Por
Fuentes: Counterpunch
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
Foto: Studio Incendo – https://creativecommons.org/licenses/by/2.0/
Según se aproxima la fecha de caducidad de la civilización
moderna, aumenta el número de estudiosos que dedican su atención a la
decadencia y caída de las civilizaciones del pasado. Dichos ensayos proponen
explicaciones contrapuestas de las razones por las que las civilizaciones
fracasan y mueren. Al mismo tiempo ha surgido un mercado lucrativo en torno a
novelas, películas, series de televisión y videojuegos post-apocalípticos para
aquellos que disfrutan con la emoción indirecta del caos y los desastres
oscuros y futuristas desde el confort de su sofá. Claro que sobrevivir a la
realidad será una historia bien distinta.
El temor latente a que la civilización tenga sus horas
contadas ha generado un mercado alternativo de ingenuos “felices para siempre”
que se aferran desesperadamente a su confianza en el progreso ilimitado.
Optimistas irredentos como el psicólogo cognitivo Steven Pinker tranquilizan a
esta muchedumbre ansiosa asegurándole que la nave titánica del progreso es
insumergible. Las publicaciones de Pinker le han convertido en el sumo
sacerdote del progreso (1). Mientras la civilización gira alrededor del sumidero,
su ardiente público se reconforta con lecturas y libros llenos de pruebas
elegidas cuidadosamente para demostrar que la vida es ahora mejor de lo que
nunca ha sido y que probablemente continuará mejorando. Sin embargo, cuando se
le pregunta, el propio Pinker admite que “es
incorrecto extrapolar que tenemos el progreso garantizado solo por el hecho de
que hasta ahora hayamos progresado”(2).
Las estadísticas color de rosa de Pinker disimulan
hábilmente el fallo fundamental de su argumentación: el progreso del pasado se
consiguió sacrificando el futuro, y el futuro lo tenemos encima. Todos los
datos felices que cita sobre el nivel de vida, la esperanza de vida y el
crecimiento económico son producto de una civilización industrial que ha
saqueado y contaminado el planeta para crear un progreso fugaz para una
creciente clase media –y enormes beneficios y poder para una pequeña élite.
No todos los que entienden que el progreso se ha adquirido a
costa del futuro piensan que el colapso civilizatorio será abrupto y amargo.
Algunos estudiosos de las antiguas sociedades, como Jared Diamond y John
Michael Greer, señalan acertadamente que el colapso repentino es un fenómeno
raro en la historia. En The Long Descent,
Greer asegura a sus lectores que “el
mismo modelo se repite una y otra vez en la historia. La desintegración
gradual, no una catástrofe repentina, es el modo en que finalizan las
civilizaciones”. El tiempo que suelen tardar estas en apagarse y colapsar,
por término medio, es de unos 250 años, y este autor no ve razones por las que
la civilización moderna no vaya a seguir esta evolución (3).
Pero la hipótesis de Greer es poco sólida porque la
civilización industrial muestra cuatro diferencias fundamentales con todas las
anteriores. Y cada una de ellas puede acelerar e intensificar el colapso
venidero además de aumentar la dificultad de recuperación.
Diferencia nº 1
A diferencia de todas las anteriores, la civilización
industrial moderna se alimenta de una fuente de energía excepcionalmente rica,
no renovable e irremplazable: los combustibles fósiles. Esta base de energía
única predispone a la civilización industrial a tener una vida corta,
meteórica, con un auge sin precedente y un descalabro drástico. Tanto las
megaciudades como la producción globalizada, la agricultura industrial y una
población humana que se aproxima a los 8.000 millones de habitantes son una
excepción histórica –e insostenible– facilitada por los combustibles fósiles.
En la actualidad, los ricos campos petroleros y las minas de carbón fácilmente
explotables del pasado están casi agotados. Y, aunque contemos con energías
alternativas, no existen sustitutos realistas que puedan producir la abundante
energía neta que los combustibles fósiles suministraron todo este tiempo (4).
Nuestra civilización compleja, expansiva y acelerada debe su breve existencia a
esta bonanza energética en rápido declive que solo tiene una vida.
Diferencia nº 2
A diferencia de las civilizaciones del pasado, la economía
de la sociedad industrial es capitalista. Producir para obtener beneficios es
su principal directriz y fuerza impulsora. En los dos últimos siglos, el
excedente energético sin precedentes proporcionado por los combustibles fósiles
ha generado un crecimiento excepcional y enormes beneficios. Pero en las
próximas décadas este maná de abundante energía, crecimiento constante y
beneficios al alza de desvanecerá.
No obstante, a menos que sea abolido, el capitalismo no
desaparecerá cuando la prosperidad se convierta en descalabro. En vez de eso,
el capitalismo sediento de energía y sin poder crecer se volverá
catabólico. El catabolismo es un conjunto de procesos metabólicos de degradación
mediante el cual un ser vivo se devora a sí mismo. A medida que se agoten las
fuentes de producción rentables, el capitalismo se verá obligado a obtener
beneficios consumiendo los bienes sociales que en otro tiempo creó. Al
canibalizarse a sí mismo, la búsqueda de ganancias agudizará la espectacular caída
de la sociedad industrial.
El capitalismo catabólico sacará provecho de la escasez, de
la crisis, del desastre y del conflicto. Las guerras, el acaparamiento de los
recursos, el desastre ecológico y las enfermedades pandémicas se convertirán en
las nuevas minas de oro. El capital se desplazará hacia empresas lucrativas
como la ciberdelincuencia, los préstamos abusivos y el fraude financiero;
sobornos, corrupción y mafias; armas, drogas y tráfico de personas. Cuando la
desintegración y la destrucción se conviertan en la principal fuente de
beneficios, el capitalismo catabólico arrasará todo a su paso hasta convertirlo
en ruinas, atracándose con un desastre autoinfligido tras otro (5).
Diferencia nº 3
A diferencia de las sociedades del pasado, la civilización
industrial no es romana, china, egipcia, azteca o maya. La civilización moderna
es HUMANA, PLANETARIA y ECOCIDA. Las civilizaciones preindustriales agotaron su
suelo fértil, talaron sus bosques y contaminaron sus ríos. Pero el daño era
mucho más temporal y estaba geográficamente delimitado. Una vez que los
incentivos del mercado perfeccionaron el colosal poder de los combustibles
fósiles para explotar la naturaleza, las funestas consecuencias fueron de
ámbito planetario. Dos siglos de quema de combustibles fósiles han saturado la
biosfera con un carbono que ha alterado el clima y que continuará causando
estragos durante las próximas generaciones. El daño causado a los sistemas
vivos de la Tierra –la circulación y composición química de la atmósfera y del
océano; la estabilidad de los ciclos hidrológicos y bio-geoquímicos; y la
biodiversidad del planeta entero– es esencialmente permanente.
Los humanos se han convertido en la especie más invasora
jamás conocida. Aunque apenas somos un mero 0,01 por ciento de la biomasa del
planeta, nuestros cultivos y nuestro ganado domesticado dominan la vida en la
Tierra. En términos de biomasa total, el 96 por ciento de los mamíferos que
pueblan el planeta son ganado; frente al 4 por ciento salvaje. El 70 por ciento
de todas las aves son aves de corral, frente a un 30 por ciento salvaje. Se
calcula que en los últimos 50 años han desaparecido en torno a la mitad de los
animales salvajes de la Tierra (6). Los científicos estiman que la mitad de las
especies restantes desaparecerán hacia el final del siglo (7). Ya no quedan
ecosistemas vírgenes o nuevas fronteras adonde las personas puedan huir del
daño que han causado y recobrarse del colapso.
Diferencia nº 4
La capacidad colectiva de la civilización humana para
afrontar sus crecientes crisis se ve paralizada por un sistema político
fragmentado entre naciones antagonistas gobernadas por élites corruptas a
quienes preocupa más la riqueza y el poder que las personas y el planeta. La
humanidad se enfrenta a una tormenta perfecta de calamidades globales que
convergen. El caos climático, la extinción desenfrenada de especies, la escasez
de alimentos y agua dulce, la pobreza, la desigualdad extrema y el aumento de
las pandemias globales están erosionando a marchas forzadas las bases de la
vida moderna.
Pero este sistema político díscolo y fracturado impide casi
por completo la organización de una respuesta cooperativa. Y cuanto más
catabólico se vuelve el capitalismo industrial, más aumenta el peligro de que
gobernantes hostiles aviven las llamas del nacionalismo y se lancen a la guerra
por los escasos recursos. Por supuesto que la guerra no es algo nuevo. Pero la
guerra moderna es tan devastadora, destructiva y tóxica que poco deja detrás.
Ese sería el último clavo del ataúd de la civilización.
¿Resurgiendo de las
ruinas?
El modo en que las personas respondan al colapso de la
civilización industrial determinará la gravedad de sus consecuencias y la
estructura que la reemplace. Los desafíos son monumentales. Nos obligarán a
cuestionar nuestra identidad, nuestros valores y nuestras lealtades más que
ninguna otra experiencia en la historia. ¿Quiénes somos? ¿Somos, por encima de
todo, seres humanos que luchamos por sacar adelante a nuestras familias,
fortalecer nuestras comunidades y coexistir con otros habitantes de la Tierra?
¿O nuestras lealtades básicas son hacia nuestra nación, nuestra cultura,
nuestra raza, nuestra ideología o nuestra religión? ¿Podemos dar prioridad a la
supervivencia de nuestra especie y de nuestro planeta o nos permitiremos quedar
irremediablemente divididos según líneas nacionales, culturales, raciales,
religiosas o de partido?
El resultado final de esta gran implosión está en el aire.
¿Seremos capaces de superar la negación y la desesperación, vencer nuestra
adicción al petróleo y tirar juntos para acabar con el control del poder
corporativo sobre nuestras vidas? ¿Conseguiremos promover la democracia
genuina, mejorar la energía renovable, retejer nuestras comunidades, reaprender
técnicas olvidadas y sanar las heridas que hemos causado a la Tierra? ¿O el
miedo y los prejuicios nos conducen a terrenos hostiles, a la lucha por los
menguantes recursos de un planeta degradado? Lo que está en juego no puede ser
más importante.
Notas:
[1] Algunos de sus libros
son: The Better Angels of Our Nature and Enlightenment Now: The
Case for Reason, Science, Humanism, and Progress.
[2] King,
Darryn. “Steven Pinker on the Past, Present, and Future of
Optimism” (OneZero, Jan 10, 2019) https://onezero.medium.com/steven-pinker-on-the-past-present-and-future-of-optimism-f362398c604b
[3] Greer, John
Michael. The Long Descent (New Society Publishers, 2008): 29.
[4] Heinberg,
Richard. The End Of Growth. (New Society, 2011): 117.
[5] Para más información sobre el capitalismo
catabólico, léase: Collins, Craig. “Catabolism: Capitalism’s Frightening Future,”CounterPunch (Nov. 1,
2018). https://www.counterpunch.org/2018/11/01/catabolism-capitalisms-frightening-future/
[6] Carrington, Damian.
“New Study: Humans Just 0.01% Of All Life But Have Destroyed 83% Of Wild
Mammals,” The Guardian (May 21, 2018). https://www.theguardian.com/environment/2018/may/21/human-race-just-001-of-all-life-but-has-destroyed-over-80-of-wild-mammals-study
[7] Ceballos, Ehrlich, Barnosky, Garcia, Pringle
& Palmer. “Accelerated Modern
Human-Induced Species Losses: Entering The 6th Mass Extinction,” Science
Advances. (June 19,
2015). https://advances.sciencemag.org/content/1/5/e1400253
Craig Collins es autor de Toxic Loopholes, sobre el sistema disfuncional de protección
al medio ambiente de EE.UU. Enseña ciencia política y derecho medioambiental en
la Universidad de California en East Bay y fue miembro fundador del Partido
Verde de California.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2020/03/13/four-reasons-civilization-wont-decline-it-will-collapse/
El presente artículo
puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre
a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo
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