A menos de un mes para
las elecciones en Perú, el escenario aún resulta completamente incierto
para los casi 23 millones de electores que tendrán que acudir a las
urnas el 10 de abril.
La legislación peruana, recientemente modificada por un Congreso de
mayoría fujimorista (partido del ex presidente Alberto Fujimori, hoy
encarcelado), resulta obtusa y con vacíos legales. Además, las
autoridades electorales son cuestionadas por una posible parcialización
en este proceso.
En medio de este clima electoral, sólo en el último mes, el Jurado
Nacional de Elecciones decidió excluir a dos candidatos de la derecha
peruana: César Acuña y Julio Guzmán. Éste contaba con casi 20 por ciento
de la intención de voto y era segundo en las encuestas, presentándose
como una de las opciones más seguras para derrotar a Keiko Fujimori. La
hija del ex dictador peruano aspira a 33 por ciento de sufragios, según
los más recientes sondeos, porcentaje que ha mantenido hace varios
meses.
Por otro lado, César Acuña, quien encabezó una de las más ostentosas
campañas de toda la contienda, dueño de una universidad privada con
ánimo de lucro, se encuentra aún con algunas investigaciones pendientes.
La Universidad Complutense de Madrid tiene un proceso abierto por
plagio en su tesis doctoral, mientras lo que le costó su candidatura fue
haber entregado dinero a cambio de votos. Esto está prohibido
actualmente según la ley electoral, en el artículo 42.
Tras el retiro de ambas candidaturas, las cartas de la derecha local
se han empezado a concentrar en la figura de Pedro Pablo Kuczynski,
peruano de 78 años, quien tuvo que renunciar a su nacionalidad
estadunidense para intentar agradar al electorado que, en Perú, se
concentra la mayoría en Lima, la capital.
En este complicado escenario, la izquierda se encuentra dividida en
tres opciones: Verónika Mendoza, Gregorio Santos y Vladimir Cerrón. Cabe
resaltar que Gregorio Santos, militante del Movimiento por la
Afirmación Social (MAS) y aspirante por la coalición de partidos
Democracia Directa, está encarcelado, sin sentencia. Su prisión
preventiva le permite postular
a medias, mientras no se determina aún su culpabilidad o inocencia en torno a delitos de corrupción perpetrados durante el ejercicio de su cargo como gobernador regional en Cajamarca, al norte del país.
Dicho esto, Verónika Mendoza es la única candidata de izquierda que
ha logrado despuntar con un tímido 9 por ciento, pero que promete crecer
a raíz del rechazo de la gente a las propuestas más tradicionales y
conservadoras.
A pesar de ello, la izquierda peruana atraviesa un momento
difícil. En especial tras los criticados gobiernos de Susana Villarán,
ex alcaldesa de Lima, quien no logró una gestión que uniera a los
distintos sectores que apoyaron su candidatura, y el de Ollanta Humala,
quien no cumplió la agenda que lo llevó a la presidencia de la
República.
Por otra parte, hasta ahora no se ha podido romper con la
estigmatización que las décadas de terrorismo dejó a los movimientos
sociales y progresistas del país. El término
terroristaha sufrido una preocupante trivialización en estas elecciones, pues es usado comúnmente por los simpatizantes del fujimorismo para insultar a quienes se manifiestan en contra del regreso del autoritarismo y de la derecha más rancia.
La división de la izquierda y la falta de liderazgos fuertes han
hecho que Keiko Fujimori se mantenga desapercibida y sin tropiezos hasta
ahora. Sin embargo, la hija de uno de los presidentes más corruptos de
la historia de Perú acaba de tener un fuerte revés, con la reciente
apertura de un proceso de exclusión que la podría dejar fuera de esta
contienda electoral. ¿El motivo? Regalar dinero en efectivo en plena
campaña. La investigación determinará si la señora Fujimori continúa,
pero las pruebas presentadas, gracias al trabajo de la prensa, son
contundentes.
Cabe recordar que el fujimorismo, desde la década de los 90, se
asentó en una red de clientelaje cuidadosamente tejida por Alberto
Fujimori, su ex asesor Vladimiro Montesinos y otros personajes, muchos
de los cuales aún rodean a la candidata naranja, quien plantea un
discurso de
renovación.
Lo cierto es que no hay casi nada de renovador en el fujimorismo. La
lucha de todas y todos es ahora por recuperar un sistema entregado a las
empresas privadas y grandes trasnacionales durante los años 90. Por
romper, más bien, con el legado fujimorista que instauró la política del
miedo frente a la de las luchas sociales. Un régimen que asesinó,
esterilizó a mujeres pobres y saqueó las arcas de nuestro país.
Escribiendo como peruana, creo que estos pendientes nos mantienen
movilizados y abren un panorama aún esperanzador en 2016.
*Periodista y columnista del diario La República, de Perú
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