Juan Torres
El virus y la economía (2): sin respuestas al problema de fondo
Lo
que va a conseguir el BCE es lavar los balances de los bancos,
rentabilizar la inversión de grandes poseedores de fondo y dar a los
bancos una liquidez que no es seguro que vaya a empresas que lo
necesiten
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En un artículo anterior (El virus y la economía: mucho peor de lo que dicen) señalé que la pandemia
a la que nos enfrentamos (ya reconocida como tal por la Organización
Mundial de la Salud) tendrá efectos muy graves no sólo por lo que ella
misma implica sino porque va a "despertar" otros fallos latentes o medio
dormidos en nuestro sistema económico.
En este segundo
artículo voy a exponer brevemente qué sabemos sobre los efectos
económicos de la pandemia, luego las cuestiones económicas que hay a su
alrededor, las circunstancias en las que se produce, y que son las que
van a complicarnos la situación en los próximos meses y, por último, las
razones por las que creo que las respuestas que han empezado a darle
los gobiernos y las autoridades internacionales son de momento bastante
insuficientes y en algún caso muy inadecuadas. E incluso que pueden
servir para agravar problemas estructurales de la economía mundial.
La pandemia
En este momento, parece que ya tenemos algunas certezas sobre la pandemia:
- Antes que nada, hemos de ser conscientes de que nos encontramos ante un problema sanitario. Deben ser los científicos y los técnicos de la salud lo que nos digan qué hay que hacer para acabar cuanto antes con ella.
- Parece ser que estos últimos nos dicen que esta pandemia producirá un caos sanitario si el número de infectados sigue aumentando exponencialmente como lo viene haciendo hasta ahora. Y que sólo es posible evitar que los contagios aumenten con medidas tajantes de cuarentena y distanciamiento social
Por tanto, lo primero y más importante
que habría que hacer sería ayudar a que las autoridades, siguiendo los
criterios de los expertos sanitarios, hagan lo necesario para garantizar
que deje de extenderse cuanto antes.
Con independencia
de ello, resulta que esta pandemia (como seguramente cualquier otra)
tiene unos efectos económicos y, por lo tanto, que requiere no sólo un
tratamiento sanitario sino también económicas.
El
defecto económico será un shock de demanda inmediato: frenazo de gasto
privado fruto del aislamiento, aumento de despidos y caída de ventas de
empresas
En este artículo sólo me voy a referir a esos
efectos económicos y financieros, dando por hecho que las autoridades
van a adoptar las medidas sanitarias más oportunas para combatir la
epidemia.
Pues bien, los efectos económicos inmediatos de la pandemia son de dos tipos:
a) Un shock
de demanda bastante inmediato, es decir, un frenazo en el gasto privado
como consecuencia del aislamiento, del posible aumento de despidos, de
la caída de ventas de las empresas y del miedo o la reserva de la
población ante el futuro.
Este efecto sobre la demanda
se caracteriza porque su inmediatez y por la rapidez con que se está
dando, así como por la asimetría con la que se produce. Es decir, que no
afecta por igual ni a todas las personas o grupos sociales ni a todas
las actividades económicas. Se da en mayor medida en las personas en
situación económica más precaria, en las que pierdan el empleo, en las
que no dispongan de ayudas específicas o colchones para este tipo de
situaciones y también en los sectores o actividades vinculadas al
consumo social, aquellos en los que el gasto se lleva a cabo en
proximidad con otras personas.
El shock de consumo
afectará en mayor medida a las personas en situación económica más
precarias, las que pierdan en empleo, las que no dispongan de ayudas
específicas y sectores vinculados al consumo social
El shock
en el consumo de las familias puede durar el tiempo que duren las
medidas de aislamiento y el temor ambiental. La recuperación del gasto
de las empresas está vinculada a la del consumo familiar pero también a
que las empresas vuelvan a tener una percepción de que la situación va a
mejorar efectivamente. Y esto, como ya he apuntado y comentaré después,
es algo que desgraciadamente no tiene que ver sólo con la evolución de
la pandemia.
No es posible saber si la pérdida de gasto que suponga el shock
durante la semanas o meses en que se produzca se pueda recuperar. En
una parte es posible que sí, pero lo más seguro es que la mayor parte de
esa pérdida de gasto (ingreso) se pierda y produzca un daño duradero y,
en algunos casos, incluso irreversible en algunas empresas con menos
capacidad de resistencia.
b) Un segundo efecto de la pandemia es el shock
de oferta que se traduce en una caída en la producción de bienes y
servicios como consecuencia de las bajas laborales, de la ruptura de las
cadenas de aprovisionamiento y de la caída de ventas que lleva consigo
menos pedidos subsiguientes.
Este shock (paralelo al
anterior) se produce también muy rápidamente, aunque sus efectos pueden
manifestarse con mayor retardo, quizá meses después, y puede que los
costes que inicialmente produce sean más fácilmente recuperables.
Los
efectos del shock de demanda pueden manifestarse con mayor retardo,
quizá meses después, y se traduce en una caída de producción de bienes y
servicios
Algún modelo econométrico que ha tratado de
cuantificar las consecuencias de un shock de este tipo (aunque
circunscrito al Reino Unido) señala que si el aislamiento y las paradas
de producción no duran mucho (hasta un mes) la producción se puede
recuperar con relativa facilidad, por ejemplo, mediante horas
extraordinarias o nuevos contratos. Si las cuarentenas durasen más de
cuatro semanas su coste se multiplicaría por tres y si fuese por un
trimestre o más, el daño sería seis veces mayor. En el peor de los
casos, quizá podría producirse una caída del 6%, un coste realmente
alto, pero no excesivamente dramático (el estudio aquí).
Hasta
aquí los efectos en general previsibles de una pandemia como la que
estamos viviendo. Pero el problema con la actual es que se está
produciendo en una situación específica: en medio de una ralentización
notable de la economía que venía de hace ya unos meses y de una serie
importante de problemas económicos y financieros que afectan a ámbitos
clave de la vida económica.
Eso es lo que explica que no
estemos contemplando ni tengamos miedo tan sólo del daño sobre la salud
de una pandemia o el de sus efectos económicos más o menos graves, pero
siempre manejables que acabo de mencionar, sino la posibilidad de una
crisis económica y financiera mucho mayor.
En
condiciones normales, una pandemia como la actual no tendría por qué
hundir las bolsas ni paralizar en tan gran medida, como se teme, a la
economía. Lo puede hacer porque, como he dicho, coincide con otras
circunstancias. Y son estas otras circunstancias las que la hacen
especialmente peligrosa la expansión del coronavirus y las que hemos de
tener en cuenta a la hora de valorar la eficacia y los efectos de las
medidas de todo tipo que se estén tomando.
El entorno de la pandemia
En
otras condiciones, para evaluar los efectos de la actual pandemia
bastaría con tener en cuenta las circunstancias anteriores. Pero, como
señalé en el artículo anterior, resulta que la pandemia se está
produciendo en un determinado contexto que, a mi juicio, es auténtico
determinante de lo que va a ocurrir en los próximos meses.
Concretamente, hay que tener en cuenta lo siguiente:
- Aunque se han adoptado medidas que sin duda han mejorado la situación, el sistema financiero no se saneó completamente después de la anterior crisis financiera. Muchos bancos siguen teniendo graves problemas de solvencia y, al haberse concentrado muchísimo más, el sector se ha hecho todavía más sistémicamente peligroso.
- Las bolsas han vivido un proceso de excesiva capitalización que ha provocado un desajuste estructural al alza de las cotizaciones. Su situación es muy inestable y volátil y desde hace meses están mostrando que su reajuste a la baja y en gran magnitud es completamente inevitable.
- De la mano del gran poder de la banca en todo el planeta, la deuda no ha parado de crecer en los últimos años. La global es ahora unos 70 billones de dólares más elevada que la de hace diez años y va acompañada de multitud de burbujas y del mantenimiento de miles de empresas zombis en todo el planeta.
- Como consecuencia de todo ello, en los últimos meses se venía produciendo una ralentización generalizada en casi todas las economías. Muy particularmente en la china y la alemana que actúan de motores de una buena parte de la industria y el comercio mundial, y también en la de Estados Unidos.
Es muy
importante tener en cuenta que esta ralentización tenía su principal
manifestación en la caída de la producción industrial y del comercio
internacional asociado y, tal y como señalé en el artículo anterior, en
una caída continuada de la rentabilidad del capital físico cuando el
financiero que se invierte en operaciones especulativas proporciona
beneficios menos problemáticos y mucho más rápidos y abundantes.
Además,
tampoco puede olvidarse que estos factores de estabilización inmediata
de todo el sistema económico se plantean en medio de otros trances no
menos problemáticos y peligrosos, como el estar en la antesala de una
nueva y profunda revolución tecnológica, el incremento continuado de la
desigualdad, el cambio climático y, dese otro punto de vista, la pérdida
de vigor de las democracias.
Las respuestas inadecuadas
Los
gobiernos y las autoridades internacionales no fueron conscientes desde
el primer momento de la trascendencia económica del coronavirus.
Tardaron días hasta que reconocieron que se trataba de un problema
extraordinario y entonces prometieron tomar medidas. Los ministros de
economía del G7 y los responsables de los grandes bancos centrales
prometieron el 2 de marzo pasado "todas las herramientas políticas
adecuadas" aunque, eso sí, no dijeron entonces nada sobre cuáles podrían
ser las que adoptaran.
Más tarde, y poco a poco, han
ido tomando diversas medidas ante un escenario que, según la presidenta
del Banco Central Europeo, "recordará a muchos de nosotros la gran crisis financiera de 2008".
Las
medidas que han anunciado o han tomado hasta el momento pueden ser de
dos tipos, de política monetaria y de política fiscal, y a mi juicio van
a ser inútiles o, en el mejor de los casos, muy insuficientes por las
siguientes razones.
- Medidas de política monetaria.
La
Reserva Federal de Estados Unidos y el Banco de Inglaterra han bajado
los tipos de interés con el propósito de producir un impulso a la
economía. Algo que se espera conseguir porque se supone que con tipos
más bajos se puede incentivar el consumo y la inversión.
En
mi opinión, los resultados de esta medida no van a ser efectivos por
varias razones. En primer lugar, porque no ayudan selectivamente a la
población sino que son de carácter general. Y ya he dicho que el shock de demanda se caracteriza porque se va a sufrir de modo muy asimétrico entre los consumidores y empresas.
Las
bajas de interés de los bancos centrales no van a ser efectivas porque
no ayudan selectivamente a la población y porque una bajada de tipos
siempre tarde en producir efectos
En segundo lugar,
porque una bajada de tipos siempre tarda en producir efectos (si los
produce) y también he señalado que los dos shock de la pandemia
son efecto muy inmediato. En tercer lugar, porque los tipos ya están de
por sí muy bajos y cuando no se ha incentivado el gasto a niveles tan
reducidos no se va a conseguir hacerlo por más que se sigan reduciendo
(algo, además, que ya casi no se podrá seguir haciendo porque están
prácticamente en negativo).
En cuarto lugar, porque con
tipos más bajos, los bancos se verán obligados a prestar más, pero en
condiciones de menor solvencia, creándose así un problema añadido. En
quinto lugar, porque la caída en el gasto no se ha producido sólo por
razones de coste sino de expectativas, de temor o incluso de imposible
presencia en los centros de gasto. Y, en sexto lugar, porque, como suele
decirse, la política monetaria a través de cambios en los tipos de
interés puede llevar el caballo al agua, pero no puede obligarle a
beber. Es decir, puede abaratar el gasto, pero no obliga a gastar.
La
compra de acciones por parte de los bancos centrales le hace un buen
servicios a los tenedores de títulos, pero es difícil que eso evite el
derrumbe de las bolsas
Para hacer frente a la caída de
las bolsas, la Reserva Federal y otros bancos centrales están dedicando
docenas de miles de millones de dólares a comprar acciones. Les hacen
así un buen servicio a los tenedores de títulos, pero a la vista está
que va a ser muy difícil por no decir imposible que eso evite el
derrumbe de las bolsas cuando éstas están en la estratosfera y sujetas a
una capitalización artificialmente excesiva. Con muchos cientos de
miles de millones de dólares se puede frenar durante algún tiempo la
caída pero no que se vengan definitivamente abajo antes o después.
Por
su parte, el Banco Central Europeo acaba de anunciar otras medidas que
no sólo no van a resolver el problema sino que van a agravar otros los
fundamentales.
Se propone aumentar la compra de bonos en
los mercados secundarios y subsidiar a los bancos que utilicen el
dinero que les proporcione para dar más créditos a las pequeña y
medianas empresas. Pero el hecho de que tenga que subsidiar a quienes da
el dinero es la prueba manifiesta de que ni el propio BCE tiene
confianza en que sus medidas tengan los efectos que se propone. Es
decir, que el dinero que le da a los bancos se destine finalmente a
incrementar la financiación a los sujetos económicos que la necesitan.
Lo
que va a conseguir el BCE es lavar los balances de los bancos,
rentabilizar la inversión de grandes poseedores de fondo y dar a los
bancos una liquidez que no es seguro que vaya a empresas que lo
necesiten
Lo que va a conseguir el BCE es lo mismo que
viene consiguiendo hasta la fecha con su política de flexibilización
cuantitativa: lavar los balances de los bancos quedándose con los
títulos basura, rentabilizar la inversión de los grandes poseedores de
fondos y títulos (a costa de aumentar la desigualdad) y, en suma, dar a
los bancos más liquidez que ni mucho menos es seguro que vaya a ir
destinada a las empresas que lo necesiten. Y es natural, los bancos no
son una ONG que preste para hacer favores a empresas en apuros.
Incluso
en el supuesto de que esa estrategia del BCE funcionara y los bancos
pudieran incrementar su negocio prestando más a las pequeñas y medianas
empresas, ¿qué se conseguiría? Pues simplemente drogar a más empresas
porque lo que en realidad necesitan estas no es acumular deuda sino que
se solucione el problema estructural de rentabilidad que las atenaza
regularmente y no sólo en esta coyuntura. Está bien alargarles un poco
la vida pero ¿no sería más lógico plantearse que vivan sin necesidad de
la respiración aisistida que significa su deuda creciente?
Por
otra parte, el Banco Central Europeo le hace otro par de favores a la
banca que para nada van a servir para mejorar la situación de las
empresas y los consumidores afectados por el coronavirus: aplazar la
realización de test de stress y relajar los requisitos de capital de la
banca. Es decir, que el BCE va a permitir que aumente el riesgo
sistémico de la banca sin que a cambio se garantice que las ayudas que
pueda recibir se destinen efectivamente a financiar a quienes ahora
puedan necesitar liquidez puntualmente. Y eso es sumamente chocante.
Cuando las cosas se van a poner difíciles ¿no es cuando más debería
cuidar el BCE de que los bancos sean más solventes y tengan mayor
fortaleza de capital?
No diré que todas estas medidas no
tengan efecto positivo alguno, que pueden tenerlo en algunas casos.
Pero sí que son completamente inútiles en comparación con la magnitud
del problema que se tiene por delante.
Los gobiernos,
por ejemplo, van a seguir teniendo un respiro con el programa de compra
de bonos del BCE, pero seguirá siendo a costa de aumentar su deuda y de
quedar sometidos a la presión de los mercados mientras no se tomen
medidas complementarias para limitar el poder de los grandes fondos
especulativos.
- Medidas de política fiscal
Tanto
el gobierno de Estados Unidos, sobre todo, como los de otros países han
anunciado rebajas de impuestos para hacer frente a los dos shocks de la pandemia.
Es
evidente que eso reduce los costes de las empresas y la carga que
soportan los consumidores. Aunque en diferente medida, según cuáles sean
finalmente los impuestos que desaparezcan. Y eso puede esconder (como
casi siempre que se dice que bajan los impuestos) medidas que sólo
beneficien a los más ricos.
Pero, incluso con
independencia de esto último, reducir impuestos no es lo más adecuado
para frenar los efectos tan problemáticos que va a tener la pandemia por
varias razones.
Como he dicho, se necesitan medidas
discrecionales y no generalistas puesto que esos efectos se manifiestan
de modo muy diferente en los distintos grupos de población y actividades
económicos.
Las bajadas de impuestos como respuesta
pueden producir efectos colaterales mucho peores, como la reducción de
gasto público o el mayor endeudamiento, muy peligroso cuando hay que
reforzar servicios públicos
Con carácter general, las
recaudaciones impositivas ya actúan como estabilizadores automáticos, es
decir, que reducen la carga fiscal cuando las cosas van mal sin
necesidad de que se tomen medidas complementarias. Pero lo que puede
ocurrir con estas bajadas de impuestos que se anuncian es que se
produzcan efectos colaterales mucho peores.
Por ejemplo,
la reducción de impuestos va a obligar a reducir gastos públicos (o a
endeudarse más) lo cual es muy perjudicial cuando se está en medio de
una pandemia y hay que reforzar la actuación de los servicios públicos
(el más reciente informe -aquí-
sobre los posibles efectos del coronavirus concluye diciendo que lo
principal que hay que hacer en el futuro inmediato es fortalecer la
sanidad pública).
Algunos países (Japón, Corea, Italia,
por supuesto China, y España, aunque aquí sin demasiada concreción hasta
el momento) han anunciado programas de gasto público inmediato pero
estos programas, aunque imprescindibles, no son completamente efectivos
en cualquier condición. Deben dirigirse exactamente a población y a las
empresas más afectadas y, aunque son necesarios para paliar el daño del shock
de demanda, no van a poder resolver los problemas del lado de la
oferta. Además, se van a dar en países con un nivel de deuda ya elevada,
de modo que desde el primer momento van a suponer un coste de
financiación adicional para los gobiernos que puede ser muy peligroso a
poco que se vaya saliendo de la pandemia.
Particularmente
torpe y imitada en este aspecto es la medida anunciada por parte de la
Unión Europea en el sentido de que va a aligerar o flexibilizar las
condiciones de estabilidad presupuestaria. Si bien eso puede posibilitar
formalmente aumentar el gasto, es evidente que lo que no evita es que
aumente la deuda y el peso que habrán de soportar los gobiernos. Como
explicaré en el próximo artículo es algo muy diferente lo que se
necesita en material de política de gasto.
En cuanto a
las medidas de este tipo, también hay que subrayar que es evidente que
no se encuentran al alcance de todos los países, de modo que se van a
provocar nuevos desequilibrios financieros internacionales que van a
dificultar la adopción de medidas justamente cuando lo que se tiene
enfrente es el resultado de una globalización desgobernada, asimétrica y
sin gobernanza que no sea la que imponen los intereses de los grandes
grupos empresariales y financieros.
En la Unión Europea
es impensable que puedan ser efectivos unos programas de gasto que no
sean resultado de una estrategia común y de la financiación de Banco
Central Europeo
En el seno de la Unión Europea, en
concreto, es impensable que puedan ser efectivos programas de gasto
frente a la pandemia que no sean el resultado de una estrategia común y
de la financiación del Banco Central Europeo.
También
hay que señalar que incluso los programas de gasto a través de ayudas
que estén bien dirigidos hacia quienes soporten la principal carga de la
pandemia pueden ser, desgraciadamente, bastante ineficaces si lo que se
ha producido es un cambio en el comportamiento de gasto como resultado
no sólo de la carencia de ingreso sino de las expectativas o el temor.
Con la actitud tan poco transparente y cómplice de los gobiernos, sin
liderazgos democráticos potentes, sin credibilidad y con el rechazo
actual de la población hacia la clase política ni siquiera con mayores
ayudas públicas se va a recuperar la confianza necesaria para que
aumente el gasto a cortísimo plazo, como sería necesario.
Salvar las vidas es lo primero. Pero hay que evitar también el desastre económico y financiero
Cuando pasa lo que está pasando, cuando hay miles de vidas en peligro
lo primero debería ser salvarlas. Y para ello lo principal, como dije al
principio del artículo, es seguir las directrices de los expertos en
medicina y epidemiología. Creo que es imperativo cerrar filas con los
gobiernos que tratan de seguir sus instrucciones. Pero mi obligación
como un modesto analista de la economía es señalar que la pandemia
comporta otro peligro: que se desencadene un crisis económica y
financiera mundial que destruya miles de empresas, millones de empleos y
riqueza en todo el mundo.
Las autoridades han empezado a
ser conscientes de que la pandemia también es un peligro económico y
financiero, pero sus medidas serán absolutamente ineficientes
A
mi juicio, eso es posible porque las autoridades vienen tomando medidas
equivocadas desde hace años que han creado fallos muy peligrosos en el
sistema económico. O, más que equivocadas, que solo buscan el beneficio
de una minoría.
Ahora han empezado a ser conscientes de
que la pandemia no es sólo un peligro sanitario sino también económico y
financiero y están tomando medidas. Pero mi tesis es que esas medidas,
como he tratado de explicar, van a ser ineficaces para evitar esas
consecuencias fatales de la pandemia sobre las economías. No digo que
vayan a ser completamente inútiles, pero sí absolutamente insuficientes.
Por razones muy sencillas de entender:
- Si no hubiéramos estado en medio de una ralentización generalizada, el shock de oferta se resolvería en unas semanas.
- Si las bolsas no estuvieran sobre una bomba especulativa no estaríamos corriendo el peligro de que la pandemia sea una chispa que las hace saltar llevando a la quiebra a miles de empresas e inversores.
- Si no se hubieran producido los recortes tan nefastos en inversión pública los sistemas sanitarios no estarían tan al borde del colapso.
- Si no se diera prioridad a la investigación militar o la que está vinculada con los grandes intereses comerciales o a la que es simplemente especulativa e inútil, tendríamos antes vacunas y medidas preventivas.
- Si no hubiera aumentado tanto la desigualdad y no se hubieran casi desmantelado los sistemas de protección social no habría miles de personas sin poder estar en cuarentena o sin poder hacerse la prueba para saber si están infectadas.
- Si no se hubiera dado privilegios fiscales y de todo tipo a las ganancias especulativas y financieras, la rentabilidad de las empresas que generan actividad productiva y empleo no habría caído, provocando la ralentización que veníamos sufriendo.
- Si no se hubieran establecido políticas de austeridad tan nefastas, los gobiernos no estarían ahora la borde del precipicio por tener que hacer frente a gastos imprescindibles para salvar la vida de miles de personas.
- Si no se hubieran consentido que los banqueros que provocaron la crisis anterior se salieran con la suya, ahora tendríamos un sistema financiero capaz de financiar a empresas y consumidores en apuros.
Que
nadie se engañe. La expansión de un virus que contagia y enferma a
cientos de miles de personas es siempre un drama, pero lo que está
ocurriendo con el coronavirus y lo que va a ocurrir no es su
consecuencia directa. Es el resultado de las políticas que se vienen
aplicando en los últimos años. Es cierto que las medidas que se están
anunciando comportan cierta excepcionalidad pero mientras no se
reviertan la lógica dominante para aplicar otras sobre principios bien
diferentes será imposible evitar el desastre que se avecina y los que
vendrán después. Afortunadamente, hay alternativas y de ellas hablaré en
el siguiente artículo.
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