La Jornada
Las luchas políticas,
económicas y sociales de los países sudamericanos, en variados aspectos,
muestran pronunciada discordancia con el presente mexicano. Los
profundos cambios, éstos sí estructurales, introducidos desde hace ya
más de una década por gobiernos que pretendieron optar por rutas
divergentes del modelo concentrador vigente, fueron ninguneados por el
grupo gobernante mexicano y sus hegemónicos apoyos. A todos, con la
exclusión de Brasil y Uruguay, se les estigmatizó de diversa manera. A
uno por tipificarlo como populista grandilocuente (Venezuela, Chávez)
intentando un salto mortal hacia lo desconocido: socialismo del siglo
XXI. A otros porque, en pareja (los Kirchner), detuvieron de golpe la ya
desbocada carrera (Fox) de los grandes intereses hacia el tratado de
libre comercio continental. Al resto, países de supuesta menor catadura
(Bolivia y Ecuador), por ser de poco peso para la dignidad republicana
de México, sencillamente se les ignora. Es posible que los 12 años de
cerril panismo incapacitaran a todo el entorno decisorio local para
intentar un análisis, sereno y de contraste, con lo que por allá
sucedía. Pero quizá lo que en verdad impidió la cercanía de las élites
rectoras con los sucesos del sur fue la lucha, desatada y sin cuartel,
llevada a cabo desde las cúspides del poder contra la opción disidente
que presentó la izquierda con AMLO a la cabeza.
Este compacto grupo de poderosos ha jugado estelar papel en la citada
incapacidad de visualizar y optar por cambios y aventuras organizativas
e ideológicas que pudieran trastocar, modernizando acaso, el injusto
modelo vigente. En este conspicuo grupo se incluye a políticos,
empresarios, alto clero, funcionarios de rango, jueces y magistrados, al
aparato de comunicación entero, líderes sindicales (aunque ya
fosilizados), y todos ellos junto a militares de varias estrellas. Se
les une, con una alegría hasta desbocada, la rala nube de opinantes
(mediáticos) y locutores para cualquiera estación y problema. Todos, sin
excepción, simpatizantes, beneficiarios y hasta realmente convencidos
de la propiedad y eficacia del camino adoptado por los de mero arriba.
De este singular y dominante entorno circunstancial se deriva mucho
de la distancia que se ha impuesto en el país respecto a los cruciales
sucesos sureños. La visión que se puede pergeñar habla de distancias
forzadas, historias de disonantes fracasos, narrativas a modo
–pretendidamente diferentes– de lo que sucede allá. Lo cierto es que de
no haber existido el grosero y feroz fraude electoral de 2006, la
sincronía con el sur hubiera sido, sin duda, fructífera para el avance
de México. Pero los atrincherados intereses de la plutocracia dominante,
con su manifiesta subordinación a Estados Unidos, llevaron las
relaciones mutuas a un extremo de separación (ruptura) que nulificó todo
entendimiento y colaboración. Para paliar tan torpe rompimiento se ha
tratado de integrar una extravagante alianza de países (Chile, México,
Perú y Colombia) que han optado, sin restricciones, por lo que se llama
libre mercado, cualquier cosa que ello implique.
Las cosas han llegado al extremo de adoptar una actitud de
mustio desinterés a lo que en estos aciagos días sucede en el cono sur.
Por un lado celebran las penurias venezolanas y aseguran que el chavismo
va de salida. Se identifica al gobierno mexicano con el reciente
triunfador en la Argentina, el derechista Macri. Y se induce cierto
regocijo ante las trifulcas de politiquería a la brasileña. Para empezar
se puede argumentar el enorme costo que los acuerdos financieros con
los fondos buitres tendrán para los argentinos: unos 12 mil
millones de dólares, cuando menos. Los recientes intentos de la derecha
por golpear a Lula y a Rousseff, obligadamente, profundizan y agravan
los ya serios problemas económicos y productivos que tienen encima. Se
nulifican así muchos de los avances sociales de años pasados, que fueron
ejemplos mundiales: unos 30 millones de brasileños salidos de la
pobreza. La militancia de los medios de comunicación brasileños para
subvertir el orden constitucional y derrocar a un gobierno que, sin duda
ganó, no para en miramientos. Se han erigido como instrumentos al
servicio de una derecha golpista, soberbia y rapaz. Un ejemplo que
resalta, dada la similar integración oligopólica de tales medios en casi
todos los países del subcontinente que, por norma determinante, están
en manos del empresariado local.
De lo que no se ha dado cuenta el decadente grupo gobernante
mexicano, cuya endogamia es ya notable, es que las medidas y acusaciones
levantadas contra Lula son bastante menores respecto de la vigente
realidad nacional: un complejo de malformaciones, complicidades y
latrocinios de escala mayor. Una debilidad bien insertada en medio de la
vida organizada del país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario