Es tan obvio que no
lo vemos. Lo humano hace tiempo que agoniza. La pandemia no ha sacado
lo mejor de nosotros, más bien deja al descubierto las miserias de un
individualismo que carcome los cimientos de cualquier especie social: la
cooperación para el bien común y en el caso del Homo sapiens sapiens,
para una vida digna. Cuando la muerte deviene razón política para
mantener cohesionada a la población, no es el Covid-19 el objetivo, son
sus portadores. La realidad no da motivo para el optimismo. Los mensajes
del poder político son claros: si alguien tiene que sobrevivir no son
las personas, es el sistema. Al virus no le afectan las distinciones
sociales, aunque es la estructura de clases la que se impone. Los más
vulnerables, los desprotegidos, los condenados de tierra, son los
primeros en caer. Hoy, los médicos, a su pesar, se ven obligados a
decidir ante la falta de respiradores artificiales, en España e Italia,
quiénes tienen derecho a ser intubados y, por ende, más opciones de
salir adelante. Nuestras sociedades, preocupadas por impedir la
eutanasia, ahora, practican la eugenesia.
La Comunidad de Madrid obliga a los trabajadores de la salud, pese a
estar infectados, a seguir en sus puestos, contaminando a pacientes,
mientras la empresa privada de la salud, HM, con 17 hospitales y 21
clínicas, solicita a su personal tomar vacaciones, pedir bajas
incentivadas, permisos, excedencias o reducir jornada. Mientras,
arrecian las críticas a China, devaluando el éxito en detener la
pandemia. Mejor muertos que bajo el yugo comunista. Occidente, alaba el
sistema de libertades individuales, de mercado, la propiedad privada y
la libre circulación de personas (sic). El hambre, la desigualdad
social, la explotación o la compraventa de seres humanos son
considerados logros irrenunciables. Nuestros muertos por el Covid-19 lo
harán por falta de material. ¡Es la libertad de elegir! El discurso
anticomunista apuntilla: China es una sociedad sometida a un control
digital mediante un big data que impide la privacidad.
¿Acaso en nuestras sociedades, el control digital del big data
no funciona? Los militares han tomado las grandes ciudades y controlan
la población. Incluso España solicita el apoyo de la OTAN. Aconsejo leer
a Éric Sadin: La silicolonización del mundo. La irresistible expansión del liberalismo digital y La humanidad aumentada. La administración digital del mundo.
En nuestras sociedades, dice, “poco a poco emerge una gubernamentalidad
algorítmica y no sólo aquella que permite a la acción política
determinarse en función de una infinidad de estadísticas y de
inferencias proyectivas, sino incluso aquella que ‘a escondidas’
gobierna numerosas situaciones colectivas e individuales. Es la forma
indefinidamente ajustada de una ‘administración electrónica’ de la
vida, cuyas intenciones de protección, de optimización y fluidificación
dependen en los hechos de un proyecto político no declarado, impersonal,
aunque expansivo y estructurante. Es el surgimiento de una política de
la técnica ubicuamente distribuida y que se caracteriza sólo por la
inteligencia del tiempo presente y del futuro inmediato, ya que está
programada para analizar, en el aquí y ahora, una infinidad de
situaciones, y para sugerir o decidir de la mejor manera posible
soluciones pertinentes”.
Tras la pandemia, emergerá un capitalismo mejor dotado para la
dominación digital. Hacer diferencias entre China y Occidente, bajo el
binomio totalitarismo versus libertades individuales es poco serio. Todo
régimen político es un orden de dominación. ¿Hay que recordarlo?
Viviremos un lapso de luto social que unirá a tres generaciones: millennial, posmillennial
y los mayores de 65 años. Compartirán una experiencia inimaginable por
su dimensión global en lo social, económico, político y cultural. Los
sobrevivientes mirarán con recelo al resto de humanos, se aislarán y la
comunicación verbal perderá fuerza.
En cuarentena, nos sentimos solidarios. Somos presas del mito del
eterno retorno. Cada 31 de diciembre juramos ser mejor persona, y a los
pocos días ya hemos abandonado los objetivos trazados. Ahora nos
emborrachamos de buenas intenciones. Mejorar la sanidad, disminuir la
desigualdad, desprivatizar servicios esenciales, mayor inversión social.
Pero sin voluntad política nada será. Las directrices van en esa
dirección. Las grandes fortunas, las trasnacionales, el capital
financiero, seguirán campando a sus anchas. Las empresas están
despidiendo a sus trabajadores, mediante ERTE y ERES. Curiosamente las
que más beneficios obtienen, automotrices, tecnológicas, aeronáuticas y
el sector bancario. Sólo en España y desde que se aprobaron las medidas
extraordinarias, 1.5 millones de trabajadores se han ido al paro. El
Corte Inglés y Zara se frotan las manos. Las ayudas serán capitalizadas
por las grandes fortunas.
Aun así, hay ingenuos que creen en un cambio de actitud de
empresarios, élites gobernantes, organismos e instituciones
internacionales. Basta recordarles la historia
del
siglo XX y las dos décadas de este, para contradecirlos. Dos guerras
mundiales, Hiroshima y Nagasaki, Vietnam, los aislamientos de Gaza,
Cisjordania, las guerras en Centroeuropa, África y Asia, etnocidios y
genocidios, golpes de Estado en América Latina o 50 años de bloqueo a
Cuba. Seguimos una estela de muerte. Kant erró, no es posible la paz del
imperativo categórico. La existencia de una especie social que aboga
por el individualismo está condenada al fracaso y su extinción. Aun así,
hay que pensar para ganar, no sólo resistir. El capitalismo digital no
es opción.
No hay comentarios:
Publicar un comentario