Arturo Balderas Rodríguez
La similitud viene a colación por la gran
capacidad que Donald Trump, flamante candidato del Partido Republicano a
la presidencia de Estados Unidos, ha demostrado para mentir y
contradecirse una y otra vez sin el menor rubor.
Son ya incontables las falacias que Donald Trump hilvanó en esta
larga campaña, la cual finalmente concluyó la semana pasada, cuando
alcanzó los mil 237 delegados que le garantizan la postulación en las
elecciones de noviembre próximo. Su repentina transformación en una
persona menos intolerante y menos renuente a aceptar los ideales, normas
y estilo del Partido Republicano, no hace más que refrendar su
condición de simulador y mitómano. A menos de que en la convención
republicana –a celebrarse en julio, en Cleveland, Ohio– sucediese algún
desaguisado, Trump habrá ganado la partida a un liderazgo que se oponía
rotundamente a aceptarlo como su candidato. Sin embargo, se confirma una
vez más la gran capacidad pragmática que prevalece en ese partido. Uno a
uno, sus líderes se suman paulatinamente al carro de apoyos a Trump.
Vaya, hasta Jeff Bush, a quien maltrató de forma indignante durante la
campaña, ha dicho que es necesario respaldarlo. Paul Ryan, el líder
republicano en la Cámara de Representantes y el de mayor rango en el
partido, advirtió hace un par de semanas que aceptaría a Trump como
aspirante, aunque no votaría por él. Hace algunos días insinuó la
necesidad de unir al partido en favor de su flamante candidato.
En este contexto y guardando toda distancia, vale recordar las
extraordinarias entrevistas que el periodista inglés David Frost hizo al
otro gran mentiroso: Richard Nixon, quien siendo presidente de Estados
Unidos, estuvo de acuerdo con espiar al Partido Demócrata, con el fin de
desarticular sus planes de campaña en las elecciones de 1972. Aunque
Nixon fue relecto, dos años más tarde se descubrió su relación con lo
sucedido en la tragicomedia de Watergate. Con su renuncia
posterior a la Casa Blanca, se adelantó al juicio del Congreso, y su
inevitable defenestración. En dichas entrevistas, Nixon aceptó haber
engañado a la sociedad, y en una muestra más de su capacidad para
mentir, aseguró que en un lapsus de memoria olvidó haber autorizado el
espionaje de sus contrincantes. Después de todo, pidió perdón por su
comportamiento, pero el Partido Republicano no pudo evitar el ridículo,
el desprestigio y la pérdida de las siguientes elecciones. Tal vez una
de las diferencias entre Nixon y Trump es que el primero admitió haber
engañado a los estadunidenses y, por lo visto en estos meses de campaña,
se ve difícil que el segundo acepte motu proprio que sus mentiras y la manipulación han sido la característica más destacada de su sinuosa carrera política.
Para millones de personas sería deseable que a Donald Trump le
costara la culminación de sus pretensiones, debido a su evidente
ignorancia para entender los problemas económicos, sociales y externos
de su país, así como las mentiras e inconsistencias que eslabonó para
ganar la candidatura de su partido.
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