“Un día que vos no te esperás, te llaman y te dicen... Fue intenso, fue fuerte, fue de golpe”, describió Ramiro Menna el momento en el que se enteró de que había aparecido su hermano. “Entiendo que él debe estar pasando un proceso bien diferente”, señala.
Por Ailín Bullentini
“Lo quiero comprender, lo quiero acompañar”,
dice Ramiro sobre su hermano.
dice Ramiro sobre su hermano.
Ramiro
Menna llegó ayer al mediodía a Buenos Aires desde La Rioja, en donde
vive con su esposa y sus cuatro hijos. Pisó suelo porteño preocupado. Se
le hacía tarde para la conferencia en la que Abuelas de Plaza de Mayo
anunciaría el hallazgo de su hermano, a 40 años de su nacimiento,
ocurrido, se supone, en la maternidad clandestina que funcionó en Campo
de Mayo durante la última dictadura cívico-militar. A Campo de Mayo
fueron llevados los padres de ambos, los militantes del Ejército
Revolucionario del Pueblo Ana María Lanzillotto y Domingo “el Gringo”
Menna tras ser secuestrados en julio de 1976. Por su primo, que lo
recogió de Retiro, Ramiro supo que la conferencia se había pospuesto
para hoy y que lo esperaba un rico guiso en la casa de la tía Nena, en
donde también lo esperaba el resto de los integrantes del clan
Lanzillotto-Menna reunidos en torno de la buena nueva. “Somos unidos y
tenemos a mis viejos y a mis tíos –la hermana melliza de Ana María, su
marido y la hermana del Gringo también son víctimas del terrorismo de
Estado– siempre presentes, pero la aparición de mi hermano nos empujó a
reunirnos y acá estamos, experimentando esta nueva intensidad en el
vínculo. Ahora estamos todos conectados de otra manera”, evalúa el
hermano del nieto 121 en diálogo con Página/12.
Las primeras horas de la vida de Ramiro tras la noticia están
plagadas de balances. Es su manera de transitar la intensidad del
momento. Balance familiar, balance personal, balance social e incluso un
hipotético balance en la piel de ese otro que fue parte de su vida en
la ausencia y que hoy es puro presente. “No dejo de pensar y de
preguntarme por él. Y entiendo que debe estar pasando un proceso bien
diferente del que estoy pasando yo y el resto de la familia. Le dieron
una noticia que no esperaba”, asegura.
–¿En qué detalles imagina que los procesos son diferentes?
–Es que nosotros teníamos un espacio vacío al que siempre buscamos
cómo llenar. Porque siempre lo buscamos a él. En cambio, su vida fue
construida con todas las piezas. No tiene espacios en donde ponernos y
armarlos no será tarea fácil. Entonces, lo quiero comprender, lo quiero
acompañar. Sé y sabemos que lo vamos a hacer. Necesitamos que sepa que
estaremos al pie del cañón para lo que necesite, que lo vamos a esperar
el tiempo que haga falta y que cuando nos vea va a encontrar una familia
llena de amor para él, que no lo condicionará. Por su puesto que
también tengo un deseo bastante incontenible de contarle quiénes fueron
su papá y su mamá, cómo vivieron, lo consecuentes que fueron con sus
sueños, la entrega que le dedicaron a su lucha.
–¿Qué le contaría de sus papás?
–Que eran muy jóvenes cuando fueron secuestrados, torturados y
asesinados por querer mejorar la vida. Tenían 29 años, que vivieron con
mucha intensidad una época en la que se creía y se sentía que se podía
transformar la realidad, volverla más justa. Desde esa fe y convicción
de que los pueblos de América Latina podían independizarse de la
dominación del imperialismo, de que el hombre podía ser un hombre nuevo,
libre, autónomo, tendieron su lucha. Una lucha que tuvo una dimensión
cultural, una sindical, una estudiantil y también una dimensión en la
lucha armada con la que mis padres, los suyos, buscaban un mundo más
justo para mí y para él, y para todos los otros.
Ramiro tenía dos años cuando fue secuestrado el 19 de julio de 1976,
junto a su mamá, “Ani”, en un operativo del grupo de tareas del Ejército
que lideró el represor Juan Carlos Leonetti en Villa Martelli y en el
que fue asesinado el líder del Ejército Revolucionario del Pueblo, Mario
Santucho. Su papá cayó ese mismo día en la calle, mientras esperaba en
una cita que estaba infiltrada. “Estuve desaparecido desde aquel 19
hasta la primera o segunda semana de agosto, que mi familia materna
logra rescatarme”, reconstruye. Los Lanzillotto supieron de lo ocurrido
con el matrimonio en Villa Martelli por la televisión. No perdieron
tiempo y buscaron a Ramiro hasta encontrarlo en una comisaría de San
Martín. El pequeño quedó al cuidado de Nidia “Quela” Lanzillotto y su
marido, asentados en Carmen de Patagones. Alba se exiliaría hasta
terminada la dictadura. En noviembre, María Cristina Lanzillotto, la
hermana melliza de Ana María, caería en las garras del terrorismo de
Estado. Ella y su marido también militaban en el ERP. Los restos de
María Cristina, a la que la familia llamaba “Tina”, fueron hallados en
una fosa común en Avellaneda en 2005. Carlos Santillán, su marido,
continúa desaparecido.
–¿Qué lugar ocupó en tu vida la búsqueda de tu hermano?
–A los 12 o 13 años me enteré de mi historia, lo que había pasado con
mis padres. A los 15 o 16 supe que mi mamá había sido secuestrada
embarazada. Ahí, la búsqueda cambió. Porque hasta entonces lo que
buscaba era un destino, el final de mi mamá y de mi papá. A partir de
que supe que podía llegar a haber un hermano, se abrió la búsqueda de
una vida. Entonces, me incorporé a esa búsqueda, que mi familia ya venía
construyendo desde antes. Di sangre dos o tres veces, y seguí los
avatares de aquel camino, que siempre estuvo más a cargo sobre todo de
mi tía Nena.
En ese sendero atravesó dos posibles hallazgos de aquel bebé nacido en octubre de 1976 en Campo de Mayo. Ninguno fue positivo.
–¿En algún momento perdiste la esperanza?
–La esperanza no se pierde, pero 40 años son muchos años y la
ausencia en determinados pasajes de la vida se acomoda en algún lugar en
donde, a veces, pasa desapercibida en lo cotidiano. Yo sé que detrás
del hallazgo de mi hermano hay un trabajo enorme de la Comisión Nacional
por la Identidad y de Abuelas de Plaza de Mayo que no gira en torno de
nuestra historia familiar, sino que compete a toda la sociedad. Pero
para nosotros, hubieron momentos amplios que fueron mudos. La esperanza
no se pierde, pero hay silencio. Hasta esta sorpresa, este golpe de
efecto que convirtió todo en gritos de alegría. La noticia de la
aparición de mi hermano fue una sorpresa, una alegría inmensa sumamente
inesperada. Uno imaginaba que antes habría una pista, algún indicio, un
nombre que ofreciera un tiempo de precalentamiento. Nada ocurrió así y
de un día para el otro, yo tengo a mi hermano acá nomás. Un día que vos
no te esperás, te llaman y te dicen… Fue intenso, fue fuerte, fue de
golpe. De golpe, toda la familia reunida en la casa de la tía Nena.
–El hallazgo de su hermano también movilizó su propio núcleo familiar y de pertenencia.
–Sí, me tuve que sentar con mis hijos para contarles que habíamos
encontrado a su tío y me escucharon atentos. Yo ya había hablado con
ellos sobre sus abuelos y además están cerca de la historia familiar. La
escuela a la que asisten en Chepes (el pueblo riojano en donde Ramiro
se asentó con su esposa cuando regresó de África y donde cría a sus
cuatro hijos varones y milita en el Frente Riojano de Organización
Popular Victoria Romero) se llama como el bisabuelo de ellos, Nicolás
Lanzillotto. Toda esa gimnasia psicológica de recordar, recontar, nos
hace bien. Duele un poquito en algún momento, pero nos hace bien y es
algo que también vi en Chepes, que se sintió parte de esta búsqueda y
por supuesto de este encuentro. Es hermoso que pase porque revela de
alguna forma una maduración de nuestra conciencia como pueblo. Esto que
me pasó, que nos pasó, no es privado, es público. No es mi hermano, mi
dolor, mi alegría. Es un poco el de todos. Es un nieto más de 121 que le
quisieron arrebatar a la sociedad entera, a la que le quisieron cortar
la trama, pero que despacito se va reconstruyendo justo por donde muchos
pensaron que solo dejaban muerte.
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