Al principio de su
presidencia Richard Nixon dijo a su jefe de gabinete Bob Haldeman que su
estrategia secreta para poner fin a la guerra de Vietnam era utilizar
la amenaza de usar armas nucleares. Nixon creía que la amenaza de
utilizar armas nucleares del presidente Eisenhower en 1953 permitió un
rápido fin de la Guerra de Corea, y tenía previsto utilizar el mismo
principio de amenazar con la máxima utilización de fuerza. Nixon la
llamó la “teoría del loco,” cuyo objetivo era conseguir que los
norvietnamitas “crean... que estoy dispuesto a todo para parar con la
guerra”.
Irónicamente Daniel Ellsberg, que como se sabe filtró los
Papeles del Pentágono, puede haber sido quién en sus conferencias en
1959 en el seminario de Henry Kissinger en Harvard presentó por primera
vez la teoría del uso político consciente de las amenazas militares
irracionales. Ellsberg llamó a la teoría el “uso político de la locura”,
y señaló que cualquier amenaza extrema sería más creíble si la persona
que amenaza es percibida como no totalmente racional. Ellsberg no podía
imaginar que alguna vez un presidente estadounidense considerase la
posibilidad de utilizar una estrategia de este tipo, pero creía que el
comportamiento irracional podría ser una herramienta útil de
negociación.
Es de destacar que Kissinger, que se convirtió en
asesor de seguridad nacional de Nixon diez años más tarde, dijese que
“aprendí más de Dan Ellsberg que de cualquier otra persona sobre
negociación”. Y en su libro “Las armas nucleares y la política
exterior”, abogó por una “estrategia de la ambigüedad”en cualquier
discusión sobre el uso de armas nucleares tácticas. Los escritos de
Kissinger en la década de 1950, por otra parte, sugieren que la “teoría
del loco" de Nixon era una versión de la tesis de Kissinger de que el
poder no es tal sino se está dispuesto a utilizarlo.
Por
supuesto, no se utilizaron armas nucleares en Vietnam, pero la guerra
secreta en Camboya y los bombardeos masivos en Vietnam fueron diseñados
para obligar a Hanoi a hacer concesiones a los Estados Unidos. Estas
tácticas no arrancaron concesiones a Hanoi y no restringieron la
capacidad operacional de las fuerzas de Vietnam del Norte, pero a
Kissinger le encantaba “jugar a los bombardeos” junto con su ayudante
militar, general Alexander Haig. Le apasionaba seguir la campaña de
bombardeos aéreos y navales y exigía estar al día dude los informes de
inteligencia sobre sus consecuencias. Kissinger y Nixon creían en la
lógica de la escalada, aunque los resultados indicasen su futilidad y
fracaso.
Avancemos ahora varias décadas hasta la situación
actual. Los Estados Unidos tiene un presidente autoritario que se siente
atraído por el poder y se ha rodeado de consejeros pelotas.
Recientemente, Trump ha nombrado como nueva directora de la CIA a Gina
Haspel, que fue clave en el uso de torturas y abusos sádicos en las
prisiones secretas. Ha nombrado a un nuevo secretario de Estado, Mike
Pompeo, que defiende el uso de la tortura y los malos tratos, y apoya un
cambio de régimen en Irán y Corea del Norte. Y ahora, el nuevo asesor
de seguridad nacional, John Bolton ha recomendado asimismo el uso de la
fuerza y un cambio de régimen en Irán y Corea del Norte.
El año
pasado se han acumulado múltiples evidencias de que Donald Trump no es
apto para servir como comandante en jefe. Es un hedonista extremo y
desenfrenado al que no le importan las consecuencias de sus acciones. Su
estilo de vida personal, sus políticas de personal, sus diatribas en
Twitter, y sus acciones políticas apuntan a un ególatra que excluye
cualquier tipo de preocupación. Trump no es un teórico, no estamos
hablando de una utilización de la “táctica del loco”. Más bien, lo que
tenemos es un presidente que de verdad está “loco” que ha designado a
otro “loco” para dirigir su Consejo de Seguridad Nacional.
La
idea de Trump y Bolton discutiendo de seguridad nacional y el uso de la
fuerza en la Casa Blanca es simplemente aterradora. Ambos han demostrado
ser impulsivos y explosivos hasta la megalomanía. Los biógrafos de
Nixon lo describieron como una persona aguda y analítica, con una
memoria notable. Los biógrafos de Trump apuntan a señales peligrosas de
irritabilidad y agresividad, así como a una tendencia a una conducta
engañosa en su vida personal y profesional. Bolton es más extremista que
Trump.
Tanto Trump como Bolton se han visto envueltos en
discusiones irresponsables sobre las armas nucleares. Trump contó a unos
entrevistadores que no tiene sentido tener armas nucleares si no se
está dispuesto a usarlas. Bolton sigue defendiendo el uso de la fuerza
en Irak, y esta a favor de usarla contra Irán y Corea del Norte. Bolton
jugó un papel clave en la politización de inteligencia para justificar
la guerra de Irak y, como embajador ante la ONU, manipuló inteligencia
para hacer declaraciones falsas en la Asamblea General y el Consejo de
Seguridad con respecto a Siria y Cuba.
Dos secretarios de Estado,
Colin Powell y Rex Tillerson, se negaron a aceptar a Bolton como
secretario de estado adjunto debido a sus puntos de vista extremistas y
su trató brutal de sus subordinados. Es interesante que Bolton ya haya
descrito su trabajo como asesor de seguridad nacional como levantar una
barrera para que la burocracia no bloquee las decisiones del presidente.
Una de las tareas principales del asesor de seguridad nacional es ser
un intermediario honesto, que presente diferentes puntos de vistas al
presidente. Esto claramente no es el modus operandi de Bolton.
Nuestra
democracia depende en gran medida de que los ciudadanos tengan
confianza en el sentido común y la sensibilidad de nuestros dirigentes.
En un mundo que parece estar fuera de control, simplemente no es posible
tener fe en la toma de decisiones de nuestra dirección actual. La
utilización de la “teoría del loco” en la política internacional es un
tema discutible, pero la idea de tener locos auténticos en posiciones de
poder es aterradora. En el momento de su disolución en 1991, los
líderes de la Unión Soviética ya no eran creíbles para sus ciudadanos.
El aumento del cinismo de los estadounidenses y de sus líderes de
opinión cambiará la naturaleza de nuestra democracia.
Melvin
A. Goodman. Investigador principal del Center for International Policy y
profesor de la Universidad Johns Hopkins. Antiguo analista de la CIA,
Goodman es autor de Failure of Intelligence: The Decline and Fall of the CIA, National Insecurity: The Cost of American Militarism, y de Whistleblower at the CIA: An Insider’s Account of the Politics of Intelligence. Actualmente prepara la edición de American Carnage: Donald Trump’s War on Intelligence.
Traducción de Enrique García para Sin Permiso: http://www.sinpermiso.info/textos/la-teoria-del-loco-nixontrump-y-bolton
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