Por
Fuentes: Rebelión
Daniel Innerarity es un intelectual demócrata perspicaz y convencido. En su reciente artículo, La conversación democrática (El País,
11/03/2020), aborda la complejidad de la actitud democrática más
efectiva (moral y estratégica) ante la extrema derecha para superar el
desconcierto existente. Lejos del irrealismo comunicativo de Habermas,
muy dominante en el buenismo europeo, señala indirectamente las ventajas
asimétricas de las relaciones de poder que condicionan los marcos
(desigualitarios) de los simples debates con la derecha extrema. Es un
buen punto de partida para dar un paso más.
Siempre
se deben adoptar procedimientos democráticos y de respeto a los
derechos y libertades de todas las personas. También de las que
defienden ideas totalitarias (y no cometen delitos). Aunque,
últimamente, se han producido reacciones punitivas desproporcionadas
frente a opiniones críticas provenientes de sectores progresistas.
Pero no se puede penalizar el mal gusto o catalogar cualquier
disidencia como delito de odio. El respeto a la libertad de expresión
y al pluralismo político es esencial para una democracia.
La
cuestión fundamental es valorar el sentido sustantivo -democrático
o antidemocrático, igualitario o segregador- de una posición o
estrategia política. No vale el relativismo absoluto de que todo
cabe en democracia y que es neutra ante cualquier comportamiento
público. Como actitud ante la ultraderecha son necesarios los
procesos discursivos, culturales y legitimadores para defender la
democracia y los principios republicanos: libertad, igualdad,
solidaridad, laicidad. Pero son insuficientes si no se materializan
en reformas estructurales e institucionales, especialmente cuando la
extrema derecha no es minoritaria y ya tiene cierto control de
posiciones de poder y de apoyo nacional y económico, como ocurre en
varios países europeos y en EE. UU.
Además,
si la actual globalización neoliberal y la deriva autoritaria de
Trump (y otras élites) debilita la democracia (y los marcos
estatales) como participación cívica, habrá que adoptar medidas
democráticas de regulación económica y renovación y
democratización del poder y la gobernanza europea y mundial. Y otro
ejemplo extremo: ¿La guerra antifascista y la resistencia popular
siguen siendo un recurso, democrático y legítimo, para vencer al
nazismo y el fascismo, tal como hicieron los aliados en la 2ª Guerra
Mundial; ¿no conviene recordar la enseñanza democrática del
principal acontecimiento del siglo pasado?.
Pero
la dinámica dominante actual es que asistimos a un proceso de
debilitamiento de la calidad democrática de las instituciones
(mundiales, europeas y estatales) que, en gran medida, viene derivada
por la imposición de su gestión regresiva, prepotente e impopular
frente a la crisis social y económica con fuerte impacto en el
deterioro vital de las mayorías sociales. Esa desigualdad promovida
por el poder establecido está acompañada del incumplimiento de
compromisos cívicos, sociales y de los derechos humanos (en
particular ante la inmigración). El nuevo Gobierno progresista en
España tiene un enorme desafío para avanzar en la justicia social y
la democracia.
El
vaciamiento democrático de las grandes instituciones políticas y
económicas no viene impulsado solo por los grupos de extrema derecha
sino también de las tendencias antisociales y autoritarias, en
diversos grados, de las derechas, el neoliberalismo y las élites
económico-financieras. Es comprensible que haya una desconfianza o
desafección cívica hacia las élites gobernantes europeas que se
debaten entre el cordón sanitario a las tendencias ultras y el
asumir parte de su ideario segregador, nacionalista excluyente y
autoritario.
Por
tanto, en las estructuras de poder de la UE (y EE. UU.) no hay un
gran consenso central de carácter democrático, hegemónico y
consolidado, que dé garantías de fortaleza democrática frente a
los embates antidemocráticos y el elitismo institucional. Aunque en
la mayoría de la sociedad se conserva una gran conciencia cívica y
democrática, las instituciones representativas tienen menor peso en
la gobernabilidad y la regulación de la economía y una menor
predisposición a respetar el contrato social con la ciudadanía. La
disociación se establece entre esa cultura democrática de la
mayoría social y la deriva prepotente de los poderes fácticos,
sensibles a los condicionamientos de la ultraderecha. La pugna por la
democracia real está vigente.
Ese
es el marco del ascenso de las derechas extremas: Echarse a un lado
de la amplia deslegitimación cívica de las élites gobernantes
neoliberales, para conformar nuevas élites reaccionarias que
neutralicen las trayectorias progresistas, generar nuevos focos de
polarización nacional y segregadora (antiinmigración,
antifeminismo, negacionismo climático…) y reconstruir una nueva
hegemonía institucional más autoritaria.
Por
tanto, no se trata solo de convencer (sobre todo, a las mayorías
sociales) en la conversación frente a posiciones autoritarias, sino
de vencer estas tendencias antipluralistas y totalitarias, muchas
veces, amparadas por núcleos de poder oligárquico (económico,
institucional o neoimperialista). Hay que contraponerles el ‘poder’
democrático, estatal y europeo, real y fáctico, no solo discursivo,
con una fuerte activación cívica y una firmeza institucional
democrática.
El
problema no se resuelve, solo ni principalmente, en el ámbito de la
conversación o la deliberación abierta y democrática. Junto con
una amplia legitimidad social, hay que adoptar medidas políticas y
cívicas de todo tipo, no solo culturales y educativas
-imprescindibles- ni principalmente punitivas -a veces
contraproducentes-. Siguiendo a Innerarity, no hay que caer en la
ingenuidad de Habermas, de considerar que son buenos todos los
debates porque siempre terminan por imponerse las personas que tienen
mejores argumentos. Supone la sobrevaloración de las capacidades
deliberativas propias por encima de los contextos relacionales e
institucionales desventajosos, la manipulación de la comunicación y
los prejuicios alimentados desde el poder.
O
sea, no se puede caer en la ingenuidad del idealismo discursivo como
motor de cambio de progreso si, al mismo tiempo, el diálogo y la
conversación con sectores autoritarios no se acompañan de medidas
prácticas de profundización democrática y avances solidarios e
igualitarios.
Se
trata de ensanchar la democracia, así como de desactivar las
conexiones regresivas y autoritarias de las derechas extremas,
ventajosas con el apoyo de determinadas estructuras de poder, y
aislar sus actuaciones antidemocráticas. Siempre con exquisito rigor
democrático, respetuoso con los derechos humanos y el Estado de
derecho, aunque valorando el sentido político, ético y democrático
de cada trayectoria político-institucional para reforzar la
democracia y la cohesión social.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid
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