Víctor Flores Olea
El diario The Guardian de Londres inicia un artículo del sábado anterior diciendo que
si usted pensó que Bush fue malo, imagínese cuatro años de Trump: deportando inmigrantes, expulsando musulmanes, marginando a las mujeres, conformando alianzas reaccionarias, amenazando con el empleo de armas nucleares. ¿Cuánto más necesitan conocer las brigadas de Bernie Sanders para estar convencidas de que ahora sólo hay una cuestión que importa: impedir que el personaje se convierta en Presidente de Estados Unidos. Surge otro grito en la elección estadunidense, ahora dirigido a Hillary Clinton:
No le regalen la Casa Blanca a Donald Trump.
El hecho es que la presencia de Donald Trump peleando y ganando la
nominación del Partido Republicano ha hecho cambiar en buena medida el
espectro de la política estadunidense. Y es que, como se ha repetido,
Trump era, digamos, un desconocido en el espectro político de Estados
Unidos y, desde luego, alguien fuera del establishment político
de ese país y fuera del Partido Republicano. Pero se ha demostrado algo
que no se acepta tan fácilmente: que la fortuna, la riqueza y la
retórica pueda ejercer una influencia insospechada en la política de los
países capitalistas. Este parece el tema de fondo que se descubre
detrás del éxito sorpresivo de Trump en esta primera fase de la batalla
por la Presidencia de Estados Unidos.
Esto no significa, por supuesto, que la indiscutible victoria de
Donald Trump dentro del Partido Republicano signifique ni desde lejos su
triunfo presidencial. Pero, como decía, Trump ha llevado la discusión
política de ese país a considerar que con toda probabilidad el magnate
será el candidato presidencial de ese partido.
La polémica se ha centrado, entonces, en gran parte, en vista de la
ideología fascista o muy cercana al fascismo del probable candidato
republicano, en discutir cuál sería el candidato demócrata capaz de
triunfar sobre Trump en unas elecciones abiertas para la presidencia de
Estados Unidos. De hecho, la pregunta se centra en Hillary Clinton o en
Bernie Sanders, y en sus cualidades potenciales para derrotar a Donald
Trump. En este sentido, Hillary Clinton parece la más abocada para
realizar ese cometido: sin embargo, cada vez se difunden, con más
violencia, las fallas que pudo tener Hillary en su desempeño como
secretaria de Estado con Barack Obama, y específicamente el hecho de que
utilizara
servidoresprivados para usos oficiales, lo cual la habría llevado a un límite de
no confiableque pondría en duda precisamente su
confiabilidadpara ocupar de hecho el puesto más alto del gobierno de Estados Unidos. Sobre el asunto, Donald Trump ha dicho: debemos esperar qué descubrirá de devastador la FBI en este
asunto, de todos modos, por más desagradable que sea, debemos esperar a los informes oficiales sobre el caso.
En el caso de Bernie Sanders jugarían dos criterios básicos en su
contra. En primer término su edad, puesto que ya se acerca a los 80
años. En segundo lugar, el hecho de que su ideología y su plataforma
gubernamental, no obstante que parece estar apoyada masivamente por los
más jóvenes en Estados Unidos, resultaría probablemente demasiado
radical para el electorado general en Estados Unidos.
Por lo demás, Donald Trump ha anunciado que efectuaría un
cambio radical en materia de energéticos, en caso de resultar electo:
primero, construyendo el gasoducto de Keystone, que Obama ha bloqueado
por razones de protección al ambiente. Es decir, se esperaría que en
este ámbito eventualmente Trump signifique un muy fuerte retraso y
rechazo a las medidas mundiales para proteger el entorno, probablemente
abusando de la utilización de combustibles fósiles.
En una encuesta reciente de carácter internacional, levantada en una
docena de países, encontramos que prácticamente en la totalidad de los
mismos (incluido México), se rechazó tajantemente la idea o la
posibilidad misma de que Donald Trump fuera el próximo presidente de
Estados Unidos.
Demasiado peligroso por elemental, fue el razonamiento que, en síntesis, formularon los encuestados de todos esos países.
En cuanto a la política exterior general, recogemos algunas de sus
reflexiones más amplias: en entrevista con CNN, Trump repitió que
concuerda con los conservadores que han afirmado que la democracia debe
ser la garantía de un mundo más estable. Al mismo tiempo, sostuvo que
rechaza el intervencionismo porque implica el despliegue militar, sin
renunciar a su utilización cada vez que sea necesario. Al mismo tiempo,
ha dicho que antes del poderío militar pondría en juego el uso de la
diplomacia. “A pesar de todo lo que se ha dicho en mi contra –sostuvo–
falsificando mis puntos de vista, debo insistir en que no podemos tener
política internacional sin diplomacia. La prudencia y el autocontrol es
lo más importante en este terreno, y el verdadero signo de la fuerza,
aunque se haya dicho otra cosa”.
Trump señaló también, en esta entrevista publicada en Le Monde Diplomatique, de
París, que por supuesto estaría dispuesto a negociar con Rusia y China,
diciendo al mismo tiempo que no es vocación de Estados Unidos
garantizar la paz a no importa qué precio.
Los países que defendemos deben pagar el precio de nuestra defensa, de otra manera Estados Unidos estaría a obligada a dejarlos que se defiendan por sí mismos. Atacando a la gestión internacional Obama-Clinton, Trump dijo que Estados Unidos ha abandonado a Egipto y a Israel, en cambio Obama ha desplegado grandes esfuerzos y dinero para llegar a un absurdo acuerdo con Irán. Trump habría dedicado tiempo bastante en su exposición para subrayar el peligro mundial que representa la organización del Estado Islámico,
que desaparecería apenas sea yo elegido presidente. Por lo demás, habría dicho que en su política internacional preferiría defender los valores
occidentalesque lo valores
universales, sin aclarar más allá sus ideas.
Para finalizar: uno de los grandes problemas que se presentan en la
elección actual de Estados Unidos es que las críticas a Hillary Clinton o
a Bernie Sanders de inmediato se interpretan como favorables a la
candidatura de Donald Trump.
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