El título más importante de la reciente visita de Barack Obama se resume en pocas palabras: EE.UU. busca un nuevo Tratado de Libre Comercio con Argentina. Apenas una década después del traspié de George W. Bush en Mar del Plata, a manos del tridente Kirchner-Chávez-Lula, la política exterior norteamericana apunta a que la Argentina de Macri sea el ariete para modificar la correlación de fuerzas en el Mercosur.
Ocurre que el bloque nacido en 1991, en pleno auge neoliberal y con presidentes de esa orientación, es paradójicamente la traba más importante para que Buenos Aires firme un TLC con Washington. Ningún país puede firmar un acuerdo de ese tipo en soledad: deben tener el visto bueno del conjunto de los miembros. El retrasado acuerdo Mercosur-UE, cuyas negociaciones se iniciaron en 1999, demuestra esas complejidades de forma explícita. Por ello la canciller Malcorra habla de “flexibilizar” el Mercosur, o para decirlo con más claridad, que el bloque deje de ser lo que actualmente es, abriéndose paso tanto a EEUU como a la Alianza del Pacífico (y por ende al TPP, donde participan ambos).
Tiene sintonía con lo planteado por Macri en la conferencia de prensa junto a Obama, cuando habló de una “apertura de agendas” respecto a un acuerdo bilateral, tras lo cual destacó que se “deberá fortalecer el Mercosur y después pensar en un acuerdo más amplio”. Pero Obama fue más allá, afirmando que EE.UU. y Argentina “van a identificar todas las áreas donde hay barreras que han impedido el progreso de nuestra relación comercial” para luego afirmar que el objetivo de fondo era “elaborar un acuerdo de libre comercio”.
EE.UU. parece confíado en que un hipotético cambio de gobierno “constitucional” en Brasil y Venezuela permita que la correlación de fuerzas al interior del Mercosur termine siendo favorable a sus intereses librecambistas. Si ese plan no funciona, buscará que al menos el bloque modifique la necesidad de un acuerdo de todos los miembros para vincularse comercialmente con otros países o bloques. Hay una normativa que le dificultará la tarea: la Resolución del Grupo Mercado Común Nro 35/92, donde se reafirma “el compromiso de los Estados Partes del Mercosur de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extra zona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias”. En ese sentido, la incorporación de Bolivia como miembro pleno del Mercosur podría complejizar aún más los intereses de los aperturistas, que igualmente no darán el brazo a torcer a mediano plazo.
En definitiva, mientras buena parte de los medios concentrados argentinos quedaba cautivada por el baile de tango de Obama, o anunciaba con notas de color lo que el presidente norteamericano comería en el país, en la Casa Rosada avanzaba un plan para que el país intente firmar -ya sea con el Mercosur o alejándose de este si las presiones así lo ameritan- un nuevo TLC con la aún primera potencia mundial. Como se ve, un cambio rotundo a la política exterior que enterró el ALCA en noviembre de 2005 en la Ciudad de Mar del Plata.
Para finalizar hay que destacar un elemento adicional: la motivación de fondo de EE.UU. en el actual contexto internacional es avanzar en la firma de tres tratados comerciales globales (TPP, con América Latina y Asia Pacífico; TTIP, con Europa; y TISA, un megacuerdo de servicios). Además de las “ventajas comparativas” de la economía norteamericana con las economías periféricas, el trasfondo de los tres tratados es inequívoco: no dejar que China, segunda economía mundial y locomotora del BRICS junto a Rusia e India, dictamine las reglas del comercio global. En ese sentido, de la mano de EE.UU., Argentina estaría ingresando en una silenciosa disputa con el bloque de países emergentes, aliado hasta fines de 2015 del país.
Lo vertiginoso del cambio llama la atención: en apenas meses Buenos Aires pasó de pedir el ingreso al bloque BRICS a intentar avanzar en un nuevo TLC con EE.UU., que permita asimismo que el país avance hacia el eje Alianza del Pacífico/TPP. Como se ve, un cambio rotundo en el plano de las relaciones exteriores. ¿Hasta donde llegará? El tiempo, y también la correlación de fuerzas a nivel regional, dirá.
Juan Manuel Karg
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