Editorial La República
El
Partido Nacional uruguayo, que hasta ahora viene cortejando al
electorado con baboseos cazavotos mediante el enigmático slogan de
“mejoramiento” de lo alcanzado por el oficialismo, por fin se ha
decidido a confrontar esta semana sobre, al menos, una iniciativa del
gobierno progresista. En esta oportunidad, lo hizo en sincero abandono
de “la positiva” oponiéndose al otorgamiento de asilo a algunos de los
presos políticos del campo de concentración estadounidense en la
provincia cubana de Guantánamo. Para un país que tres décadas atrás fue
devastado por el terrorismo de estado y obligó al exilio a decenas de
miles de sobrevivientes, oponerse al refugio de otros secuestrados en
casi idénticas condiciones de atrocidad y anomia, excede la mera
divergencia coyuntural. Para un partido que –aunque en menor proporción
que las fuerzas políticas de izquierda- nutrió también ese exilio hasta
con la emblemática figura de su principal líder, Wilson Ferreira
Aldunate, debió operar en su seno una transformación tanto mnémica
cuanto de composición social y política.
Guantánamo posee además
de su intrínseca monstruosidad un potente carácter simbólico que
sintetiza lo que en otros textos he denominado el “terrorismo imperial”
caracterizado por la combinación de intervención militar directa sobre
otras naciones y la instauración del terrorismo de estado en tales
dominios. Es la punta visible de un inmenso iceberg de indisoluble
consistencia oculto bajo turbias aguas de impune violencia e
ilegalidad. Es parte de un conjunto de centros secretos de tortura y
reclusión, cuando no de exterminio, que Estados Unidos mantiene en
territorios y países directamente ocupados o bien sometidos a extorsión
económica y política, expresamente autorizados -sin desmentida hasta
hoy- por el ex presidente Bush. Aúna la inaceptable ocupación de parte
de un país con la elusión de toda ley tanto propia como internacional o
garantía humanitaria. Allí no rige siquiera el derecho a juicio o la
representación por un abogado, ni existen cargos formalizados, ni se
aplica la Convención de Ginebra para prisioneros de guerra. Buena parte
de las víctimas provienen de delaciones estimuladas por el ofrecimiento
de jugosas recompensas a los delatores, tal como hacía el Sheriff en el
antiguo Far West.
Pero los críticos blancos esgrimen el
argumento pueril de que la iniciativa del Presidente Mujica de otorgar
asilo “le hace los mandados a EEUU” y que el partido blanco ha estado
siempre “firme ante USA”, como sostuvo el diputado Iturralde. Cuando el
ACNUR y los que desde el exterior luchábamos por la liberación de los
presos de la dictadura, ¿le hacíamos los mandados a los criminales? El
propio diputado que pertenece a mi generación, ¿sólo estudiaba en
dictadura el derecho que la misma impedía ejercer? ¿No luchaba por la
liberación de los presos políticos como no lucha hoy por develar la
verdad sobre los desaparecidos y asesinados? ¿El único gobierno blanco
desde la vigencia del estado de derecho, ha estado firme ante USA y son
sólo detalles de circunstancia su inigualado entreguismo y genuflexión
ante el imperio? Su solución práctica es que Guantánamo continúe tal
como está. En eso sí está “por la positiva”.
La razón de fondo
es que tanto el partido blanco como el colorado fueron hegemonizados
por sus fracciones ultraderechistas, las que a su vez construyeron su
pequeño Guantánamo ideológico interno en el que encierran a los pocos
progresistas que puedan ir quedando. El Frente Amplio ha sido una
opción de asilo para ellos ante estos cambios en la correlación
partidaria de fuerzas, que explica parcialmente el crecimiento
frentista.
El genio de Borges concibió a Ireneo Funes, el
protagonista fraybentino de un clásico cuento, quien al recobrar el
conocimiento luego de un accidente con un potro, recordaba
absolutamente todo, hasta el más mínimo detalle de toda su vida
presente y pasada. No es necesario apelar a tal sincronía obsesiva y
posiblemente insoportable del memorioso para refrescarles a blancos y
colorados que también de sus filas salieron, además de Batlle y Wilson,
los Rodríguez Camusso, Michelini o Roballo. Sólo basta con ser algo
menos olvidadizo.
Y tal vez un poco más escrupuloso.
Emilio Cafassi. Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano.
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