Carolina Escobar Sarti
La
capital vivía gran tensión. Las calles estaban desiertas, y un
despliegue militar podía percibirse en todas las salidas y puntos
estratégicos. En cadena nacional, las radios de todo el país ponían
marchas militares o música de marimba. La voz que se oía intentaba
tranquilizar a la población, solicitándole permanecer en sus casas y
obedecer las órdenes del Gobierno. Puedo estar hablando del golpe de
Estado del 23 de marzo de 1982, en el cual el general Romeo Lucas fue
depuesto por oficiales medios del Ejército guatemalteco, entre los
cuales sobresale Efraín Ríos Montt. Pero también puedo estar
describiendo lo sucedido 11 años después, un 25 de mayo de 1993, cuando
Serrano Elías rompe el orden constitucional, apoyado por los militares
de la Cofradía.
Recuerdo también, en el caso del golpe fallido de Serrano, aquel
periódico que quebrara la censura y despertaba entonces a una nueva
forma de hacer periodismo, colándose a hurtadillas en pocas casas y
oficinas, con su portada completamente en negro, en señal de duelo. Al
relacionar ambos golpes, estoy trazando una línea que permite leer
coincidencias: en primer lugar, los protagonistas y las relaciones de
poder alrededor de ambos hechos, y en segundo lugar, la lógica que
subyace a estas violentas y autoritarias formas de ruptura.
Nada tan adictivo como el poder, y nada más nocivo que el poder absoluto
en manos de caudillos que —además— se creen iluminados. Tanto Ríos
Montt como Serrano Elías son parte de una casta patriarcal cuyos
integrantes se suben a un podio, apuntan a la audiencia con el dedo
índice y terminan su discurso político (que nadie sabe si es prédica)
con los brazos abiertos y extendidos, diciendo algo así como: “Dios me
quiso aquí y salvaré a mi pueblo”. Personajes cuya formación
fundamentalista les lleva a creer que son mensajeros divinos y que su
palabra actúa por sí misma, cambiando la realidad. Son los que se
autodefinen, se presentan y se creen iluminados.
¿La palabra, por sí sola, cambia una realidad? El tema es que ahora
Serrano Elías, quien en su discurso de toma de posesión dijo frases como
“Estoy dispuesto a hacer cumplir la ley sin excepciones”, vuelve a la
jugada política desde Panamá, junto a zombis de una izquierda y una
derecha reaccionarias, apoyados por miembros de la Cofradía y ex
patrulleros de autodefensa civil. Interesante cómo los extremos se
tocan. Dicen que quieren refundar Guatemala. Pena que una palabra tan
hermosa como refundación sea vaciada de esa manera de su gigante
contenido, sobre todo en una época en que Guatemala atraviesa una de sus
más profundas crisis a todo nivel.
Yo, señor Serrano, no le creo y no quiero a más hombrecitos “iluminados”
como usted gobernando los destinos de mi país. Porque no importa cuán
violento, cuán miserable, cuán desigual sea, este país es mío y lo
quiero distinto. No sé quién está detrás de la conformación de este
frente que usted ha constituido, pero la política criolla ya no responde
a la Guatemala que muchos anhelamos. Y no es cuestión de edad. Los
zombis pueden tener 20 años. Es una cuestión de visión, de enfoque, de
principios, de lógica, de interpretación y lectura de mundo.
El frente (FAR) que usted impulsa nació muerto. Así fue dicho por varios
de los colectivos que participaron en el ejercicio ciudadano del 2015,
por el Consejo del Pueblo Maya, por varios grupos y organizaciones de
mujeres, por diversas organizaciones de derechos humanos, y en las redes
sociales. Si alguien quiso usar la conformación del FAR como un
termómetro para medir a la sociedad guatemalteca de hoy, servido está.
Esto más bien parece el principio del fin de una era política en
Guatemala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario