Vilma Fuentes
En tiempos ordinarios, si los
hay, la operación quirúrgica a causa de una fractura de la cabeza del
fémur no presenta graves riesgos. La secuela inmediata es la dificultad
motriz. No queda sino hacer prueba de paciencia. A pesar de los
progresos científicos, los huesos tardan en solidificarse y las heridas
en cicatrizar. El paciente debe, pues, resignarse al hospital y a la
reducación en un centro especializado. Es decir, dos encierros. Algunas
visitas y un pedazo de cielo cuando se tiene la suerte de estar junto a
una ventana. Por dicha, con el paso de los días, aumenta el espacio
accesible: se va más lejos a cada caminata con la ayuda de bastones
ingleses o algún aparato. Eran los tiempos anteriores al coronavirus.
Ahora, en este periodo de duración indefinida, ni los adivinos pueden
predecir la extinción de este virus coronado, el espacio se va
reduciendo para todos y, desde luego, con más rapidez para quienes
estamos encerrados en nuestra inmovilidad.
En Francia, las medidas para combatir el Covid-19 se recrudecieron de
pronto. La gravedad ya no podía ocultarse. En la clínica donde estoy,
quedaron prohibidas las visitas desde el sábado.
El lunes, el presidente francés dispuso las drásticas medidas de la
tercera etapa de esta ‘‘guerra” contra el virus, sin mencionar nunca la
palabra ‘‘confinamiento”. Sin embargo, todas las disposiciones van en
ese sentido: quedarse encerrado en casa, no salir sino para comprar
alimentos o medicinas, procurar el trabajo a domicilio por Internet,
ninguna reunión con amigos y menos aún en grupos, nada de picnics en jardines… so pena de multa. Desde luego, quienes se ocupan de labores estratégicas quedan libres de su transporte.
La palabra ‘‘confines” me evoca siempre los del universo. Lugar tan
vago como el limbo, entre luz y penumbra, poblado de fantasmas. Confines
donde el universo se expande sin cesar y extiende el hechizo misterioso
de ser. ¿Estaremos llegando a los confines del planeta, confinados en
él?
Aparte de las medidas sanitarias, Macron anunció el fin de las
reformas, en especial la de jubilaciones, contra la cual se
multiplicaron huelgas y manifestaciones. Todo esfuerzo debe centrarse en
la guerra contra el Covid-19, prioridad absoluta. Sin duda, el
coronavirus le dio la oportunidad de suspender la reforma sin perder la
cara. Macron aprovechó para anunciar las medidas económicas de ayuda a
empresas en peligro por la crisis, así como a trabajadores en riesgo de
desempleo. Cierre de fronteras del espacio Schengen para evitar la
circulación de un virus que ‘‘no tiene fronteras, ni pasaporte’’.
Algunos países europeos decidieron cerrar también las propias fronteras.
Polémica inmediata, el debate es grave: la tan buscada mundialización,
que beneficia a unos cuantos, es puesta en duda.
Mientras trasnacionales y finanzas mundiales buscan soluciones para
remediar los accidentes que descomponen el orden del neoliberalismo,
urbes italianas, españolas, francesas parecen ciudades fantasmas de un
paisaje surrealista a la Magritte o a la Dalí, donde la angustia roe el
tictac del tiempo.
Otra consecuencia de esta pandemia, el asalto de almacenes para
aprovisionarse contra fantasiosas hambrunas y escaseces. Hasta aquí las
cosas podrían guardar unas briznas de lógica. Lo extraño es el
desvalijamiento de rollos de papel del baño. Qué significa esta obsesión
por el papel higiénico. Los sicoanalistas no perdieron la ocasión para
exponer la teoría de Freud. ¿El coronavirus provocaría la regresión de
una parte de la población adulta a la famosa fase infantil sádico-anal?
Eventos históricos imprevistos lanzan tal desafío a la razón que
vuelve necesaria una salida de socorro. Surgen entonces explicaciones
más asombrosas que los enigmáticos sucesos. Acaso el choque de un evento
histórico hace vacilar la llamada razón. Sin comprender ni poder
explicar lo que sucede, brotan los delirios de la sinrazón. Shakespeare
lo muestra al tocar los confines del drama humano.
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