Mientras Madrid resiste al
coronavirus, la ciudad muestra sus desigualdades, carencias y distintas
formas de habitarla. Barrios burgueses viven el confinamiento como si se
tratase de una prisión. Se sienten atrapados en sus casas de cientos de
metros cuadrados o en sus chalets con amplios jardines y servicio
doméstico. No aceptan la cuarentena, buscan culpables y lo encuentran en
adjetivar el gobierno como un régimen filo-comunista, bolivariano y
terrorista. Cansados de ser tratados como iguales ante la ley, aducen a
sus derechos individuales para violar las normas que rigen el estado de emergencia.
Ellos pueden hacer y deshacer a su antojo. No les pidan responsabilidad
social. La pandemia no va con ellos. En una Comunidad Autónoma como
Madrid, gobernada desde hace décadas por la derecha, la cifra de muertos
por coronavirus alcanza ya 19 mil 175 personas, de las cuales 5 mil 972
son ancianos fallecidos en sus residencias. Los señoritos, hasta ahora
intocables, miran hacia otro lado. Se retratan. Su actitud ha sido
renegar de cualquier muestra de reconocimiento al personal sanitario y
de paso a lo público. No participan de los aplausos que se producen día
tras día a las 20 horas para honrar a los muertos y apoyar la sanidad
pública.
La derecha madrileña vive en su mundo. Ellos no dan palmas. ¿Por qué
deben salir a sus balcones a mostrar su respeto a los trabajadores de
los servicios esenciales que han mantenido en pie el abastecimiento de
la ciudad? ¿A los del trasporte público, supermercados, farmacias o
gasolineras? No hay motivo. Eso sería tanto como proteger el bien común.
Su razonamiento es otro. Se les ha privado de la libertad de
movimientos. Se consideran rehenes de un Estado totalitario. Y las
analogías no faltan. Sus ideólogos no pierden el tiempo para movilizar
al idiota social. Vargas Llosa, Aznar, Casado, Rivera, acompañados de
las autoridades locales emprenden una nueva cruzada. En Madrid su
alcalde, Díaz Almeida, y la presidenta, Díaz Ayuso, se han trasformado
en adalides del idiota social. Ellos los consideran un referente.
Solicitan que se manifiesten y rompan el sistema carcelario, dirán,
impuesto por un gobierno que busca acabar con la economía de mercado.
Promovidas por la derecha, violando las normas mínimas de salud
impuestas en cuarentena, sushuestes buscan notoriedad. En sus afiebrados
actos, como idiotas sociales, no respetan la distancia de seguridad, ni
son capaces de entender que su comportamiento pone en riesgo la vida de
los demás. Van a lo suyo. Hacen ruido, mucho ruido, golpean cacerolas, a
la par que gritan consignas pidiendo la dimisión del gobierno, dan
vítores a las fuerzas armadas y sus equipos de música emiten marchas
militares, acompañadas del himno nacional. Ondean banderas, y se cubren
el cuerpo con ellas. Portan cristos, celebran misas y rezan pidiendo a
Dios les conceda sus peticiones. Reclaman acabar con el confinamiento.
Quieren ir de compras, comer en los restaurantes estrellas Michelin,
pasear por la Milla de Oro, consumir y sobre todo explotar a sus
trabajadores, con el pretexto de retomar la actividad productiva y
empresarial. Se consideran los únicos damnificados. No tienen conciencia
social ni sentido del bien común, les mueve el egoísmo, el odio y la
codicia. Aprovechan cualquier situación para expresar su descontento e
inundar las redes de noticias falsas. Todo es válido si el objetivo,
hacer caer el gobierno, se consigue. No les preocupan los miles de
víctimas del Covid-19, consecuencia de un sistema sanitario debilitado
por lasprivatizaciones y residencias de la tercera edad, donde la
finalidad ha sido siempre ganar dinero. Los mayores son un buen negocio.
Hay que explotarlo. La democracia es cuestión de pobres. Son los
muertos de hambre, los sin techo, sin trabajo, los jubilados,
los trabajadores a tiempo parcial, con contratos basura quienes exigen
cambios y políticas públicas de calidad. Ellos, por el contrario, son
gente de bien, empresarios, emprendedores. Sus barrios cuentan con zonas
verdes, centros comerciales, cines, teatros, restaurantes de lujo,
colegios y clínicas de uso exclusivo. Gozan de un servicio de
recolectores de basuras ad-hoc, sus calles están iluminadas y
una policía complaciente les rinde pleitesía. Ahora demandan recuperar
lo que han dejado de ganar. Ellos no solicitan las migajas del pastel,
se sienten dueños del pastel. Por eso se manifiestan. Así, las derechas
del mundo movilizan al idiota social, cuya característica esencial es no
poseer un ápice de inteligencia. Fácilmente manipulable hace lo que se
le ordena. Incapaz de ejercer el juicio crítico y la reflexión,
simplemente actúa como parte de un rebaño. En conclusión, respetar el
bien común, preocuparse por sus conciudadanos, es cosa de necios. Así,
un ejército de idiotas sociales recorre el mundo como expresión de una
derecha que ha perdido los papeles y sólo le interesa la política de
cuanto peor, mejor. Ellos salvarán a la patria.
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