León Bendesky
La disputa dentro del
Partido Demócrata en las elecciones primarias para la presidencia de
Estados Unidos ha contrapuesto a Hillary Clinton con el senador Bernie
Sanders.
En general, las posiciones que han expresado en sus campañas y en los
múltiples debates que han tenido, contrastan de modo muy notable con
las de los numerosos candidatos republicanos y de los que ya solo quedan
tres.
Las posturas de lo que hoy se presenta como el movimiento conservador
son muy desiguales y en el caso de los dos primeros, bastante
radicales, incluso para la misma institución del Partido Republicano.
Este no sabe qué hacer para frenar a Trump y tampoco se resigna a
quedarse con Cruz.
Entre Clinton y Sanders hay diferencias mayores, y tienen que ver con
cuestiones de índole social, político-electoral y de relaciones
internacionales. El senador representa también una forma de radicalismo.
Sanders no es un político convencional en la escena estadunidense.
Desde el momento en que se presenta como un socialista marca su
territorio; lo hace de modo decisivo y sin recular, en una sociedad
donde ese calificativo no es bien recibido, si no es que rechazado de
plano como algo execrable. Y eso que está al extremo izquierdo de la
ideología liberal.
Sanders no ha sido un candidato ineficaz ni marginal. Ha conseguido
plantar su mensaje en una buena parte del electorado demócrata que
participa en la elecciones primarias para asignar los delegados en la
convención nacional de Filadelfia, donde se nominará al candidato a la
presidencia.
A pesar de dar la batalla a Clinton en las primarias, es un hecho
revelador la manera en que está trabado y contrapuesto el discurso
político en ese país. Y no solo ahí, ciertamente.
Clinton es un personaje político de corte completamente convencional,
con mucha experiencia, aunque no es atractiva ni confiable para buena
parte del electorado. Ha optado, así, por acercarse más al presidente
Obama y a muchas de las decisiones que en materia interna –la reforma
del sistema de salud– o externa –el acuerdo con Irán– ha tomado éste en
su gobierno.
Sanders ha centrado su campaña en asuntos como la desigualdad
económica creciente, el aumento de la pobreza, la discriminación racial,
la degradación del medioambiente, las prácticas de evasión fiscal de
las grandes empresas, el rescate de Wall Street luego de la crisis de
2008.
Es explícitamente contrario a los acuerdos de libre comercio, como el
TLCAN y el Transpacífico, por su repercusión en la pérdida de empleos y
la reducción de los salarios en su país. En eso se asemeja a las
posiciones extremas de Trump ,que llegan hasta construir el muro en la
frontera con México y expulsar a los indocumentados.
Uno de los temas persistentes de Sanders es el papel del dinero en la política. Al respecto ha dicho que:
La democracia americana no se trata de que algunos billonarios sean capaces de comprar candidatos y elecciones, y ha nombrado esto como lo que es formalmente, o sea, una oligarquía. En ese paquete ha situado a su adversaria Clinton. Se opone igualmente al sistema de cabildeo, que enmarca la actividad política y es parte de la promoción de intereses particulares mediante el movimiento de millonarias sumas de dinero en el Congreso.
El mensaje del aspirante socialista ha penetrado en una parte de la
población joven y entre aquellos que están decepcionados de las
condiciones sociales y económicas. Las remuneraciones salariales caen y
se han estacado; la mayor parte de los empleos son de mala calidad, la
educación superior es incosteable para la gente y escasean la
oportunidades y, después de más de ocho años la recuperación económica
no se consolida, mientras se sigue concentrando el ingreso.
A esto hay que agregar la fuerte degradación del sistema educativo
público, las carencias y altos costos de la provisión de los servicios
de salud, el severo desgaste de la infraestructura física. La situación
de emergencia provocada por la contaminación del agua potable en la
ciudad de Flint, en el estado de Michigan, no parece ser solo un
accidente, sino una expresión de la mala gestión pública y de la
corrupción.
Pero la resistencia a las propuestas de Sanders es muy grande, a
pesar de su relativo éxito en la campaña y su capacidad de insertar en
el debate temas que son tradicionalmente relegados por los políticos.
La derecha –en todas partes– ningunea a un político como Sanders y en
general de manera facilona. Dice que así no se resuelven los problemas,
lo que se necesita es menos gobierno; la aritmética fiscal no cuaja, no
le alcanzaría el dinero para financiar sus propuestas, las que, además,
son ingenuas. Esta posición domina hoy el ambiente, como bien se
aprecia en la Unión Europea.
La prensa en Estados Unidos y otros lugares donde se sigue este
proceso político también lo menosprecian, incluso los más liberales lo
tratan como una anomalía y solo lo toleran como noticia. Frente al
rechazo que les provoca Trump, optan claramente por apoyar a Clinton.
Los expertos y los comentaristas están sorprendidos por lo que ha
conseguido y se tranquilizan con que Clinton se afirme como candidata a
la presidencia. Sanders ha conseguido poner asuntos claves en el debate y
que se hable de él. Pero no supera las resistencias a un discurso de la
naturaleza que ha propuesto. Algunos piensan que podrá abrir el espacio
político más allá del entorno de estas elecciones primarias.
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