“Hola, tengo 18 años y dos de estar en el último albergue de protección. Conmigo está mi hermana, tres años menor que yo. Somos huérfanas de madre y padre. Yo nací en Honduras, mi mamá era de allá, conoció a mi papá, estuvieron juntos un tiempo y luego se separaron. Mi mamá se vino para Guatemala, acá conoció a mi padrastro, el papá de mi hermana menor. Mi mamá vivió un tiempo con él, pero él le pegaba mucho; me recuerdo que una vez él llegó bien bolo a la casa, y comenzó a pegarle a mi mamá, ella estaba toda ensangrentada, le gritaba que la iba a matar, entonces mi mamá salió corriendo para la casa de un familiar de mi padrastro y allí nos escondimos.
Carolina Escobar Sarti
Recuerdo que a mi mamá le quedó la cara desfigurada de la paliza que le dio mi padrastro. Yo ya no quería vivir con él porque a nosotras también nos pegaba mucho, aunque no como a mi mamá, que le pegaba casi todos los días. Ella tuvo otra hija con él, y recuerdo que al poco tiempo que mi mamá tuvo a la bebé comenzó a sentirse mal. Fue al hospital y al poco tiempo murió. Los doctores nos dijeron que estaba infectada de VIH-SIDA. Poco después murió también mi hermanita de meses de nacida, y los doctores dijeron que estaba infectada. De último murió mi padrastro de lo mismo, porque él había sido el que se lo había pegado a ellas. Yo tenía entonces 7 años y mi hermana 4.
Como toda mi familia estaba en Honduras y no conocía a nadie en Guatemala, fueron los familiares de mi hermana menor quienes se hicieron cargo de las dos. Cuando yo tenía 8 años, me sentía siempre muy triste porque la señora que nos cuidaba nos pegaba mucho; yo me sentaba entonces en la orilla de un pozo, dispuesta a tirarme y mi hermanita me decía que no lo hiciera. Yo ya no quería vivir, pensaba que había nacido para arruinarlo todo, ella me decía que no lo hiciera y yo pensaba que si lo hacía ella se iba a quedar sola y no tendría quien la cuidara. Por eso no lo hice.
A partir de los 8 años, nos mandaron a las dos a Hogares Temporales. Por épocas nos sacaban, nos íbamos a vivir con los familiares de mi hermana, pero después nos volvían a mandar a instituciones, porque nos seguían tratando mal y yo me defendía; decían que éramos unas rebeldes y que no nos podían tener en la casa. En el 2012 entramos a un lugar de protección y abrigo que comenzó a cambiar mi vida y la de mi hermana. Comenzamos a estudiar, a ponernos metas, hicimos nuestro plan de vida, y periódicamente vamos al cementerio a visitar la tumba de mi mamá y hermana. A mi hermana y a mí nos gusta ir porque esto mantiene vivo el recuerdo de ellas dos.
No tengo familiares cercanos como para irme a vivir con ellos, por eso quiero terminar mis estudios y graduarme de bachiller. Ahora estoy estudiando también un curso de cultora de belleza, así que me veo trabajando en un salón de belleza porque quiero ganar mi propio dinero y así ser recurso para mi hermana. Quiero que vivamos juntas y que salgamos adelante. Yo he cambiado mucho, ya no me enojo tanto, me llevo mejor con las personas, me gusta vivir y sentir que tengo la oportunidad de tener una vida diferente, junto a mi hermana”.
Los cuerpos de las mujeres han sido el lugar donde la violencia patriarcal se ha inscrito por siglos. Nadie querría tantas niñas y adolescentes lastimadas en albergues y tampoco a sus madres golpeadas, silenciadas o muertas. Pero ¿adónde van las niñas y adolescentes que no tienen adónde ir? ¿Vuelven a los mismos lugares donde son abusados sus cuerpos y sus vidas por las personas adultas que supuestamente habrían de enseñarles a confiar? El 71% de las mujeres del mundo ha sufrido violencia física a manos de sus parejas u hombres de su entorno, en algún momento de sus vidas (OMS). Por eso, este 8 de marzo no cambiamos golpes por flores; más bien celebramos en la calle y en la casa la vida de miles de niñas y adolescentes que cuidaremos, porque tienen ganas de vivir.
cescobarsarti@gmail.com
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