoría estatal de Evo Morales, lo cual tuvo como detonador a la revuelta ciudadana contra la perniciosa privatización del agua y encaminó al país a su presente ruta exitosa que culminó con la renacionalización de sus hidrocarburos y minería que le proveen hoy el grueso de sus ingresos que antes se esfumaban en las arcas trasnacionales.
Mientras el devaluado México neoliberal itamita mal crece a menos de 2 por ciento, Bolivia este año supera(rá) 6 por ciento de crecimiento gracias a sus triunfales nacionalizaciones, donde descuellan los hidrocarburos, en medio de una remarcable tolerancia a su banca privada, que, a mi juicio, es aldeana/regionalista y todavía no alcanza el anhelado impulso nacional.
Irish Times sintetizó cómo la guerra del agua derrocó al régimen neoliberal de Hugo Banzer en Bolivia, lo cual ejemplica la debacle a la que puede conducir el mal manejo del recurso en Irlanda.
A su juicio, el gobierno neoliberal de Banzer manejó pésimamente una disputa local sobre el líquido que escaló en la primera (sic) guerra del agua del siglo XXI y eventualmente ayudó a encabezar el derrocamiento del orden político entero.
Bolivia se había vuelto el laboratorio de experimentación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) que exigían al gobierno neoliberal la privatización del recurso sin el menor miramiento a sus daños estructurales y colaterales.
Irish Times juzga que a cambio de la ayuda (¡supersic!) financiera para rescatar su economía quebrada (sic), el FMI y el BM exigieron reformas estructurales (sic), incluyendo la privatización de las empresas estatales del agua de Bolivia.
Ya todo había sido vendido: minas, campos de gas y petróleo, ferrocarriles y empresas de electricidad, mientras decenas de miles de trabajadores eran despedidos con un desempleo disparado y una pobreza intensificada.
En 1999, el gobierno de Banzer otorgó al consorcio trasnacional Aguas del Tinari –encabezado por Bechtel (cuarta empresa privada por ingresos en el ranking de Forbes de 2014), además de la estadunidense Edison, la española Abengoa y las bolivianas Petrovich y Doria Medina– una concesión de 40 años (¡supersic) para manejar el agua de Cochabamba, la tercera ciudad, a cambio del compromiso de modernizar (¡supersic!) su red acuífera.
Entonces, Semapa, la todavía agencia gubernamental hidráulica de Cochabamba, elevó en forma demencial hasta 300 por ciento (¡supersic!) las tarifas del consumo (http://goo.gl/ychou1) y eliminó los subsidios, haciendo oídos sordos a las realidades sociales de un país empobrecido, de acuerdo con el inflexible guión del BM, mientras el gobierno se encargaba de privatizar el líquido.
Ya a inicios de 2000, el alcalde privatizador de Cochabamba, Manfred Reyes –anterior capitán del ejército apuntalado por Banzer– enloqueció al intentar cobrar la captura de lluvia, lo cual desembocó en un levantamiento insurgente.
Bolivia se partió en dos, ya que Cochabamba se encuentra ubicada en la principal carretera que conecta al oriente con el occidente.
El gobierno del Banzer declaró el estado de si­tio, que produjo seis muertos y centenas de heridos, mientras la ciudadanía se volcaba contra la receta de la privatización y la austeridad impuesta por Washington.
La revuelta histórica contra la privatización hídrica en Cochabamba constituyó el catalizador primordial del ascenso al poder cinco años más tarde de Evo Morales y su Movimiento al Socialismo (MAS), con una mayoría nunca vista, que consagraron la ley de la propiedad pública del agua.
En forma increíble, la plutocracia racista criolla había sido sustituida en la cúpula por un movimiento contestatario indígena: la mayoría de su población marginada durante siglos.
Para empeorar las cosas y blindar los intereses de las trasnacionales, el parlamento neoliberal de Bolivia había aprobado la ley 2029, que otorgaba patente de corso al cobro del uso particular de los acuíferos públicos con el fin de que los ciudadanos garantizaran sus adeudos con sus bienes inmuebles (¡supersic!).
El consorcio multinacional Aguas del Tunari podía desahuciar a los ciudadanos que no podían pagar su adeudo hidráulico y hasta embargar sus casas, como consecuencia del alza exagerada de las tarifas.
La guerra del agua de Cochabamba propulsó al entonces joven diputado indígena Evo Morales a alturas insospechadas junto a sus legendarios cocaleros.
Banzer no tuvo más remedio que negociar y expulsar a la empresa Aguas del Tunari, mientras remunicipalizaba a Semapa, la compañía de aguas de Cochabamba.
En el estrujante reporte de Der Spiegel (http://goo.gl/v5kbJs), que sinteticé (http://goo.gl/1rrWWq), no podía faltar la paradigmática guerra del agua en Bolivia, bajo la presión privatizadora del BM en la primavera de 2000, que carcomió la cuarta parte de los ingresos de la clase ordinaria fagocitados por un alza de 300 por ciento de las tarifas.
La revuelta ciudadana e indígena –el segmento más afectado debido a su pauperización por el neoliberalismo– obligó a revocar la privatización del líquido que catalizó la restitución estatal de los hidrocarburos que forman parte de la médula de su presente auge económico y entronizó el liderazgo de Evo Morales, quien creó el Ministerio del Agua y consagró el derecho al agua en la nueva Constitución.
Evo, quien vivió en su infancia la carencia del líquido vital, sentenció que el agua no puede ser un negocio. Debe ser un bien común.
En contraste al selectivo ostracismo acuífero del previo modelo neoliberal –con dedicatoria discriminatoria contra sus maravillosos indígenas: su mayoría–, el portal alemán señala que hoy 83 por ciento de los bolivianos tienen acceso a agua potable bebible, comparado con menos de la mitad de la población en 1990. ¡Vaya hazaña!
El modelo de la renacionalización hídrica en Bolivia ha sido imitado en varios países y regiones (sic), incluyendo Argentina, Indonesia, Ghana y Malí, que han colocado otra vez su agua bajo el control público.
Todo lo contrario del devaluado cuan inepto México neoliberal itamita, un vulgar “banzerismo après la lettre”, que insiste en privatizar el líquido bajo la fétida ley Korenfeld (http://goo.gl/OC7rm7) de Conagua, cuya pésima gestión afecta a las zonas paupérrimas del DF (Iztapalapa, http://goo.gl/dhUOZz) y el estado de México ( Neza, Ixtapaluca, Chalco, Texcoco, etcétera): ¡una Bolivia mexicana!
Conagua –aún telecontrolada por el felón David Korenfeld Federman, dedicado a promover los intereses hidráulicos de Israel en detrimento de México– está provocando la imitación de la primavera ciudadana de Bolivia.
Pocos temas levantan tanta pasión como el agua.
¡Cuidado: con el agua no se juega!

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