Pandemia
Boaventura De Sousa Santos
Existe un debate en
las ciencias sociales sobre si la verdad y la calidad de las
instituciones de una determinada sociedad se conocen mejor en
situaciones de normalidad, de funcionamiento corriente o en situaciones
excepcionales de crisis. Tal vez ambos tipos de situación induzcan
igualmente al conocimiento, pero sin duda nos permiten conocer o revelar
cosas diferentes. ¿Qué conocimientos potenciales se derivan de la
pandemia del coronavirus?
Ataúdes alineados en una capilla en Bérgamo,
Lombardía, antes de ser transportados para la
cremación.Foto Afp
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La normalidad de la excepción. La pandemia actual no es una situación
de crisis claramente opuesta a una situación de normalidad. Desde la
década de 1980 (a medida que el neoliberalismo se fue imponiendo como la
versión dominante del capitalismo y éste se fue sometiendo cada vez más
y más a la lógica del sector financiero), el mundo ha vivido en un
estado permanente de crisis. Una situación doblemente anómala. Por un
lado, la idea de crisis permanente es un oxímoron, ya que, en el sentido
etimológico, la crisis es por naturaleza excepcional y pasajera y
constituye una oportunidad para superarla y dar lugar a un estado de
cosas mejor. Por otro lado, cuando la crisis es transitoria, debe ser
explicada por los factores que la provocan.
Sin embargo, cuando se vuelve permanente, la crisis se convierte en
la causa que explica todo lo demás. Por ejemplo, la crisis financiera
permanente se utiliza para explicar los recortes en las políticas
sociales (salud, educación, bienestar social) o el deterioro de las
condiciones salariales. Se impide, así, preguntar por las verdaderas
causas de la crisis. El objetivo de la crisis permanente es que ésta no
se resuelva. Ahora bien, ¿cuál es la finalidad de este objetivo?
Básicamente, hay dos objetivos: legitimar la escandalosa concentración
de riqueza e impedir que se tomen medidas eficaces para evitar la
inminente catástrofe ecológica. Así hemos vivido durante los pasados
cuarenta años. Por esta razón, la pandemia sólo está empeorando una
situación de crisis a la que la población mundial ha estado sometida. De
ahí su peligrosidad específica. En muchos países, los servicios de
salud pública estaban hace diez o veinte años mejor preparados para
hacer frente a la pandemia que en la actualidad.
La elasticidad de lo social. En cada época histórica, las formas
dominantes de vida (trabajo, consumo, ocio, convivencia) y de
anticipación o postergación de la muerte son relativamente rígidas y
parecen derivar de reglas escritas en la piedra de la naturaleza humana.
Es cierto que cambian gradualmente, pero las alteraciones casi siempre
pasan desapercibidas. La erupción de una pandemia no se compagina con
este tipo de cambios. Exige cambios drásticos. Y de repente, éstos se
vuelven posibles, como si siempre lo hubiesen sido. Vuelve a ser posible
quedarse en casa y disponer de tiempo para leer un libro y pasar más
tiempo con la familia, consumir menos, prescindir de la adicción de
pasar el tiempo en los centros comerciales, mirando lo que está en venta
y olvidando todo lo que se quiera, pero sólo se puede obtener por
medios que no sean la compra. La idea conservadora de que no hay
alternativa al modo de vida impuesto por el hipercapitalismo en el que
vivimos se desmorona. Se hace evidente que no hay alternativas porque el
sistema político democrático se vio obligado a dejar de discutir las
alternativas. Como fueron expulsadas del sistema político, las
alternativas entrarán en la vida de los ciudadanos cada vez más por la
puerta trasera de las crisis pandémicas, de los desastres ambientales y
los colapsos financieros. Es decir, las alternativas volverán de la peor
manera posible.
La fragilidad de lo humano. La aparente rigidez de las soluciones
sociales crea en las clases que más se aprovechan de ellas una extraña
sensación de seguridad. Es cierto que siempre hay cierta inseguridad,
pero hay medios y recursos para minimizarla, ya sean atención médica,
pólizas de seguros, servicios de empresas de seguridad, terapia
sicológica, gimnasios. Este sentimiento de seguridad se combina con el
de arrogancia e incluso de condena respecto a todos aquellos que se
sienten victimizados por las mismas soluciones sociales. El brote viral
interrumpe este sentido común y evapora la seguridad de la noche a la
mañana. Sabemos que la pandemia no es ciega y tiene objetivos
privilegiados, pero aun así crea una conciencia de comunión planetaria,
de alguna forma democrática. La etimología del término pandemia dice
exactamente eso: el pueblo entero. La tragedia es que, en este caso, la
mejor manera de mostrar solidaridad es aislarnos unos de otros y ni
siquiera tocarnos. Es una extraña comunión de destinos. ¿No serán
posibles otros?
Los fines no justifican los medios. La desaceleración de la actividad
económica, especialmente en el país más grande y dinámico del mundo,
tiene obvias consecuencias negativas. Pero, por otro lado, tiene algunas
consecuencias positivas. Por ejemplo, la disminución de la
contaminación atmosférica. Un especialista en calidad del aire de la
agencia espacial de Estados Unidos (NASA) afirmó que nunca se había
visto una caída tan dramática de la contaminación en un área tan vasta.
¿Significa esto que, a principios del siglo XXI, la única forma de
evitar la cada vez más inminente catástrofe ecológica es por medio de la
destrucción masiva de la vida humana? ¿Hemos perdido la imaginación
preventiva y la capacidad política para ponerla en práctica?
También se sabe que, para controlar efectivamente la pandemia, China
ha implementado métodos particularmente estrictos de represión y
vigilancia. Cada vez es más evidente que las medidas fueron eficaces.
Resulta que China, a pesar de todos sus méritos, no tiene el de ser un
país democrático. Es muy cuestionable que tales medidas puedan
implementarse, o hacerlo de manera igualmente eficaz, en un país
democrático. ¿Significa esto que la democracia carece de la capacidad
política para responder a emergencias? Al contrario, The Economist
mostró a principios de este año que las epidemias tienden a ser menos
letales en los países democráticos debido al libre flujo de información.
Pero como las democracias son cada vez más vulnerables a las fake news,
tendremos que imaginar soluciones democráticas basadas en la democracia
participativa a nivel de barrios y comunidades, y en educación cívica
orientada hacia la solidaridad y la cooperación, y no hacia el
emprendimiento y la competitividad a toda costa.
La guerra de la que se hace la paz. La forma en la que se construyó
inicialmente la narrativa de la pandemia en los medios de comunicación
occidentales hizo evidente el deseo de demonizar a China. Las malas
condiciones higiénicas en los mercados chinos y los extraños hábitos
alimenticios de los chinos (primitivismo insinuado) estaban en el origen
del mal. Subliminalmente, el público mundial fue alertado sobre el
peligro de que China, ahora la segunda economía mundial, domine al
mundo. Si China no pudo evitar semejante daño a la salud mundial y,
además, no pudo superarlo de manera eficaz, ¿cómo podemos confiar en la
tecnología del futuro propuesta por China? ¿Acaso el virus nació en
China? La verdad es que, según la Organización Mundial de la Salud, el
origen del virus aún no se ha determinado. Por tanto, es irresponsable
que los medios oficiales en Estados Unidos hablen del
virus extranjeroo incluso del
coronavirus chino, sobre todo porque sólo en países con buenos sistemas de salud pública (Estados Unidos no es uno de ellos) es posible hacer pruebas gratuitas y determinar con precisión los tipos de gripe que se han dado en los pasados cinco meses. Lo que sabemos con certeza es que, mucho más allá del coronavirus, hay una guerra comercial entre China y Estados Unidos. Una guerra sin cuartel que, como todo lleva a creer, tendrá que terminar con un vencedor y un vencido. Desde el punto de vista de Estados Unidos, es urgente neutralizar el liderazgo de China en cuatro áreas: la fabricación de teléfonos móviles, las telecomunicaciones de quinta generación (inteligencia artificial), los automóviles eléctricos y las energías renovables.
La sociología de las ausencias. Una pandemia de esta dimensión causa
justificada conmoción en todo el mundo. Aunque el drama está
justificado, es bueno tener en cuenta las sombras que crea la
visibilidad. Por ejemplo, Médicos sin Fronteras advierte sobre la
extrema vulnerabilidad al virus por parte de los miles de refugiados e
inmigrantes detenidos en los campos de internamiento en Grecia. En uno
de estos campamentos (campo de Moria) hay un grifo de agua para mil 300
personas y falta jabón. Los internos sólo pueden vivir cerca uno del
otro. Familias de cinco o seis personas duermen en un espacio de menos
de tres metros cuadrados. Esto también es Europa, la Europa invisible.
Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez
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