Emir Sader
La Jornada
Después de ser
derrotada cuatro veces sucesivamente y de tener todas las de volver a
perder ante Lula en 2018, la derecha brasileña escogió un atajo para
buscar desalojar al PT del gobierno. Valiéndose de que la totalidad del
gran empresariado –al contrario de los que decían que el PT gobernaba
para ellos– se ha alineado en contra de Dilma Rousseff, han constituido
una inmensa caja de financiamiento privado –en la última elección en que
ese tipo de apoyo rige en Brasil– para elegir el peor Congreso en la
historia del país.
Esa mayoría legislativa terminó siendo decisiva para desalojar a
Rousseff del gobierno, como se ha visto en la vergonzosa votación de la
Cámara de Diputados, transmitida por televisión y vista también en el
exterior, cuando un verdadero striptease ha revelado lo que es
el Congreso brasileño hoy día. A pesar de que el parlamentarismo ha sido
derrotado en las dos veces que ha ido a plebiscito en Brasil, el
Congreso actuó de esa forma, sin ninguna razón para el impeachment de Rousseff, pero valiéndose de una mayoría legislativa de derecha para derrotarla.
No tardó mucho para que quedara claro cuál es la cuestión de fondo
también en esta interminable crisis brasileña. Al comienzo, los medios
internacionales reproducían lo que afirmaba la prensa brasileña, toda
ella comprometida con el golpe, creyendo que el tema era la corrupción
del gobierno y del PT.
Cuando la crisis se volvió aguda, los medios mandaron periodistas,
quienes dieron cuenta de que la situación era exactamente inversa: son
los corruptos quienes promueven el golpe en contra de una presidenta,
sobre quien no hay ninguna acusación siquiera de involucramiento en
casos de corrupción. Como resultado, nunca se había creado una
unanimidad como la actual en contra del golpe y del gobierno interino de
Michel Temer.
La cuestión de fondo al remover a los gobiernos del PT es el
restablecimiento del modelo neoliberal en Brasil, como ocurre en
Argentina. Más que nunca queda claro que esa es la disputa central de
nuestro tiempo. El PMDD, que desplazó al PSDB –en crisis final– como
partido de la derecha, que nunca había ganado una elección presidencial,
asumió un programa radicalmente conservador, de restauración neoliberal
y ahora intenta ponerlo en práctica. Busca desmontar todo lo positivo
que se ha hecho desde 2003 en Brasil, que va de la retoma de los
procesos de privatización, pasando por el recorte radical de recursos
para políticas sociales, hasta llegar al ataque a los derechos de los
trabajadores, así como a las garantías básicas, a los derechos de las
mujeres y de los negros, a la cultura, entre otras víctimas de su acción
predatoria.
El que sea el primer gobierno desde la dictadura que no tenga mujeres
en el ministerio es sólo una expresión de la pandilla que asalta el
poder en Brasil: hombres, blancos, adultos, machistas envueltos, en su
gran mayoría, en procesos de corrupción, con trayectorias políticas
indefendibles. Que el primer escándalo del gobierno de Temer, con la
revelación de grabaciones hechas entre ellos mismos, revele que el golpe
fue tramado para buscar frenar las investigaciones de corrupción, con
la caída de uno de los principales coordinadores del golpe y del
gobierno de Temer –Romero Jucá– confirma el sentido inmediato del golpe.
Ello después de que el principal coordinador del golpe, Eduardo Cunha,
también fue retirado de su cargo de presidente de la Cámara de
Diputados.
Es realmente una bandilla aventurera, que se lanza al asalto del
Estado colocándose al servicio de los grandes empresarios, de Estados
Unidos, de los medios de prensa decadentes, para desalojar el PT del
gobierno, buscar protegerse de los casos de corrupción. Temer ya afirmó
que no le importa la popularidad –nunca la tuvo ni nunca la tendrá–,
cree que presta un servicio al país
poniendo las cosas en su lugar, es decir, todo al servicio del mercado.
Pero toda esa operación golpista, además de los rollos entre
ellos mismos, se van revelando nuevas grabaciones, y del carácter
profundamente antipopular, antidemocrático y antinacional de las medidas
que el gobierno va anunciando, encuentra su obstáculo mayor en la más
grande ola de manifestaciones populares que Brasil jamás ha vivido.
Jóvenes, mujeres, movimientos musicales, negros de las periferias,
hinchas de futbol y movimientos culturales –que han ocupado las
instalaciones del Ministerio de Cultura en las 27 provincias del país–,
entre tantos otros, copan diariamente las calles del país con
manifestaciones de denuncia del golpe, unificadas por el
fuera Temer.
El mismo Temer se ha vuelto el hombre más odiado del país. No puede
salir de su búnker en Brasilia. Tuvo que huir de su casa en Sao Paulo,
cercada por manifestantes populares y sus vecinos. Hasta cuando fue al
Congreso a presentar su plan de ajuste fiscal fue abucheado con el coro
de
golpista.
¿Qué puede pasar en un país tan convulsionado, en el que la crisis
sólo se profundiza con el gobierno interino de Michel Temer? El Senado
tiene que refrendar todavía el alejamiento de la presidencia de
Rousseff, que mientras tanto circula por el país en que se desarrollan
manifestaciones a su favor y goza de un apoyo como no había tenido
antes, mientras Temer es repudiado por todos lados.
Es una situación paradójica que una presidenta sea sometida a un impeachment
mientras su sustituto esté en esa situación. Mientras tanto las
manifestaciones de derecha por las calles, que habían logrado reunir a
mucha gente, especialmente de clase media alta y de la burguesía –nunca a
nadie del pueblo–, han desaparecido, como avergonzadas porque la
corrupción está concentrada en el gobierno, mientras la prensa discute
cuáles serán los próximos miembros del gobierno que caerán en desgracia
por revelaciones de casos de corrupción, de los cuales ocho tienen
procesos en el Supremo Tribunal Federal.
Dure poco tiempo o sobreviva hasta 2018, el gobierno de Temer tratará
de desmontar todo lo que pueda de patrimonio público y de derechos de
la población. Ya ha dicho que va a sacar de programas sociales a 10
millones de familias, entre otras medidas crueles, y que abrirá la
antesala a los capitales extranjeros. Cuánto logrará avanzar en esa
aventura, depende de la continuidad y expansión todavía más grande de
las manifestaciones populares –en las cuales la CUT tiene un rol
fundamental, junto al MST y otros movimientos sociales–, así como de la
capacidad de la izquierda para encontrar una salida que frene lo más
pronto posible al gobierno de Temer.
El fuerte liderazgo de Lula, único gran dirigente popular de Brasil,
es la variable determinante para desalojar a Temer del gobierno, sea
logrando el regreso de Rousseff –en cuyo gobierno Lula tendría el rol de
coordinador, cambiando la política económica– o como candidato favorito
en elecciones anticipadas o en 2018. De ahí la concentración de ataques
de la derecha en contra de él, sin ninguna prueba concreta pero
intentando generar condiciones para alejarlo de la vida política. Porque
en elecciones, Lula tiene todas las posibilidades de ganar, deshacer lo
que están realizando y retomar el modelo de desarrollo económico con
distribución de renta.
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