Guillermo Almeyra
La Jornada
La gira de Barack Obama
a Cuba completa la del papa Bergoglio, que sin duda fue discutida
largamente entre las diplomacias del Vaticano, Estados Unidos y al menos
un sector de la burocracia reformista de Cuba, los cuales están
buscando la forma más pacífica y menos traumática de favorecer una
transición rápida y completa de Cuba hacia el capitalismo.
Con China en dificultades crecientes, el gobierno de Venezuela sobre la cuerda floja, el de Brasil al borde del impeachment
–y ante una situación económica mundial que manda a un futuro lejano
los proyectos del canal interoceánico por Nicaragua y de construcción
por los capitales brasileños del megapuerto para los containers
que esperarían en el Mariel su paso hacia el Pacífico y China–,
Washington y el Vaticano se preparan para lo que consideran tiempos muy
buenos para ellos y la burocracia que dirige el capitalismo de Estado en
Cuba, que opta por soluciones inmediatas que le permitirían conservar
el poder.
O sea, un acuerdo con Washington, una apertura comercial rápida y
amplia que mejore el abastecimiento y permita tener un dólar único
anclado sobre el de Estados Unidos y, como corolario, un simulacro de
elecciones pluralistas en las que puedan participar los opositores
presentables y menos dañinos (socialcristianos, socialdemócratas,
liberales respaldados por la Iglesia).
Francisco preparó a la Iglesia cubana y acercó la tendencia Obama del
imperialismo estadunidense a la nacionalista y pragmática encabezada
por Raúl Castro. La presión de sectores medios del capital agrario y de
los servicios –incluso de grupos republicanos– por hacer negocios
inmediatamente en un mercado que ahora está en otras manos, y la lógica
de que la venta de pasajes turísticos legitima cualquier otra venta
(hasta una futura de cohetes) empujan a Obama por esa ruta en la que
tiene todo para ganar porque ofrece una zanahoria que no tiene, ya que
tanto el cierre de Guantánamo como el fin del bloqueo dependen no de él,
sino del Congreso, donde no tiene mayoría. Obama expresa la tendencia
imperialista que se opone al nacionalismo agresivo del Tea Parthy y de
Trump, pero tiene los mismos objetivos: combatir la pérdida creciente de
hegemonía que alimenta temores en Washington y recuperar posiciones con
el menor costo posible.
El último presidente estadunidense que visitó Cuba lo hizo en 1928,
pero desde entonces Washington la ocupó sucesivamente, le impuso dos
dictaduras, la invadió en Playa Girón, mantuvo una guerrilla en el
Escambray, sembró el dengue hemorrágico, entre otras enfermedades,
impuso a los demás países el bloqueo que costó a Cuba 100 mil millones
de dólares, pagó espías y contrarrevolucionarios a granel y da refugio a
terroristas asesinos, además de organizar decenas de intentos de
asesinatos de Fidel Castro. Obama apenas si se ha referido a ese pasado
justificándolo y minimizándolo sin ninguna autocrítica.
Esa audacia arrogante basada en la seguridad de que le
aceptarían cualquier actitud por ofensiva que fuese hace aún más atroz
la pose sumisa de Raúl Castro, quien levantó la mano a Obama como si
éste fuese un boxeador triunfante y ni siquiera hizo referencia al
objetivo aún oficial del socialismo. Los cubanos y los latinoamericanos
tuvieron la terrible sensación de que Cuba está condenada e indefensa,
pues ni el cubano ni los demás gobiernos
progresistasreaccionan y explican la gira de Obama.
La parte argentina de la misma fue simplemente un periodo de
vacaciones para Obama. Éste llegó en efecto en medio de la pasividad de
los peronistas (que antaño cantaban
ni yanquis ni marxistas, peronistasy hoy se hacen invitar, como el presidente del Senado o los líderes de las tres CGT, a la cena de gala en honor de Obama) y del desinterés de los votantes macristas (que se fueron en masa a la costa aprovechando el feriado). Los grupos trotskistas, los de la nueva izquierda y los organismos por los derechos humanos salvaron el honor con una manifestación, pero el patrón-huésped pudo dar su espaldarazo al pobre diablo que será su
hombre fuerte, después de comprobar los efectos de la descomposición de los
gobiernos progresistastras la desaparición de Chávez y de Kirchner y la transformación del kirchnerismo y del PT brasileño en vulgar carne molida. Ya satisfecho, comió buena carne, bailó un tango y se fue a Bariloche, como un turista cualquiera…
El balance es claro: con México, desde hace rato en el saco, el Tío Sam está decidido a poner en orden el gallinero latinoamericano donde los gallos
progresistasson muy flacos y escasean los huevos.
Lo primero es Cuba, que espera
normalizarantes de que cumpla 57 años de independencia. Lo siguiente es la reintegración del peronismo de derecha a las
relaciones carnales con Estados Unidos, de las que se enorgullecía el canciller de quien formó políticamente (es un modo de decir) a Menem, Cristina Fernández y tutti quanti en la política argentina. Lo tercero es derribar a Dilma Rousseff y devolver al país más poblado de América Latina el papel de algo parecido a un subimperialismo, como durante la dictadura militar. La presencia en la región de las economías china y rusa, en tales condiciones y con gobiernos tipo Peña o Macri, se reduciría a poco.
Pero esos planes, si se concretasen, a mediano plazo radicalizarían
las reacciones populares, liberadas de los corruptos e impotentes y
enfrentadas directamente con el enemigo de clase y nacional. Una vez más
no hay alternativa: liberación nacional y social o colonia, socialismo o
esclavitud y miseria crecientes.
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