Tras la salida del PMDB emisarios del gobierno buscan más aliados
Eric Nepomuceno
Periódico La Jornada
El día 31 de marzo trae recuerdos trágicos para generaciones de
brasileños, y consecuencias pesadas para todos, sin excepción, aunque
muchísimos no lo sepan: hace exactos 52 años, tropas alzadas, con pleno
respaldo de los medios hegemónicos de comunicación, de la banca, del
empresariado, de los terratenientes y con apoyo explícito de Estados
Unidos, derrocaron al gobierno constitucional del presidente Joao
Goulart.
Lo que siguió fueron 21 años de corrupción generalizada (es decir,
corrupción controlada estrictamente por los generales y sus cómplices
civiles), violación sistemática de los derechos humanos,
desmantelamiento de los partidos políticos, sindicatos y movimientos
estudiantiles, derrumbe de la educación pública y un sinfín de otros
males paralelos y colaterales.
Este 31 de marzo ocurrirán marchas populares en las ciudades
brasileñas, con epicentro en la capital, Brasilia. Serán manifestaciones
de respaldo, mucho más que al gobierno de la presidenta Dilma Rousseff,
a la democracia recuperada en 1985 y duramente amenazada por un golpe
institucional en marcha. Como dijo el cantautor cubano Silvio Rodríguez
en una emblemática canción de amor,
no es lo mismo, pero es igual: es que muchos de los que integran, desde la izquierda, corrientes críticas al gobierno, están empeñando sus mejores esfuerzos para que su cargo sea preservado frente al complot armado por segmentos del Judiciario y de la Policía Federal que, en amarga repetición del ocurrido en 1964, cuentan con el apoyo activo de los medios hegemónicos de comunicación, de la banca, del empresariado y de los terratenientes.
Los movimientos sociales, los actos en espacios abiertos o cerrados,
la presión de manifestaciones callejeras son una de las armas con que
cuenta el gobierno para que se respete el orden constitucional. Hay
desde movilizaciones organizadas por movimientos sociales y sindicales
hasta acciones de grupos representativos de los más diversos segmentos,
especialmente de artistas, académicos, intelectuales. El objetivo es
presionar a los parlamentares indecisos, de cuyo voto en el pleno de la
Cámara de Diputados depende el futuro de la presidenta.
En el núcleo de coordinación política del gobierno, que cuenta con la
decisiva participación del ex presidente Lula da Silva, el clima es de
tensión, atención y, ¿cómo no?, aprensión.
Se sabe que la batalla en el Congreso será extremadamente difícil. La
salida del PMDB, principal aliado (y más contumaz traidor), de la
alianza de base del gobierno, ha sido un golpe durísimo. Consumado el
acto, emisarios del gobierno se mueven en varias direcciones, sin que
sea posible detectar un norte claro en sus andares. Tratan de convencer a
los recalcitrantes de mantener lealtad al gobierno, contrariando las
órdenes del partido y permaneciendo en sus puestos, especialmente cuando
ocupen ministerios. Otra bandada de emisarios se concentra en los
pequeños partidos, ofreciendo puestos y presupuestos que sean
abandonados por los del PMDB. El problema está en que esos partidos
menores tienen más caciques que indios, o sea, más líderes que votos en
el Congreso. Cerrar acuerdo con unos no implica obtener el respaldo de
otros.
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, durante el anuncio, ayer, de una
nueva fase del programa de vivienda Mi casa Mi Vida en el Palacio de
Planalto, en BrasiliaFoto Afp
También se trabaja intensamente en las proyecciones sobre qué
pasará en caso de que se consume la destitución de Dilma Rousseff y el
vicepresidente Michel Temer asuma su lugar. La dirección del PMDB
ordenó, bajo amenaza de expulsión sumaria, que todos sus militantes
abandonen sus puestos en el gobierno. No se mencionó a Michel Temer, con
el falso argumento de que fue electo para su cargo: se olvidan de que
en Brasil no se vota específicamente por el segundo de la lista, sino
por el primero, o sea, Temer se hizo vicepresidente por consecuencia, y
no por sufragio.
Lula da Silva dispara en varias direcciones. El domingo de Pascua se
reunió con Temer, ya no para intentar en vano que el PMDB se quedase en
la alianza, sino para trazar un cuadro de lo que vendrá si se consuma el
golpe institucional contra la presidenta Rousseff. Al PT no le quedará
otra salida que una oposición contundente al que es considerado traidor.
El problema es determinar cuál será la intensidad de esa contundencia.
La oposición golpista, encabezada por el PSDB del ex presidente
Fernando Henrique Cardoso, está dividida. José Serra, derrotado por
Dilma en 2010, arde de ganas por adherirse al nuevo gobierno. Aécio
Neves, derrotado por Dilma en 2014, resiste: dice que si Temer empieza a
distribuir cargos a su partido, el PSDB, estará
enterrandosu gobierno. Sabe muy bien que Serra ocupará amplios espacios para proponerse como postulante del PSDB en 2018, y si eso ocurre, lo que estará enterrado son las aspiraciones del mismo Neves a una nueva disputa presidencial.
Al mismo tiempo, se trabaja activamente estudiando las posibilidades de recurrir a la Corte Suprema para que el impeachment
sea decretado sin base jurídica. Hoy por hoy, esa falta de base es
evidente: se trata de un juicio político, sin que se compruebe algún
crimen, tal como está contemplado en la Constitución.
Mientras, la economía se desploma, el ambiente político se deteriora
cada vez más y crece un antagonismo de una ferocidad sin precedentes
históricos recientes, entre los que defienden la mera destitución de
Dilma Rousseff y los que defienden la democracia.
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