Manuel Humberto Restrepo Domínguez
Se ha conmemorado otro 8 de Marzo para resaltar las luchas de las mujeres por el derecho a un digno vivir, con reconocimiento de su condición de seres humanos en toda su plenitud y con garantías para que las igualdades, las libertades y el respeto a su esencia de mujer y modos de actuar hagan parte del mundo real y no de las ficciones y retoricas del poder. Tal vez nunca pueda ser completa la conmemoración, siempre habrá déficit, faltantes. Entre esos faltantes están las mujeres encarceladas, que de victimarias o inocentes, han pasado a convertirse en victimas del encierro, bajo el sesgo machista heredero de un patriarcalismo en ebullición, que arremete con furia contra derechos ya ganados, contra el cuerpo libre de las mujeres y contra toda oposición. En innumerables ocasiones quienes aplican la ley justifican sus actuaciones basados en la coherencia interna de las leyes, dejando por fuera contextos, realidades y técnicas del poder, ellos, suelen sostener que las penas son hechas para castigar los delitos y que no tienen genero.
Las cárceles en cambio si hacen evidente la existencia del genero, las hay de hombres y de mujeres. Las dos son formas de encierro y parte activa de la miseria humana. Reflejan lo deprimente de una sociedad trazada sobre un mapa de exclusiones, desigualdades y discriminaciones. Cualquier cárcel aunque se llame eufemísticamente, la libertad o el buen pastor, es la fiel imagen de una doble degradación, la de las mujeres que sufren como humanas convertidas en victimas del sistema y la de los poderosos que a través del sistema arrasan con todos los demás derechos de las encarceladas. El fin es eliminar su potencia de humanización. El libreto histórico, un día las pasó por la hoguera; otro día castigó sus cuerpos forzándolos a su inutilidad, descoyuntándolos; en otra ocasión las sometió a trabajos forzados hasta eliminar toda energía humana y; hoy trata de derrotar la dignidad humana, someter la voluntad a la impotencia. La eficiencia carcelaria no resocializa si no que humilla lo humano que hay en el otro.
La retorica, las normas, las reglas, las formulas carcelarias giran en torno al varón, al hombre delincuente y se aplican como apéndice a la mujer. La política criminal lo hace en torno al encierro, a las formas mas seguras de encierro pero menos a la prevención de los delitos o la eliminación de las causas de los mismos. Desde las tribunas políticas se clama por construir nuevas cárceles y tener mejores carceleros. Los responsables de la creación de situaciones, leyes, políticas y condiciones de injusticia se anuncian cínicamente como observadores neutrales que piden castigo, se desentienden de los orígenes del delito o la judicialización que conduce a prisión sea falsa o verdadera. Dentro de este marco a la mujer encarcelada se le anula la posibilidad de tener su historia propia, un mundo propio alejado de culpas y temores. Son miles de mujeres encarceladas, negadas, ocultadas, invisibilizadas, olvidadas, que padecen atropellos y vejaciones realizadas por victimarios que sí le ponen genero a las agresiones. En Colombia, por delitos políticos, incluida la judicialización persecutoria a la oposición, hay mas de 4000 mujeres encarceladas, que representan una síntesis de país, son estudiantes universitarias, profesionales, campesinas, obreras, negras, mestizas, que en promedio y como si se tratara de una venganza contra sus ideas y luchas de libertad solo cuentan con un metro cuadrado de celda para habitar un mundo sin esperanzas creado para ellas, de pocas alegrías y de muchos sufrimientos.
Vergonzoso resulta para la sociedad y el estado, creer que la justicia se logra construyendo nuevas y mas seguras cárceles o que entregando a una sola institución el resguardo de cuerpos humanos castigados, se eliminan el delito. El delito no tiene una sola naturaleza, tampoco quienes lo cometen. Las mujeres encarceladas son tratadas como seres incompletos y se les castiga para devolverlas al mundo de la reproducción. Los espacios de encierro tienen una arquitectura hostil, una estética carente del sentido de mujer, sin bibliotecas adecuadas, ni espacios para las artes o la educación. Las cárceles se ciñen al modelo de barrotes invencibles que esconden largas condenas, alto volumen de prisioneras no condenadas, pésimo estado de infraestructuras e instalaciones, carencia de asistencia sanitaria mínima y especializada, deficiente capacitación laboral y limitaciones severas para actividades educativas, culturales y recreativas. La violación de derechos humanos es sistemática. Muchos funcionarios, guardianes y carceleros se quedaron en la época medieval, exigen sumisión y obediencia, manejan a su antojo los asuntos públicos de la prisión, obstaculizan y se niegan a entender que los sexos tienen genero de los que se desprenden valoraciones y modos de relacionarse con el mundo, con el poder y con las consecuencias de sus actos de manera diferente. Las mujeres encarceladas padecen las tergiversaciones de una democracia a la medida de los opresores. La cárcel discrimina, subordina, encierra, estigmatiza y destruye, es mas sinónimo de venganza que de justicia, destruye lo humano del ser humano y de su entorno. La cárcel reduce el sentimiento de humanidad que queda en la mujer encarcelada. La cárcel se roba el alma de la gente, endurece el cuerpo y reduce los días a rutinas de sol o sombra, de incansable espera para vivir con dignidad.
P.D. Ojala la memoria de las luchas de mujeres del 8 de marzo y los ánimos de Paz, sirvan para encontrar a las mujeres encarceladas construyendo con sus manos justicia y democracia y no muriendo en una jaula.
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