Asa Cristina Laurell
La negación de la pandemia de
Covid-19 en Brasil por el presidente Bolsonaro ha generado una crisis
nacional. En respuesta, se ha movilizado el Frente de la Vida compuesto
por el Consejo Nacional de Salud y un total de 10 asociaciones de salud
pública, sociedades médicas y redes del ramo. Este Frente ha formulado
un Plan Covid-19 que se ha presentado a la sociedad y al gobierno. Tiene
la gran virtud de incluir a especialistas de varios campos de
conocimiento, lo que permite caracterizar la complejidad de la pandemia,
sus distintas dimensiones y sus diversas interfaces.
El Plan Covid-19 sostiene que la pandemia posee ocho dimensiones:
biológica, clínica, epidemiológica, ecosocial, tecnológica, económica,
política y simbólica. Esta caracterización tiene la ventaja de develar
cuáles son los distintos conocimientos involucrados en cada dimensión y,
por tanto, qué grupos interdisciplinarios o trasdisciplinarios de
expertos deben actuar. Resulta especialmente útil no juntar las
dimensiones biológica, clínica y epidemiológica, que frecuentemente son
fusionadas en una sola vertiente, lo que empobrece la comprensión del
nuevo virus, sus características y las colaboraciones necesarias para
avanzar en la superación.
El análisis transversal de cada dimensión permite descubrir
relaciones novedosas u ordenar colaboraciones que, en efecto, ocurren en
la realidad. Por ejemplo, la biológica abarca los planos molecular,
celular y somático del SARS-CoV-2 que causa el contagio, la infección,
la enfermedad y las fallas de órganos y sistemas. La intervención
correspondiente consiste en la estimulación del sistema inmunológico,
por ejemplo, con vacunas. La relación, entonces, debe establecerse entre
los gobiernos, las instituciones académicas y la industria, lo que
además puede traducirse en el fortalecimiento de la industria nacional
en búsqueda de medicamentos para los individuos y vacunas para la
población.
Esta dimensión tiene una interfaz importante con la dimensión
clínica, cuyo centro es el individuo, el agente causal y las prácticas
que buscan reducir la letalidad y las secuelas de la enfermedad, donde
el fortalecimiento del sistema público de salud es crucial. Esta
dimensión necesariamente debe superar el hospitalcentrismo y tener un
enfoque integral e integrado. Significa movilizar, desde abajo, el
primer nivel de atención –centros de salud y clínicas–, fortaleciendo la
promoción de la salud y la prevención con la participación activa de la
población, así como redefinir la organización de las actividades
clínicas según la complejidad de la intervención. Esta acción requiere
un incremento de los recursos financieros y una planeación clara y
transparente de su uso. La dimensión epidemiológica también debe ser
transversal y vista en el contexto de sus determinantes
socio-ambientales, sólo así se puede realizar lo que el Frente de la
Vida llama
la vigilancia en salud. Ésta abarca el control de casos, así como el de riesgos y la comprensión de los determinantes tanto ambientales como sociales para actuar sobre ellos.
El problema de la estrategia oficial de combate a la pandemia de
Covid-19 en México es que tiende a eclipsar en una sola la dimensión
biológica, clínica y epidemiológica. Además, ignora frecuentemente las
dimensiones tecnológica, económica y política que sólo aparecen
casuísticamente a propósito de algún tema particular en el discurso del
vocero oficial que es básicamente un epidemiólogo tradicional. Esto ha
llevado a la dificultad de precisar la transversalidad de las
intervenciones. Es más, la dimensión tecnológica tiende a convertirse en
un problema económico, financiero y de mercado antes que en oportunidad
de impulsar la industria nacional. La dimensión política ha degenerado
en otro escenario de enfrentamiento y no la oportunidad de lograr la
unidad nacional.
Detrás de la aceptación del público del discurso
médico-epidemiológico, de las múltiples especulaciones mediáticas y del
uso político opositor engañoso de éste, se revela la escasa educación
científica y el desprecio por el pensamiento científico complejo en el
país. Los centros académicos están haciendo una labor importante al
igual que varios organismos privados y empresas, pero no hay una
instancia que coordine y discuta las distintas propuestas, por lo que
tenemos una cacofonía de voces muy desarticulada. Sólo se puede entender
esta situación en una perspectiva histórica, en la que han faltado la
construcción de ámbitos de colaboración entre el gobierno y la sociedad
civil organizada.
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