Entrevista con el comandante Jesús Santrich de las FARC-EP
Fuentes: Rebelión
El proceso de paz entre las FARC-EP y el Gobierno colombiano ha
tenido un impacto profundo en Latinoamérica. Venezuela – que comparte
más de 200 años de historia, cultura y política con Colombia –
promovió el proceso de paz en sus etapas tempranas. Sin embargo, la
situación de post-acuerdo en que las causas del conflicto permanecen y
cientos de líderes sociales han sido asesinados, condujo a un grupo de
disidentes a romper con el Partido FARC el año pasado.
En esta entrevista hablamos con Seuxis Pausias Hernández Solarte,
mejor conocido como Jesús Santrich, comandante de las FARC-EP y uno de
los líderes fundamentales en del grupo «disidente» comandado por Iván
Márquez. (Entrevista: Febrero 2020).
Cira Pascual Marquina (CPM): Está claro que el gobierno
colombiano no tiene intención de respetar los acuerdos: persigue y
asesina líderes sociales y ha incumplido los seis puntos del acuerdo
suscritos por las partes en el 2016. Las consecuencias negativas de esto
son evidentes para Colombia. ¿Cuáles son las consecuencias para la
región y sobre todo para Venezuela?
Jesús Santrich (JS): A través de diversos medios y desde antes de la
firma de los Acuerdos, varios de los plenipotenciarios insurgentes en la
Mesa de Dialogo en La Habana, advertimos de las inconsecuencias del
gobierno respecto al propósito de la reconciliación porque no se veía la
determinación de resolver los problemas concretos en materia económica,
política y social. Y ya estando en Colombia, llamamos la atención sobre
la desidia con que el Estado inició la implementación, comenzando por
el incumplimiento del compromiso primero que tenía de adecuar los
lugares donde ocurriría el pre agrupamiento y luego el agrupamiento de
las unidades guerrilleras. El personal nuestro llegó a iniciar su
reincorporación a sitios en los cuales, para algunos casos, no había
donde resguardarse de la inclemencia del clima. Muchas de las necesarias
y urgentes instalaciones donde vivirían nuestros compañeros y
compañeras nunca se terminaron de construir.
De tal manera, y es algo que hemos reiterado con mayor énfasis desde
que se completó el primer año de la firma y fueron evaluados como pobres
por los organismos de verificación los avances de la implementación,
que el Acuerdo fue roto por el establecimiento a partir del momento
mismo en que se debía iniciar la ejecución de lo pactado. Santos dio el
primer paso hacia lo que se convirtió en crimen de perfidia y su
sucesor, Iván Duque, profundizó a sangre y fuego la traición,
multiplicando la inseguridad jurídica, personal y económica de los
excombatientes, y dejando de lado los cambios prometidos a las
comunidades más empobrecidas en materia de reforma rural integral, de
sustitución de cultivos de uso ilícito y de reforma política, por
ejemplo. Como usted dice, están a la vista con una innegable
responsabilidad del establecimiento, sea por acción o sea por omisión,
tanto el descalabro del proceso en el plano de los compromisos
reivindicativos con las comunidades, como el número de asesinatos de los
líderes sociales, que sobrepasa el medio millar, y el de los
excombatientes, que va por el orden de los 200, siempre poniéndose por
delante un negacionismo institucional que ofende y que es complementado
por el régimen con imputaciones descaradas de todo orden lanzadas contra
sectores del movimiento revolucionario, incluyéndonos a nosotros.
Al respecto de toda esta situación por demás lamentable, hemos
explicado cada vez que podemos que, roto el acuerdo por parte del
Estado, pese a nuestros esfuerzos por mantenerlo vivo, no tuvimos otra
opción que retomar el camino de las armas; porque, si bien se aceptó
desistir del uso de estas partiendo de un mutuo compromiso de superación
de las causas del alzamiento, tal paso nunca se concibió como
desmovilización; y menos como un compromiso unilateral de la
insurgencia. Así que quedando en evidencia plena la traición del
Establecimiento, cerrada nuevamente la vía de la legalidad y pisoteadas
con saña nuestra buena fe y dignidad, no podíamos caer en el derrotismo y
en la claudicación. En medio de la estigmatización y las calumnias, de
los montajes asquerosos, con persecución judicial e intentos de
extradición y asesinatos que indicaban que la reconciliación era una
farsa y la paz una bandera de mentiras, el deber nuestro era el de
buscar una salida decorosa y no de sometimiento a una casta política
felona y mezquina.
Este daño a la paz de Colombia es una lesión directa a la paz del
continente, porque mientras hay gobiernos de América Latina y el Caribe
impulsando todo tipo de iniciativas y esfuerzos para hacer del
continente un territorio de paz, el Bloque de Poder Dominante en
Colombia se presta para convertir nuestro país en un escenario de
confrontación sometido de manera abyecta a los caprichos de los Estados
Unidos, a su voracidad respecto al saqueo descarado de los bienes del
común, al tiempo que se erige en plataforma de intervencionismo y de
hostilidades contra países que no comulgan con los intereses
imperialistas de Washington, tal como ocurre con Venezuela y con Cuba,
por ejemplo.
A mi modo de ver los gobierno de Juan Manuel Santos y de Iván Duque,
pero de la mano del Estados Unidos, con su alevosía han lesionado
enormemente el valor de la palabra empeñada, fundamentos esenciales del
diálogo y de los acuerdos como son la buena fe y el pacta sunt servanda,
dejando en muy mala posición el papel de mediación de importantes
organismos internacionales como es el caso de Naciones Unidas y de los
países que directamente participaron como garantes y como acompañantes
de los compromisos adquiridos por las partes, lo cual implica
simultáneamente un sabotaje de los principios más elementales y básicos
del DIH y del Derecho Internacional, comenzando por el de la soberanía o
por el de la autodeterminación de los pueblos.
Agregaría que la traición gubernamental al Acuerdo de Paz le metió al
conflicto colombiano un combustible de desconfianza difícil de apagar a
corto plazo, el cual desestabiliza al conjunto de la región, pero en
especial a los países vecinos y dentro de ellos, de manera dirigida por
decisión inocultable de Washington y Bogotá afecta a Venezuela, porque
además del impacto que nuestra guerra interna causa en la extensa y
permeable zona de frontera con el país hermano, se toma el mentado
conflicto como excusa para desatar y mantener actos de hostilidad y
agresión permanentes que ya se han convertido abiertamente en bandera
principal de la política internacional de Colombia. Pues nótese que el
gobierno de Iván Duque, por demás mediocre, se ha dedicado a la
continuidad de la mafia uribista y a la conspiración, desestabilización y
agresiones contra Venezuela, mientras al país propio lo hunde en las
miserias de sus política neoliberales y en una terrible crisis
humanitaria que se expresa en las muertes diarias de dirigentes sociales
y excombatientes que adelantaban proceso de reincorporación.
CPM: ¿Cómo afectaron los
dogmas de la «Marea Rosada» (los procesos progresistas de la década del
2000 en adelante a América latina) al proceso de paz de Colombia? Lo
pregunto porque el fetiche electoral de estos procesos a menudo ignoró
que por ejemplo en Venezuela el proceso de cambio fue acompañado por un
ejército patriótico, y esto no siempre se puede reproducir en otros
lugares, y porque el carácter popular de otros procesos fue achicándose progresivamente.
JS:No creo que se haya presentado, en el caso de la innegable crisis
estructural en que se sumergieron las antiguas FARC-EP como organización
revolucionaria, una afectación directa de lo que usted llama los
“dogmas” de la “Marea Rosada” o de los procesos progresistas de las
primeras décadas del siglo XXI. Nuestra crisis tiene de fondo causas que
obedecen al desgaste que produce la prolongación de cualquier guerra,
por una parte y por otra a una evidente doble traición tanto del régimen
al que enfrentamos como de elementos internos de la alta dirección
político-militar de nuestro movimiento.
No soy partidario de descalificar de ninguna manera las conquistas
muchas o pocas, durables o no del progresismo. Para mi, sobre todo en
tiempos en que la decadencia del imperio y su pérdida del control
mundial son evidentes, resaltando la imposición del fascismo como una de
sus reacciones desesperadas, cualquier forma de resistencia a las
tiranías es válida para avanzar. Pero, sin pasar por alto que las metas a
alcanzar por un movimiento revolucionario deben ir más allá que las del
progresismo. Y pienso que ningún proceso de cambio profundo y menos una
verdadera revolución social de redención popular puede sobrevivir
desarmada; como también, para el caso específico de Colombia, en un
proceso de lucha que aspire a cambios radicales que permitan superar las
desigualdades, la miseria y la exclusión política, prescindir de las
armas es una quimera, es un camino plagado de martirologio y de
incertidumbres, más si el movimiento popular a quien se enfrenta -que es
lo que ocurre en Colombia-, es a un Bloque de Poder tan sórdido y
sanguinario con sus compatriotas como arrodillado, vendido y lisonjero
con sus amos gringos, lo cual le da un carácter probadamente criminal,
terrorista, vengativo y traicionero que no da lugar al juego democrático
limpio y que obliga a llenarse de garantías extremas para poder pactar
con él.
Con este marco de ideas y con el criterio de que hoy por hoy tanto el
neoliberalismo como el progresismo están en crisis, debo decir que lo
que se sigue imponiendo como necesidad es plantear una alternativa de
cambios estructurales que apunten a la construcción del socialismo.
Porque para mi no es exagerado decir que, en medio de la crisis del
progresismo, el neoliberalismo agoniza en América Latina, y que es
necesario darle a este la estocada final. Reiteraría lo que ya como
nuevas FARC hemos dicho en cuanto a que las promesas de leche y miel de
los países del “capitalismo avanzado”, y de sus instituciones de
gánsteres como el FMI y el BM, como sus voceros y propagandistas, se
derrumban sin remedio. Y que tal situación se expresa en la realidad que
atraviesa la farsa del sistema chileno, por ejemplo, puesto en
evidencia como maquinaria de saqueó. Tal farsa viene siendo demolida a
golpe de manifestaciones multitudinarias, sin precedentes en la historia
del país austral y de Nuestra América que han desenmascarado no sólo a
Sebastián Piñera sino todo el conjunto del falso paraíso de consumismo
capitalista fingidamente democrático, pero probadamente atracador, y
encubierto con la maquinaria mediática que ayudó a crear el engaño de la
bonanza que nunca existió y que protagonizaban los más avanzados
alumnos del Consenso de Washington.
Como contexto de estas afirmaciones existe un sinnúmero de tesis
correspondientes al análisis de lo que ha sido dentro del “prolongado
ciclo histórico de la civilización burguesa”, el Capitalismo del siglo XXI y su crisis irreversible. Pero
no es del caso traer todo ese universo argumental para insistir en que
nadie puede negar que, con su evidente característica de militarización,
ha entrado en una dinámica de inexorable decadencia. Y la tarea de los
revolucionarios es batallar para apresurar su desmoronamiento, poniendo
énfasis en la organización y la movilización, con ideas que nos permitan
luchar cohesionádamente contra la descomunal máquina de desinformación y
alienación que posee el sistema imperial.
Actualmente el Complejo Militar-Industrial norteamericano (en torno
del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN) contribuye de
manera creciente al déficit fiscal y por consiguiente al endeudamiento
del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros
beneficiarios de dicho déficit). De esto se desprende que su eficacia
militar es declinante, al tiempo que su burocracia es cada vez mayor
como lo es el aceleramiento de su decadencia general y la exacerbación
de su agresividad guerrerista. Y la administración actual de la crisis
de decadencia del capitalismo corre a cargo de un poder imperial global,
que se acomoda y articula de uno u otro modo a las circunstancias
económicas y políticas del campo internacional, promoviendo la más
grande campaña de enajenación y desmovilización política de que se tenga
noticia. Y en ello, desafortunadamente no le ha ido mal, porque si
algún éxito pudiera adjudicarse el neoliberalismo, es precisamente el de
haber conseguido minar la conciencia revolucionaria contra el
capitalismo en casi todos los pueblos y clases sociales explotadas del
mundo. La casi desmovilización general de la clase obrera y la
incapacidad de las alternativas comunistas, socialistas o de izquierda
por agrupar y movilizar a las grandes mayorías atropelladas por el
sistema, son muestras de ello. El poder del capital se ha hecho tal que
nadie se atreve a definir la fórmula para acceder, siquiera a mediano
plazo, a una sociedad socialista capaz de evitar las presiones del
mercado mundial o su influencia. Lo que se observo en los contados
procesos de cambio social de corte popular en el poder, fue la
preocupación por sobrevivir y avanzar con sumo tacto, priorizando las
políticas democráticas y sociales sobre los traumatismos económicos que
derivarían del choque frontal con el poder del capital.
Con todo y esto, para mi no cabe duda de que el capitalismo perecerá
bajo el avance de los pueblos, pero la lucha contra él constituye un
proceso más largo de lo que parecía. El trabajo ideológico, político y
organizativo que demanda de los revolucionarios, es mucho más grande,
intenso y necesario de lo que pensamos o soñamos. Pero la urgencia de
este gran reto es evidente y los intentos no son desdeñables porque por
todo el orbe han estallado y estallan luchas reivindicativas que
expresan la inconformidad con las consecuencias del capitalismo
neoliberal, luchas heroicas que logran arrancar pequeñas conquistas,
pero que no se articulan con las de otros sectores o países en donde
también se da la lucha. Entonces, ocurre que la dispersión y la falta de
propósitos políticos claramente revolucionarios, que es el déficit que
se le suele señalar como esencia de su génesis al progresismo,
constituyen grandes obstáculos que tenemos que vencer, con proyectos
unitarios de carácter nacional, regional y mundial.
No obstante, el señalamiento de tal “déficit”, particularmente
sobre los procesos democráticos y progresistas en la región quiero
apuntar otras ideas que pueden ayudar a hacer una más justa valoración, y
dar respuesta a las inquietudes sobre las vías que debemos tomar para
enfrentar a la “Norteamérica capitalista, plutocrática, imperialista”
según lo que traes a colación recordando el verbo de Mariátegui; con lo
que entonces paso al decirte lo que pienso sobre tu tercera pregunta.
CPM: Mariátegui dijo: «A la Norteamérica capitalista,
plutocrática, imperialista, solo es posible oponer eficazmente una
América Latina socialista», vinculando así el proyecto socialista y la
integración continental con la emancipación de nuestros países. ¿Cómo
entiende usted la integración de estos pueblos, especialmente el
colombiano y el venezolano, en estos tiempos de borrasca? ¿Qué papel
juega el socialismo en el proyecto?
JS: Comencemos por decir que por las raíces históricas y culturales
comunes, los pueblo de la América Meridional, esa que el Apóstol cubano
José Martí llamó la América Nuestra, han tenido y seguirán teniendo un
mismo destino, el cual no puede ser otro que el de la segunda y
definitiva independencia de la que el héroe antillano nos habló también,
sino el de la constitución de una sola gran nación de repúblicas
hermanas tal como lo soñara y proyectara el Libertador Simón Bolívar
como pionero y adalid de la integración continental y caribeña,
precisamente observando en que ese tipo de unidad era la que nos podía
librar de la voracidad imperial de los Estados Unidos de Norteamérica.
Por razones geoestratégicas el escenario de América Latina es tenido
por Estados Unidos como principal y decisivo para ejercer su control
político y militar (espacio vital) y mantener su condición de potencia
omnímoda. Es la herencia trágica de la Doctrina Monroe. De ahí la
instalación de bases militares con presencia directa de efectivos
estadounidenses y contratistas mercenarios, así como también el diseño
de un esquema de control militar basada, entre otros instrumentos, en
los llamados FOL (Forward Operation Location) que permiten movilidad
estratégica, desencadenar guerras relámpago mediante bases y tropas
aerotransportadas de despliegue rápido y la proliferación de acuerdos de
seguridad con diversos países entre los que se cuenta Colombia, como
punta de lanza para la avanzada recolonizadora.
Dentro de este enfoque, para la política internacional
norteamericana, América Latina está condenada a permanecer alineada con
este imperio y a ser el escenario fundamental para la expansión de sus
transnacionales, lo cual implica que cualquier proceso de construcción
de rumbos post capitalistas, o de realización de cambios que no
coincidan con la estrategia hegemónica de Washington, estarán sometidos a
acciones de contención, destrucción o desestabilización.
En consecuencia, los procesos de cambio que se han vivido en el siglo
XXI y que, en tanto de ninguna manera son capítulos cerrados, siguen
lanzando destellos de permanencia e influjo en la región, tal como
ocurre por ejemplo en Venezuela (sobre todo), Ecuador, Bolivia, Brasil,
Argentina, Uruguay, Nicaragua y El Salvador, tienen un origen común en
la crisis generalizada de los modelos capitalistas del continente, con
el agotamiento de las formas representativas restringidas del “juego
democrático” (plutocrático) y de sus partidos tradicionales, coincidente
con el descrédito del modelo económico neoliberal, que profundizó la
miseria y la desigualdad en la región.
La extraordinaria ola continental de cambios revolucionarios y
progresistas, que se desató iniciando un ciclo ascendente y esperanzador
con el triunfo del comandante Hugo Chávez Frías en las elecciones
presidenciales venezolanas de 1998, quizás alcanzó su nivel más alto con
la oposición radical que sentó en noviembre de 2005 contra el ALCA
(Área de Libre Comercio para las Américas) en Mar del Plata, y sentó las
bases para la proyección y fortalecimiento del ALBA, que había sido
creada entre Cuba y Venezuela en diciembre de 2004 como organización
internacional de ámbito regional, que tendría el propósito de luchar
contra la pobreza y la exclusión social.
Con la crisis mundial del capitalismo, en 2008 se inicia el declive
de esta fase de ascenso, suscitándose hechos que así lo corroboran, como
la decadencia del Foro Social Mundial de Porto Alegre, y el cierto giro
hacia la derecha que se produce en Brasil y Argentina, países que por
muchos analistas se consideraba venían transitando un camino de
“centroizquierda”, y las presiones del bloque oligárquico-imperialista
sobre los gobiernos progresistas de Bolivia, Ecuador y Venezuela, se
intensifican, observándose el desenvolvimiento, entonces, de un proceso
de reorganización y reposicionamiento de los fuerzas conservadoras en el
continente. En esto incide la promoción por el capitalismo global de la
firma individual o asociada de tratados de libre comercio con muchos
países de la región, que acceden a ello en contravía de la oposición
generalizada al ALCA.
CPM: ¿Podemos echar un vistazo a las particularidades de los
procesos de cambio que se iniciaron a finales del siglo pasado en
Nuestra América?
JS: Los procesos revolucionarios y progresistas son muy singulares,
todos muy diferenciados y con sus particularidades, pero tienen en común
que no surgen de un alzamiento popular armado, ni de la lucha
guerrillera, pero han tenido como chispa que provoca el incendio en cada
uno de los países, la inconformidad y la protesta de las masas, por la
forma violenta como se ha disminuido la participación de las mayorías en
la riqueza nacional y en la conducción política.
También tienen en común que, como procesos que se ligan íntimamente
con la lucha de masas, la movilización popular se ha dado jalonada por
movimientos sociales y nuevos sujetos políticos diferentes a los modelos
clásicos de clase obrera y partido de vanguardia. Lo cual tampoco
excluye el protagonismo de algunos partidos políticos en países como
Bolivia (MAS), Venezuela (PSUV) y Ecuador (Alianza País). También habría
que considerar que se da un fenómeno de contradicción no expresada en
cuanto se producen legítimas expresiones de inconformidad de sectores
sociales populares y sus organizaciones con gobiernos amigos o propios.
Caso MST- Brasil, Quispe y su gente-Bolivia, CONAIE-Ecuador.
Igualmente hay que destacar que se trata de procesos que, en la
mayoría de los casos, han puesto en primer lugar los legados autóctonos
de rebeldes y patriotas de Nuestra América (Bolívar, Martí, Artigas,
Sandino, etc.) al tiempo que reivindican las tradiciones de lucha de los
pueblos originarios y las comunidades de base, poniendo como
protagonistas de primer orden, en gran media, a las mujeres y a los
jóvenes.
Dentro de los mismos pudieron diferenciarse los procesos que se
adelantaban simplemente por el desarrollo social y económico, pero bajo
el marco capitalista (Brasil, Argentina, Uruguay) de los que se
proponían la construcción del socialismo (Venezuela, Ecuador y Bolivia).
Se trata de una visión del socialismo distinta a la que históricamente
ha defendido el campo comunista: en principio no contemplaron partidos
de vanguardia, proscripciones masivas de la propiedad privada, ni
eliminación de la burguesía. El debate sobre el “socialismo del siglo
XXI” y sobre los nuevos aportes de estos procesos (el “buen vivir”, la
“revolución ciudadana”) todavía está abierto para los revolucionarios de
Nuestra América y en las FARC-EP se le dio la bienvenida y fue telón de
fondo durante los diálogos de paz.
Los cambios que emprendieron estos gobiernos para superar las
relaciones injustas de propiedad y de poder, o al menos para superar en
lo fundamental las falencias de la participación ciudadana, ampliando
los espacios de la democracia, e incluso algunos buscando establecer
modelos pos-capitalistas, varios en vía al socialismo, constituyeron la
piedra de toque para determinar qué tan compatibles eran sus aportes
ideológicos y qué tan realista y posible era el llamado “socialismo del
siglo XXI”. De ahí la importancia de asumir un análisis serio y
profundo, y con la más amplia visión, sin descalificar a ninguno desde
la óptica de las nuevas FARC-EP, de todos los procesos democráticos y
progresistas de la región, de sus logros y sus fracasos, sin perder de
vista nuestros propios descalabros que más que de un influjo de
cualquiera de estas experiencias, dependieron de una credulidad ingenua e
injustificable en la palabra de un gobierno miserable y de una
camarilla interna derrotista que abandonó los principios revolucionarios
de origen.
Hay que tener en cuenta que de una u otra forma en estas
experiencias, y más en las de los países bolivarianos, se adelantaron
procesos sumamente importantes y valiosos en cuanto a ganar autonomía
frente a las trasnacionales y el imperio, marchando por la senda de la
redistribución del ingreso y el combate a la desigualdad y la miseria.
De hecho, su impacto ha sido tal que hacia el año 2005, momento en que
tiene un pico notorio, la BBC reportó que, de los 350 millones de
sudamericanos, tres cuartas partes vivían en países con «presidentes que
se inclinan por la izquierda, elegidos durante los seis años
precedentes”. Tal reporte expresaba que «otro elemento común de la
“marea rosa” es la clara ruptura con el Consenso de Washington de
comienzos de la década de 1990”, haciendo referencia a los países
latinoamericanos pertenecientes a una tendencia que el reportero del New
York Times, Larry Rohter, usó para caracterizar la elección de Tabaré
Vázquez como presidente de Uruguay, pretendiendo ilustrar que se trataba
no del asenso de ideas “rojas” (comunistas), sino más suaves o “rosa”, o
progresistas y socialistas más moderadas, pero en todo caso haciendo
parte de un fenómeno de vuelta hacia la izquierda y centroizquierda que
luego sería sucedido por una ola conservadora, que ubican en la década
de 2010.
Aparte a la resistencia al Consenso de Washington, en materia de
restablecimiento y defensa de la soberanía, la oposición a recibir
imposiciones de Washington fue evidente, como también lo fue su
oposición a la presencia de bases estadounidenses en el continente. Y
sin duda, quien marcó la pauta en este campo fue el presidente Hugo
Chávez con la proclamación de una revolución y una patria bolivarianas,
haciendo cambios constitucionales y sociales en consecuencia. La
revolución bolivariana fue el detonante y locomotora de ese proceso
continental. Por su parte, el Presidente Correa en su momento en
Ecuador, dentro de similar perspectiva, clausuró la base de Manta como
escenario para la presencia de personal militar estadounidense y tomó
otras medidas como auditar la deuda externa y quitar apoyo al Tratado
Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Determinaciones parecidas
tomó Evo Morales en Bolivia, expulsando a embajadores de Estados Unidos
por intromisión en asunto internos, lo mismo que a la Agencia de los
Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y a la DEA. Evo
renegoció los contratos petroleros desfavorables a la nación en función
de recuperar el patrimonio de los bolivianos feriado a las
trasnacionales, etc. lo cual nunca le perdonaría el imperio.
En todos los casos, incluyendo escenarios como Nicaragua y Salvador,
donde hubo y hay interesantes experiencias de avance popular, pero
particularmente en los países bolivarianos, las acciones hostiles e
intervencionistas de Estados Unidos no se hicieron esperar, mostrándose
con mayor énfasis sobre Venezuela, país en el que se juega en gran
dimensión el futuro de los procesos de cambio y de independencia en
Nuestra América. Y es por eso que Estados Unidos declaró al gobierno de
Nicolás Maduro como una amenaza a su seguridad nacional, lo cual desde
entonces o más que nunca ha puesto a Venezuela bajo la hostilidad
pertinaz de los yanquis y de los gobiernos cipayos del orbe, generando
el rechazo y repudio de su pueblo y de los gobiernos y organizaciones
regionales y mundiales dignas que exigen la cesación de tanta agresión
que ha tomado como principal plataforma de ataque a Colombia.
Cuba, aún con las enormes dificultades que le ha ocasionado el
bloqueo criminal norteamericano, que ahora se ha intensificado, se
mantiene como la experiencia de revolución y construcción socialista mas
sólida en la región, constantemente evaluando, rectificando y
avanzando, como faro de dignidad y ejemplo de conducción revolucionaria
para todo el campo nuestroamericano.
En ese contexto es que se producen los principales hechos y retos
políticos del continente, con factores de inestabilidad que es urgente
evaluar con miras al futuro de la región y para recoger las experiencias
en lo que para nuestro proceso sea valedero y útil.
De tal evaluación, lo primero a decir es que hoy, en América Latina y
el Caribe se ha observado en el tránsito de década una desaceleración
del ciclo de ascenso del movimiento popular y de los procesos
mencionados, con la circunstancia especial de la crisis económica que el
asedio imperialista ha generado en Venezuela, país que se había
constituido en uno de los propulsores fundamentales de las
transformaciones que se venían dando en favor de los desposeídos
principalmente. No obstante, la lucha de clases se incrementa en muchos
países, expresándose en las más diversas formas de movimiento real de
masas, de resistencias a los extendidos procesos de desposesión y saqueo
que adelantan las transnacionales de todo tipo, las minero-energéticas,
las de “agro-negocios”, y la depredación neoliberal en general.
En este entorno, bajo la dirección de Washington, y en diversos
momentos, entonces, se han suscitado intentos de golpes de Estado que
han sido frustrados casi siempre por la acción de las masas, o también
se han dado “golpes institucionales”, como los realizados en Honduras y
Paraguay, y más recientemente en Bolivia, donde los Estado Unidos y sus
cipayos locales se han salido con la suya. El imperialismo no se resigna
a perder lo que considera su “retaguardia estratégica”; en ello empeña
gran parte de sus esfuerzos, patrocinando y organizando con los sectores
más entreguistas su proyecto de “restauración conservadora”, ya sea
mediante estrategias institucionales, impulsando partidos de derecha que
traten de avanzar dentro de las reglas legales y electorales, o ya sea
con estrategias conspirativas y sediciosas, tal como ocurre actualmente
contra Venezuela, mediante “guarimbas”o disturbios vandálicos de la
derecha en las ciudades o con lacayos tipo Guaidó que se prestan para el
saboteo imperialista.
Esta situación llama la atención de la dirigencia política de los
países que han emprendido el camino de las reformas que favorecen a las
mayorías, y la llama también a la dirigencia popular, en el sentido de
que la profundización de los procesos de transformadores jamás se dará
cediendo o pactando con el poder central hegemónico, ni con sus agentes
locales. La derrota del campo popular se impide consolidando las
conquistas, profundizándolas sin detener la marcha, a partir de la
cualificación de la organización de los movimientos sociales y políticos
que se identifiquen con los cambios; a partir también de la educación,
de la formación ideológica, de la concientización de los sectores
populares y afines a la causa planteada.
En consecuencia, deberemos impulsar un proyecto socialista, dotado de
una identidad autóctona, que partiendo de los aportes de los clásicos y
las experiencias de lucha de los pueblos del mundo que han transitado
formulaciones anticapitalistas, ha de buscar identidad en las raíces
culturales propias, y es en este campo donde el papel de las gentes del
común juega su principal protagonismo, incluyendo sin lugar a dudas la
práctica profundamente ancestral de la comuna, de la minga y del trabajo
solidario.
CPM: ¿Qué nos puede comentar con respecto a la comuna venezolana como propuesta de reorganización política y económica de la sociedad?
JS: Al respecto, y ya en referencia a la última pregunta, no conozco
bien las experiencias del trabajo organizativo, político y productivo en
Venezuela, pero sí he tenido noticia de la fortaleza del tejido social
que forjó los planteamientos dejados por el comandante Chávez,
específicamente en el plano del trabajo en comunas como semilla de lo
nuevo y lo bueno en alternativa al caos que se vislumbra con la
depredación ambiental del capitalismo. Y en ello, nuestras particulares
experiencias encuentran identidad porque son las prácticas que mejores
resultados nos han mostrado sobre todo en los escenarios rurales sean
campesinos, de pueblos originarios o de territorio comunitarios
afrodescendientes.
Tales experiencias son alternativa, sin duda, al carácter
autodestructivo de las prácticas capitalistas catalizadas por la
dinámica tecnológica dominante y la incapacidad de la economía mundial
para seguir creciendo, circunstancia que acelera la concentración de
riquezas en muy pocas manos y la marginación de miles de millones de
seres humanos que “están de más” desde el punto de vista de la
reproducción del sistema.
Aunque me extienda un poco quiero recordar que el Acuerdo de Paz,
según uno de sus apartados esenciales que figura como “Acuerdo de 7 de
noviembre de 2016”, se firmó con el carácter de Acuerdo Especial, en los
términos del Artículo Común tercero de las convenciones de Ginebra de
1949, y de ello derivó una “Declaración Unilateral ante el Secretario
General de las Naciones Unidas”, como compromiso de cumplimiento del
Estado colombiano; y derivó la solicitud, como en efecto se hizo de la
incorporación del contenido íntegro del Acuerdo de Paz a un Documento del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Tal “Declaración Unilateral de cumplimiento” se hizo ante el
Secretario General de las Naciones Unidas mediante comunicación del 13
de marzo de 2017, y esta junto con una comunicación fechada en marzo 29
de 2017 por el mencionado Secretario General, agregando el texto del
“Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de
una Paz Estable y Duradera”, llegó a la presidencia del Consejo de
Seguridad, atravesando un procedimiento que culminó con la incorporación
de los textos aludidos, al Documento S/2017/272 de fecha 21 de abril de
2017 del mismo Consejo de Seguridad. Todo lo cual comporta obligaciones
adquiridas que debían cumplirse en respeto del Pacta Sunt Servanda, y del conjunto del Derecho Internacional.
Se trata de responsabilidades de Estado, que en teoría y según las
buenas prácticas de convivencia pacífica de las naciones no pueden cesar
por efecto de un cambio de Gobierno, porque de lo que se trata es de
garantizar tanto la seguridad jurídica interna, como de asegurar la
estabilidad jurídica internacional que son ineludibles factores de
concordia; a no ser que existiera la determinación de actuar como Estado
forajido procediendo contra el Acuerdo y contra el orden internacional,
tal como se vio y se sigue observando respecto a la Jurisdicción
Especial Para La Paz, por ejemplo, o con el desconocimiento que en su
momento hizo la Presidencia del Senado de los Garantes Internacionales
Cuba y Noruega, o el que hizo el mismo gobierno de Duque de los
protocolos que regían las conversaciones con el ELN en La Habana.
Esta entrevista se publicó en inglés en Venezuelanalysis.com y en castellano en FARC-EP.net.
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