La normalidad dio una fuerte sacudida a la
revolución. Es la conclusión que se deriva de lo sucedido el martes pasado en las elecciones primarias cuando una ola de angustiados demócratas dio el triunfo en 10 estados a Joe Biden, cuyo contrincante, el senador Bernie Sanders, lo había superado ampliamente durante varias semanas en la carrera por alcanzar la nominación del Partido Demócrata.
Era evidente el nivel de esa angustia de la dirigencia de esa fuerza
política al ver que un candidato que llamaba a realizar un cambio
profundo, no sólo partidista, sino en la nación entera, llevaba una
clara delantera al candidato que aparentemente representaba mejor la
normalidad y la moderación en ese instituto.
Las defecciones de Pete Buttigieg, Amy Klobuchar y Elizabeth Warren
después de sus magros resultados reduce la carrera a Bernie Sanders y
Joe Biden, dos hombres blancos mayores de 75 años.
Reconfortada por el resultado, la plana mayor de los demócratas se
dispone a completar la faena, mediante lo que se pudiera denominar el
asalto final al cuartel de Sanders. Para ello, ya aseguró el apoyo del
poderoso e impresionante equipo de campaña del billonario Michael
Bloomberg y además de Buttigieg y Klobuchar.
Los resultados del supermartes fueron alentadores para
muchos demócratas. La sombra de la posibilidad que Trump se religiera,
en caso de que Sanders representara a su partido, desapareció, por lo
menos temporalmente.
Su preocupación iba más allá de la incertidumbre sobre el triunfo de Sanders; también temían que su agenda
revolucionaria, como algunos medios de información suelen llamarla, quedara atascada en el Congreso.
Varios de los artículos editoriales aparecidos en los días
posteriores a la elección reflejaron el sentir de no pocos demócratas.
Para Thomas Fridman ( New York Times, 4/03/2020) “… si los
demócratas nominan a un populista de izquierda como Sanders, en contra
de un populista de derecha como Trump, probablemente Sanders sería el
triunfador, pero tendría cero posibilidades de lograr su agenda
democrática socialista… pero existe una gran posibilidad de que Sanders
pierda por un gran margen, que Trump se relija y con él los republicanos
obtengan la mayoría en ambas cámaras legislativas, y con la Suprema
Corte en su bolsillo, su grado de impunidad sería aún mayor por otros
cuatro años”.
Nicholas Kristof, ( New York Times) fue más allá cuando
tituló su artículo, “Si se quiere un cambio real, no vote por Sanders…
crece el sentimiento de que la posibilidad de cambio real la ofrece Joe
Biden, ya que, en la práctica, es quien tiene mayores posibilidades de
derrotar al magnate y ayudar a elegir un Congreso demócrata que le
permita cumplir con su agenda”.
En el marco de toda esta especulación, cabe advertir dos cuestiones.
La primera es que aún no está despejada la incógnita de quién será el
candidato, y, la segunda, se refiere al papel que jugarán las huestes de
quien resulte derrotado. Ambos aspirantes han asegurado que, de perder,
no debe caber la duda de que apoyarán al ganador.
Sin embargo, aún está latente lo sucedido hace tres años cuando, a
pesar de la insistencia de Sanders para que sus seguidores apoyaran a
Hillary Clinton en la elección general, buena parte de ellos,
particularmente los jóvenes, permaneció al margen el día de la votación.
En su afán de sembrar la duda entre los demócratas, Trump ha
declarado que el liderazgo del partido ha operado para evitar que Bernie
Sanders gane la candidatura.
Es evidente que su apuesta es evitar que lleguen unidos a la elección.
Divide y vencerásha sido la carta que el presidente de Estados Unidos ha jugado a lo largo de su vida y ahora con mayor razón. Si el liderazgo del Partido Demócrata, y con éste quienes piensan que la vía más segura y conveniente para derrotar al republicano es apostar por la
mesura liberalencabezada por Biden y no por la
revolución liberalde Sanders, deben esperar; falta un buen trecho, y sería un error descartarlo desde ahora.
Envío mi solidaridad con las mujeres en un movimiento del que todos debemos ser parte.
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