La tinta
Comenzamos el debate
sobre algo que nos inquieta, inquietud que se expresa en términos
teóricos, pero que se enuncia, sobre todo, en sentidos prácticos y
políticos: ¿por dónde pasa el conflicto social y las reinvenciones de
los movimientos sociales-populares en este presente político de América
Latina?
Sin la intención de agotar un tema que especialistas
ya habrán sistematizado unas cuantas veces, aventuramos algunas
reflexiones al respecto.
En primer lugar, habría que decir que
la cuestión del fin de la política o la ´desaparición´ de las clases
trabajadoras como sujeto histórico en las ciencias sociales y cierta
perspectiva teórica de los años 80′ estuvo ligada al auge del análisis
de los “nuevos movimientos sociales” como “protagonistas privilegiados”
de la protesta social contra el neoliberalismo. En cierta medida, la
clave de lectura social de estos fenómenos buscaba escapar al
determinismo economicista típico de años anteriores y, no pocas veces,
derivó (y deriva aún) en la idealización de la espontaneidad en la
organización de la sociedad civil.
La resistencia social se organiza
Lo
segundo que podemos resaltar, si pensamos en los movimientos sociales
latinoamericanos, es que existe, hoy -en pleno 2019, atravesados por
todas las formas de explotación posibles-, la necesidad de avanzar por
sobre la textualidad dicotómica que contrapone la perspectiva de la
constitución subjetiva de los movimientos sociales, frente a la miradas
que enfatizan los condicionamientos económico/estructurales. Es decir:
ni todo es el sujeto/sujeta que hace y deshace per se, como tampoco lo
es todo la estructura y cierto mandato esencialista o fatalista que nos
condena a estar oprimidos o “hacer la revolución”. El análisis de los
movimientos sociales en Nuestra América debe implicar una doble ruptura
epistemológica y política en relación a las escuelas de pensamiento
tradicionales.
En tal sentido es que pensamos que la noción
de movimientos sociales, como sujetos educativos-políticos y espacios de
construcción de “epistemes” (que producen saberes alternativos y
proyectos políticos contrahegemónicos), puede ser una característica
definitoria de los movimientos sociales y populares latinoamericanos en
la actualidad. Las organizaciones de base en resistencia se hacen en la
ocupación del conflicto territorial concreto y en la resignificación de
la problemática de la explotación como clases sociales oprimidas en el
actual sistema capitalista neoliberal.
Veámoslo con más claridad.
Movimientos sociales y proyectos educativos
El
proceso de resistencia social y política latinoamericana (siguiendo a
Lía Pinheiro Barbosa) que proponen, por ejemplo, los pueblos campesinos,
indígenas, afrodescendientes, como aquellos desplazados y empobrecidos
en las grandes ciudades, constituye el reverso de las secuelas que ha
dejado la colonización iberoamericana, como así también la agudización
de las contradicciones y antagonismos sociales actuales. En esa
dirección, al re-pensar América Latina, lxs sujetxs sociales organizadxs
en movimientos populares representan la emergencia de un gran puñado de
rebeldías. Rebeldías que se expresan en otras semánticas y dispositivos
de lucha ideológica, a tal punto que sus prácticas logran desafiar la
unilateralidad hegemónica de la colonialidad, al tiempo que exponen la
continuidad histórica de una “profunda contradicción estructural
subyacente al y propia del capital”.
Es decir que, en nuestros sures, los movimientos en lucha no solo desafían al capitalismo, sus gobernantes y poderes fácticos, sino que también ponen en tela de juicio opresiones más lejanas. Ahí están el movimiento campesino, indígena, feminista y tantos otros.
Las
demandas articuladas que encarnan esos pueblos organizados en
movimientos sociales expresan la centralidad de las clases sociales en
contextos de dependencia. Es decir, tanto las formas de resistencia como
las alternativas pedagógico-políticas que los movimientos sociales
desarrollan en América Latina, resultan una forma de impugnación al
modelo económico-político del capitalismo, al tiempo que elaboran una
crítica del tipo de relaciones ideológicas que atraviesan, de múltiples
maneras, las modalidades de conciencia y voluntad de los sujetos. Dicho
en los términos de Barbosa: “Denuncian, de par a par, las múltiples
formas de sojuzgar propias de un modelo político-económico que edificó
su dominación más allá del campo económico, haciendo raíces
profundamente arraigadas a esquemas simbólico-ideológicos que dan
sostenimiento a la dominación vivida en nuestros días”.
En otras palabras, decimos: solo la educación popular y nuestra
alfabetización política militante puede empezar a desmontar las
opresiones que cargamos en nuestras realidades concretas.
Desplazamiento semántico
En
los últimos años, se ha dado, en la región, tanto en el estudio de los
movimientos sociales como en la práctica misma de las luchas populares,
un cierto desplazamiento semántico desde la noción de movimiento social a
la caracterización de movimientos populares latinoamericanos. Con el
tiempo, hemos constatado que, en el acontecer de las resistencias en
América Latina, los proyectos políticos-educativos de estos movimientos
apuntan a poner en cuestión la pasividad hegemónica que la misma
pedagogía tradicional les asigna bajo el imperio del capital. Dicho de
otra manera, una vía de expresión del antagonismo social y la tensión de
clases, en la actual coyuntura regional, se materializa en las disputas
pedagógico-políticas de los movimientos.
“Un mirar panorámico
sobre el continente nos permite vislumbrar los indicios de un proyecto
emancipador, vinculado a un papel político conferido a la Educación,
manifiestos en: la trayectoria del Sector de Educación del MST; en la
propuesta de creación de la Universidad del Sur; en la expresiva
experiencia del Método de Alfabetización cubano, ‘Sí, Yo Puedo!’, sobre
todo, con los pueblos originarios; en las Escuelas Autónomas Rebeldes
Zapatistas, entre otras propuestas que se han consolidado y avanzado
gradualmente, testigos vivos de que el ‘paradigma emancipador para
América Latina’ tiene un pie en la Educación, camino de transformación
cultural radical y necesaria a nuestro continente”, explica Barbosa.
Así
presentados, los movimientos sociales desde América Latina se
estructuran en torno de una disputa de sentidos comunes, en términos
gramscianos. Los mismos representan una erosión a las formas de
dominación del capital, pero llevadas a cabo por vía de la puesta en
cuestión de sus elementos ideológico-políticos. En el caso de los
movimientos populares latinoamericanos, entre los que el campesinado o
los movimientos indígenas resaltan por sus luchas políticas, la cuestión
de las propuestas educativo/políticas re-crean formas de articulación
social y una praxis política disruptiva.
Finalmente, nos
jugamos y reafirmamos nuestra hipótesis: los movimientos sociales, en
particular, el conjunto de organizaciones de base campesinas e
indígenas, mujeres, trabajadores precarizados, excluidas y excluidos en
América Latina constituyen fuertes experiencias de clase social
devenidas en movilización política, articuladas en torno a proyectos
políticos que prefiguran otros espacios y construyen saberes populares
para encontrar salidas a esta injusticia perfecta que padecemos llamada
capitalismo.
Óscar Soto es politólogo y militante social.
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