Llegar a la luna ya no es anhelo humano. Ahora, un click permite imprimir réplicas exactas del corazón en 3D para ayudar a los cirujanos en las operaciones. Y dentro de poco, un click bastará para imprimir tridimensionalmente naves espaciales desde nuestras impresoras caseras. Quizás hasta podamos imprimirnos a nosotros mismos más pronto de lo que creemos. El futuro ya está aquí. Pero, ¿en qué mundo ancla ese futuro? En uno donde, según un reporte de Oxfam, las 85 personas más ricas del planeta -la mayoría en Estados Unidos- controlan igual riqueza
Carolina Escobar Sarti
que los 3.5 millardos de personas más pobres. Ancla, en una China donde el modelo económico de “crecer a costa de lo que sea” ha contaminado tanto el aire de ese país, que la población indignada ha de usar mascarillas en el día a día. Ancla en el mundo del Chapo Guzmán y Compañía, ahora reconocido como uno de los hombres más ricos del planeta y elevado internacionalmente a la categoría de Chief Executive Officer (CEO) en el mundo del crimen organizado. Ancla entre la guerra que se apaga en Afganistán y se enciende en Venezuela.
He visto ya pequeños objetos impresos en 3D, así que atestiguo que, sin lugar a dudas, el futuro está a un click. Sin embargo, en América Latina, ese futuro ancla también entre el desempleo. Casi ocho millones de jóvenes de edades entre 15 y 24 años están desempleados. Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), esto sucede a pesar del crecimiento económico de la región, y se habla en el documento de un 55,6% de los/las jóvenes trabajando en la informalidad. Seis de cada 10 jóvenes que trabajan lo hacen en condiciones de ilegalidad laboral, y 21,8 millones de jóvenes ni siquiera estudian; las tasas de acceso a la educación secundaria son muy bajas aún en toda la región. Así que, en pleno siglo XXI, basta un click entre la informalidad y el desempleo para dibujar la falta de trabajos decentes y las consecuentes altas dosis de frustración y desaliento en la generación del presente, que nunca más verá repetir la posibilidad de incidir y transformar su mundo como ahora.
A mí se me antoja el futuro, pero no a costa de un presente mal resuelto para las grandes mayorías de jóvenes que quieren hacerse un lugar en el mundo. Que el futuro llegue, pero que encuentre a la juventud trabajando, moviéndose, incidiendo en su realidad, y no vendiéndose por necesidad o suicidándose por falta de opciones. Si hay 50 millones de jóvenes en América Latina y el Caribe que, según ese informe, presentan indicadores preocupantes en el tema del mercado laboral, la emergencia es de toda la sociedad latinoamericana, de todos los Estados, de todo el mundo. La presencia de inmigrantes africanos o turcos en algunos países europeos, así como la de migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, nos tendría que decir, al menos, que en la línea del tiempo, la migración como consecuencia de la pobreza, no es menor ahora que hace un siglo. Algo seguimos haciendo mal, y a lo mejor es que levantamos un modelo civilizatorio sobre la base del mito que reza que es natural la existencia de amos y esclavos.
La juventud no dura para siempre. Así que vincular escuela a trabajo, crear condiciones para el trabajo, formar a la juventud para trabajar, ofrecerle protección social, generar diálogos sociales, legalizar el trabajo juvenil que se realiza de manera digna, y diseñar programas de inserción educativa, todo cabe en la sección de “pendientes” en el corto y mediano plazo. ¿O inventamos un sistema donde ya no tengamos que trabajar para ganar dinero y comenzamos a intercambiar saberes, conocimientos, objetos y capacidades?
Mientras el futuro avanza a una velocidad que nos rebasa, una buen parte de la juventud del mundo siente que no tiene esperanza. Así que bienvenido el futuro, siempre que ese futuro no se levante sobre un presente sin ilusión.
He visto ya pequeños objetos impresos en 3D, así que atestiguo que, sin lugar a dudas, el futuro está a un click. Sin embargo, en América Latina, ese futuro ancla también entre el desempleo. Casi ocho millones de jóvenes de edades entre 15 y 24 años están desempleados. Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), esto sucede a pesar del crecimiento económico de la región, y se habla en el documento de un 55,6% de los/las jóvenes trabajando en la informalidad. Seis de cada 10 jóvenes que trabajan lo hacen en condiciones de ilegalidad laboral, y 21,8 millones de jóvenes ni siquiera estudian; las tasas de acceso a la educación secundaria son muy bajas aún en toda la región. Así que, en pleno siglo XXI, basta un click entre la informalidad y el desempleo para dibujar la falta de trabajos decentes y las consecuentes altas dosis de frustración y desaliento en la generación del presente, que nunca más verá repetir la posibilidad de incidir y transformar su mundo como ahora.
A mí se me antoja el futuro, pero no a costa de un presente mal resuelto para las grandes mayorías de jóvenes que quieren hacerse un lugar en el mundo. Que el futuro llegue, pero que encuentre a la juventud trabajando, moviéndose, incidiendo en su realidad, y no vendiéndose por necesidad o suicidándose por falta de opciones. Si hay 50 millones de jóvenes en América Latina y el Caribe que, según ese informe, presentan indicadores preocupantes en el tema del mercado laboral, la emergencia es de toda la sociedad latinoamericana, de todos los Estados, de todo el mundo. La presencia de inmigrantes africanos o turcos en algunos países europeos, así como la de migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, nos tendría que decir, al menos, que en la línea del tiempo, la migración como consecuencia de la pobreza, no es menor ahora que hace un siglo. Algo seguimos haciendo mal, y a lo mejor es que levantamos un modelo civilizatorio sobre la base del mito que reza que es natural la existencia de amos y esclavos.
La juventud no dura para siempre. Así que vincular escuela a trabajo, crear condiciones para el trabajo, formar a la juventud para trabajar, ofrecerle protección social, generar diálogos sociales, legalizar el trabajo juvenil que se realiza de manera digna, y diseñar programas de inserción educativa, todo cabe en la sección de “pendientes” en el corto y mediano plazo. ¿O inventamos un sistema donde ya no tengamos que trabajar para ganar dinero y comenzamos a intercambiar saberes, conocimientos, objetos y capacidades?
Mientras el futuro avanza a una velocidad que nos rebasa, una buen parte de la juventud del mundo siente que no tiene esperanza. Así que bienvenido el futuro, siempre que ese futuro no se levante sobre un presente sin ilusión.
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