Víctor Flores Olea
Nos hemos felicitado
por el esfuerzo latinoamericano para trascender las sangrientas
dictaduras que asolaron a muchos de nuestros países sobre todo en la
segunda mitad del siglo pasado. La cuestión parecía ir tan bien que
muchos nos preguntábamos cuánto duraría este tiempo de bonanza material
pero también política e ideológica. Pues bien, todo indica que se
prolongó menos tiempo del que muchos hubiéramos deseado. Naturalmente,
después de las experiencias vividas la cuestión implicaba en primer
lugar la reacción que tendrían tanto el imperio como las oligarquías
locales frente a una de las
regiones del mundo más progresistas, según la afirmación de Noam Chomsky.
Decíamos que no tardó demasiado en darse a conocer la reacción del
sistema (capitalista) que encontraba aquí y allá obstáculos que no
esperaba. Por primera vez en muchas décadas, durante los primeros años
del milenio se hacía casi en todos nuestros países un esfuerzo coherente
para limitar las excesivas concentraciones de riqueza y para ampliar la
participacvión política y económica de muchos sectores hasta entonces
excluidos. Desde luego en Bolivia, en Ecuador, en Brasil y Argentina,
para citar unos cuantos ejemplos, se dio plena cabida política y social a
trabajadores excluidos del campo y la ciudad. Desde luego a las
poblaciones indias, pero también a amplios sectores de trabajadores del
campo y la ciudad. El resultado fue, y parecía ser, una ampliación y
fortalecimiento de nuestras democracias, y una ampliación y
fortalecimiento de nuestras integraciones sociales populares y el de la
capacidad para resistir los asedios, chantajes y ánimos destructivos que
pudieran generarse dentro y fuera de nuestras sociedades.
Porque desde luego, ante nuestra sociedad progresista, se esperaba
una fuerte reacción adversa, pero al mismo tiempo se tenía el ánimo y la
seguridad de resistir. Todo esto es verdad; lo que ocurre es que,
cuando menos en los últimos años, por ejemplo, se ha dado una
concertación convergente de las fuerzas reaccionarias en el continente
que parece, desde luego, más potente y peligrosa de lo que pudiera
pensarse, pero el hecho fundamental es que los gobiernos progresistas,
cuanto más los de signo socialista o
cuasisocialista, han parecido decididos a resistir.
No tocaremos aquí el caso de Cuba, porque implica matices y una
historia demasiado compleja para desarrollar en unas líneas, pero el
hecho indudable es que el régimen de la isla fue sitiado por el imperio
sirviéndose de infinidad de canales eficaces que en más de un sentido lo
hicieron doblegar, aunque el fin de esa historia está todavía por
escribirse.
Naturalmente no es difícil ver lo que ocurre en Brasil, contra el
líder del Partido de los Trabajadores y contra la presidenta actual,
donde sin duda es verdad que prosperó en muchos casos una corrupción
rampante, pero en que también es verdad la concertación política de la
derecha para echar por tierra cualquier medida socializante que pudo
tomar ese partido. Otro tanto ocurre, sin duda, con el régimen de Evo
Morales, en Bolivia, con una formidable base política indígena y
campesina, y que también se ve asediado por los círculos de la derecha
más tradicional. Para no hablar del caso venezolano, al que pudiera
añadirse una notoria incompetencia del heredero de Chávez en la
presidencia, cuestión que ha sido ratificada masivamente en las últimas
elecciones legislativas y de autoridades locales.
En esa dirección, con sus condiciones nacionales, se
orientarían los gobiernos actuales, como el de Chile y sobre todo
Argentina, en que la derecha y la ideología de las clases medias,
incluyendo en muchas ocasiones a las masas populares, ha sido ganada
aparentemente por las posiciones del neoliberalismo, es decir, por los
puntos de vista del capitalismo más rampante.
Por supuesto que en un recuento así no podemos dejar de mencionar a
México, que en su historia peculiar, al nivel desde luego de los
gobernantes, ha transitado de un nacionalismo independentista a un
entreguismo que ya ni siquiera es solapado, sino que exhibe sus
credenciales públicamente. Desde luego la privatización del petróleo,
después de la ardua lucha que significó su nacionalización por el
presidente Lázaro Cárdenas, sería uno de los signos más reveladores del
estado en que se encuentra la política y la ideología de los gobernantes
del país. El hecho es que, casi sin excepción, las decisiones de las
autoridades, a muchos niveles, reflejan con perfecta claridad el signo
de la derecha a que se acogen esas autoridades, y hasta qué punto su
creencia en el capital y el capitalismo sigue representando para ellos
la única
tabla de salvación.
Por mi parte reconocería que en México, salvo relativos grupos apretados de
últimos mohicanos, no está presente en la actualidad la posibilidad de una profunda transformación en México, y menos de carácter socialista. El control privado de los medios y de infinidad de escuelas y universidades ha resultado una vacuna extraordinariamente eficaz sobre cualquier visión de radicalismo (o no tan radical) en México. Esto no significa que las grandes mayorías en el país se hayan olvidado de sus derechos y bienestar, y es por eso que a diario presenciamos manifestaciones y actos cuyo contenido más profundo es la reivindicación de sus derechos, decíamos, la exigencia de mejores niveles de vida y el fin de la corrupción y las asociaciones delictuosas, porque en ello arranca el malestar de la mayoría.
En México actualmente no hay propiamente una lucha ideológica
abierta, pero sí la necesidad de limpiar la vida pública y las
instituciones de la corrupción que las ha invadido hasta tal extremo. Y
este abanico de luchas es extraordinariamente amplio, abierto y
complejo. Hasta el punto de que la energía nacional se aplica en su
mayoría, muy intensamente, a esta lucha. A pequeños pasos, pero de
pronto vendrán las grandes zancadas en las cuales los mexicanos
lograremos los fines de una sociedad más vivible, justa y decente.
¿Será en 2018? Lo esperamos, muchos lo aguardan con las esperanzas
que ha levantado la mezcla de movimiento social y de partido político
que ha logrado construir Andrés Manuel López Obrador: Morena. Esperamos
que así sea.
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