David Brooks
▲ Residentes de South Orange y Maplewood, en Nueva Jersey, se han unido
para elaborar equipos de protección, como mascarillas y protectores
faciales, con el fin de ayudar a los trabajadores sanitarios del área en
la lucha contra el coronavirus.Foto Afp
La peste no es sólo
el coronavirus, sino el manejo criminal y negligente de la crisis por
casi toda la clase política. Está más que documentado que se sabía de
las posibilidades terribles de una pandemia como ésta y la cúpula
política no dijo ni hizo lo debido. El régimen estadunidense –en los
hechos, por los números innecesarios de gente contagiada, personas que
mueren– ahora compite con el coronavirus sobre cuál es más peligroso
para la salud pública.
Ante la irresponsabilidad del régimen y gran parte de la cúpula
política en torno al desastre que estamos viviendo en Estados Unidos, el
temor –a veces nutrido por algunos medios cubriendo esta nota roja
masiva con un tinte amarillista– se vuelve más contagioso que el
coronavirus.
Por las cuarentenas parciales, cunde un silencio ensordecedor en
grandes urbes sólo interrumpido por las sirenas de cada vez más
ambulancias mientras la gente comparte historias de horror pero también
de heroísmo, sobre todo el de los trabajadores de salud que intentan
hacer todo para rescatarnos de esta peste.
No respiren, no toquen, el que está al lado puede ser mensajero de la
muerte, esperen instrucciones de las autoridades; no se muevan, no se
muevan. Ese es el mensaje oficial incesante.
Pero rompiendo esta inercia decretada, esta condición diaria donde
uno –si no está capacitado en atender y salvar vidas– está condenado a
ser testigo o víctima de todo esto, algo reaparece con la primavera.
Iniciativas de
ayuda mutua–concepto de origen anarquista (Kropotkin, entre otros) después mezclado con corrientes cristianas radicales e indigenas donde el apoyo esta organizando horizontalmente para beneficiar a todos los participantes– están brotando en diversas esquinas del país, y con ello florece esa solidaridad que suele aparecer ante actos catastróficos para una sociedad. Son respuestas colectivas basadas en la lección básica de esta pandemia; lo que hacen todos y cada quien afecta a todos los demás.
Con ello, se han organizado brigadas para hacer compras colectivas y
distribuir a la comunidad desde alimentos básicos hasta medicinas a
organizar transporte y alojamiento. Esas redes, en gran medida son
organizadas por jóvenes con sus talentos digitales, en comunidades
pobres en Nueva York, Chicago, Los Angeles, Salt Lake City, Washington
DC, Nashville, Las Vegas, Cleveland entre decenas y pronto cientos mas (https://docs.google.com/spreadsheets/
d/e/2PACX-1vRks16AM9mtiFCC dEJmckD9IszC7rHkvfRj6xxspMB4BBB8n_SiUsHCfbHb
DCixmvNGTSPm7PEii2nP/pubhtml# ; https://mutualaiddisasterrelief.org).
Muchas de estas agrupaciones son recién nacidas ante este desastre,
pero otras son más antiguas con largas historias de autogestión autónoma
que ahora están respondiendo a una crisis más, y además de promover
apoyo mutuo dentro y entre comunidades.
Como se comentó en un foro virtual esta semana en el Highlander
Center por participantes en este tipo de esfuerzos tanto de ahora como
en el pasado, el concepto se basa en
solidaridad, no caridad, ya que la caridad rescata justo las estructuras que contribuyeron al desastre en lugar de transformarlas para que no se repita este tipo de crisis. Se rechaza la idea de que los expertos, que suelen estar o llegar de fuera, son los que tienen que resolver la situación sino que los problemas y sus soluciones tienen que ser definidos por los directamente afectados. Otra participante señaló que se tiene que rechazar hasta el nombre de la medida oficial de
distanciamiento social, insistiendo que lo que se tiene que hacer es guardar una distancia física, pero mantener sobre todo la
solidaridad social. Afirmaron que el objetivo es pensar en
cómo construir una infraestructura de cuidado comunitariofrente a un sistema capitalista que sólo le interesa rescatar sus intereses en una crisis como ésta.
No son una vacuna, pero estas respuestas –junto con la cada vez más
esplendorosa gama de expresiones solidarias por artistas y otros
trabajadores culturales en estos momentos– son los antídotos vitales,
invitaciones a una primavera.
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